Optimismo

Junto a la virtud de autoestima camina otro hábito: el optimismo. Creer en uno mismo y en nuestras posibilidades es lo primero pero, de seguido, se precisa algo más que el creer. Ello, no es otra cosa que el buscar, el realizar, el tratar de alcanzar lo mejor, lo óptimo de cada momento, en definitiva ser, siempre y en todo momento y lugar, buscador de óptimos: OPTIMISTA. Este valor, muchas veces, criticado por los “realistas” que no ven más que dificultades insalvables que les paralizan y deprimen, es el fiel compañero que mantiene viva y en forma la autoestima.

El optimista es una persona feliz, que se acepta como es y que pretende, sencillamente, alcanzar lo mejor que en cada momento está a su alcance y es posible obtener. Busca lo mejor para los que le rodean, consciente de que sólo se obtiene la felicidad que hemos dado a los demás. Disfruta de lo que tiene buscando la mejor calidad del momento, sin agobiarse tratando de alcanzar mas de lo que tiene. Procura querer lo que tiene que hacer para disfrutar del momento sacando lo mejor de cada tarea. Rechaza la envidia, consciente de que ella le entristece y por ello, busca gozar de la fortuna, del éxito de los que le rodean, como si fueran propios.

El optimista rebosa alegría y entusiasmo, paciencia y esperanza; no se altera ante los malos momentos e infortunios, porque piensa que tras la tormenta siempre renace la calma. El buscador de óptimos sabe, que lo mejor que puede hacer para garantizar un futuro feliz, es serlo en el momento presente. No se deja atrapar por sentimientos que le llegan rebozados de suave y dulce melancolía porque ello perturba su presente. El optimista, no espera a que cambien las circunstancias y las personas para afrontar y solucionar los problemas sino, que se pone a realizar lo que puede, para que ambas cambien.

El optimista busca, con una mirada inteligente, lo que hay de bueno, de bello, de amor… en las cosas y en las personas que trata cada día. Y ello, en cada momento de su jornada, porque es un incansable buscador de óptimos, de lo mejor que existe en la naturaleza, en las cosas y en las personas que le rodean. El optimista goza con ello y así –sencillamente- es feliz. El optimista se quiere a sí mismo, porque sabe apreciar todas las cosas buenas que ha recibido y siente gratitud y gozo por ello.

El optimista es feliz por todo: por vivir, por amar, por ser amado, por tener salud, incluso por no tenerla, por tener familia, por los amigos… En ello encuentra la paz, y trata de que los demás también lo descubran y gocen. Se siente seguro al margen de las alabanzas o las críticas de los demás porque, conoce sus limitaciones y posibilidades y sabe, que -en todo caso- para muchos seguirá siendo valioso. Tranquilo -porque paciente- sabe que el éxito llegará sin necesidad de agobiarse e inquietar a los demás. Su gozo surge de sentirse útil, compartiendo su andadura con aquellas personas y en aquellos lugares en que, en cada instante de su vida, está ubicado.

El optimista es un entusiasta que vive las pequeñas cosas de cada día como una apasionante aventura que él, llena de amor y ello, lo proporciona felicidad. No espera grandes acontecimientos para moverse y vivirlos con intensidad sino, que hace de lo cotidiano algo intenso y vivo porque, todo lo hace con entusiasmo, buscando lo mejor de cada cosa y de cada instante.

El entusiasmo confiere al optimista poder, fortaleza, tenacidad, y hace que su talante resulte atractivo. Le hace sentirse orgulloso y responsable de su trabajo. El entusiasmo del optimista es cálido y fuerte, se hace sonrisa, crea ilusión y esperanza. El optimista busca el amor y, lo encuentra, al darlo con entusiasmo. Porque el entusiasmo se nutre del amor, y así, en compañía, hace feliz al hombre que busca la felicidad y la encuentra de la mano de este valor tan inusual como necesario.