El juicio del ”procés”, visto para sentencia

Para sorpresa de todos los presentes, Oriol Junqueras apenas utilizó ayer tres de los quince minutos de los que disponía para ejercer su derecho a la última palabra en la postrera sesión del juicio a los líderes independentistas catalanes, que tras 52 sesiones quedó visto para sentencia. En lo que no hubo sorpresas fue en el tono marcadamente político de su intervención, la primera de la docena de acusados a los que escuchó el tribunal por última vez. Un patrón que reprodujeron después sin fisuras dialécticas, de principio a fin, el resto de los procesados. A saber: un proceso judicial como «fracaso» de la política y la necesidad de pasar página y dar una segunda oportunidad a los políticos para encauzar el reto independentista en Cataluña. Dos horas y diez minutos de alegatos –todos en castellano, aunque Rull recurrió en ocasiones al catalán– hasta que, a las 19:02, el presidente del tribunal, el magistrado Manuel Marchena, pronunció en el salón de plenos las últimas palabras del juicio: «Muchísimas gracias a todos. Visto para sentencia».

El ex vicepresidente de la Generalitat fue fiel a las mismas pautas que, 24 horas antes, siguió su abogado, Andreu Van den Eynde, instando a los magistrados a dejar en manos de la política la solución del conflicto en Cataluña.

El líder de ERC comenzó citando a Petrarca para ensalzar el valor del diálogo para solucionar las diferencias. «Hablar y escuchar es la base de cualquier entendimiento», enfatizó con unas cuartillas sobre la mesa para no perder el hilo de su breve alegato. Pero muy pronto entró en harina y enunció de nuevo una de las máximas del independentismo más escuchadas a lo largo de estos cuatro meses de vista oral: «Votar no puede constituir ningún delito».

Y al igual que hizo su letrado, y casi con las mismas palabras, Junqueras dejó muy claro al tribunal que la más alta instancia de la judicatura en España no es el lugar donde deben dirimirse los lindes del proceso soberanista. «Creo que lo mejor para todos –hizo hincapié– sería devolver la cuestión al terreno de la política, de la buena política, de donde nunca debería haber salido, al terreno del diálogo, la negociación y el acuerdo».

Junqueras –en prisión provisional por esta causa desde noviembre de 2017 y a quien la Fiscalía considera el «motor principal» de la rebelión, por lo que pide para él la pena más alta, de 25 años de prisión», al acusarle además del delito de malversación– reiteró su desazón por el hecho de que lo que considera una contienda política haya terminado en manos de los jueces. En definitiva, el líder independentista lamentó que los políticos hayan derivado al Tribunal Supremo «la responsabilidad de dictar sentencia». De nuevo, aunque esta vez de forma implícita, esa «silla vacía» que lamentó en su declaración siempre se encontró al intentar «dialogar» sobre la convocatoria de un referéndum pactado sobre la independencia.

Junqueras se presentó como un hombre corriente –«fundamentalmente un padre de familia y profesor» de vocación política tardía– con unas profundas «convicciones democráticas, pacíficas, republicanas y, también, cristianas». En esa misma línea, reiteró su «compromiso irrenunciable con la bondad y el respeto a la dignidad humana», antes de volver sobre insistir en que «votar y defender la República desde el Parlamento no puede ser un delito».

El único atisbo de mea culpa que entonó el líder de ERC fue fugaz, y casi retórico, al afirma que «cualquier político, como cualquier persona, comete errores». Pero tras ese amago de arrepentimiento, regresó a la política para negar aquella «que niega el diálogo, la negociación y el acuerdo», una «mala política» que, reiteró por si a alguien le quedaba alguna duda, «siempre he evitado».

En su fugaz intervención (la más breve junto a la del ex conseller Carles Mundó), el líder independentista no desaprovechó la ocasión de mostrarse conciliador con el tribunal. «Si algo debo agradecer –dijo mirando a los magistrados– es el hecho de haberme dado voz después de tanto tiempo privado de ella».