Las virtudes IV (La virtud de la Caridad I)

La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Jesús hace de ella el mandamiento nuevo, la plenitud de la Ley. Ella es “el vinculo de la perfección” (Co l3, 14) y el fundamento de las demás virtudes, a las que anima, inspira y ordena. Sin ella “no soy nada” y “nada me aprovecha”. (1 Co13, 2-3) La caridad es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma en el bautismo, por la que amamos a Dios por si mismo sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Hay que distinguir, entre caridad y amor. La caridad es el hábito sobrenatural infuso, y amor es el acto de ese hábito o virtud.

El precepto de la caridad encierra dos deberes: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a nosotros mismos por Dios. Pero en el primer mandamiento sólo se atiende al primero de esos deberes, pues el amor al prójimo es objeto del cuarto mandamiento y siguientes. El amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas es lo único que puede llenar nuestra vida de felicidad en la tierra porque en Él encontraremos la plenitud de nuestra existencia en el cielo.

La caridad es la reina de todas las virtudes. De ahí el interés que Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, puso en inculcarla a todos sus discípulos. Para Él la caridad es el primero de los mandamientos y el resumen de toda la Ley “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas. (Mt. XXII, 37-40).

“Mi mandamiento insiste muchas veces es que os améis unos a otros como Yo os he amado” (S. Juan, XV, 12). Su vida estuvo siempre impulsada por el amor a su Padre y por el amor más desinteresado y puro hacia los hombres, y su religión es la religión de amor. San Pablo repite hasta la saciedad que todas las demás virtudes para nada sirven si no van acompañadas de la caridad. Los demás mandamientos acaban con la muerte, pero el de la caridad durará eternamente. San Juan Evangelista no se cansaba de repetir a sus cristianos: “Hijitos míos, amaos unos a otros; es el mandato del Señor”.

La caridad para con Dios es absolutamente necesaria para salvarse. Lo es con necesidad de medio para todos los hombres, si se la considera como habito, porque la infunde Dios justamente con la gracia, de la que es inseparable. Como acto, la caridad es necesaria con necesidad de medio a quienes están en pecado mortal, para justificarse y poder salvarse; porque con un acto de caridad perfecta (contrición), el alma recobra la gracia santificante. El mismo efecto tienen el martirio y la confesión hecha al menos con atrición.

La obligación de amarse a sí mismo está implícitamente incluida en el mandamiento de la caridad, puesto que el amor a nosotros mismos es dado por Jesús como medida del amor que debemos al prójimo.

El amor a nosotros mismos es natural y muy racional, puesto que entre las criaturas humanas, nuestra propia persona es la que mas nos interesa, tanto en lo material como en lo espiritual. Ese amor a sí mismo puede ser natural y sobrenatural. Es natural el que tiene en cuenta el bien propio, valiéndose para asegurarlo de medios puramente naturales. Es sobrenatural, cuando, con el auxilio de la gracia, se trabaja por adquirir también bienes espirituales y se tiene por objeto alcanzar el cielo, buscando en todo la gloria de Dios. El amor propio más perfecto consiste en procurarse la más alta felicidad, imitando a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y trabajando a la mayor gloria de Dios.