Las Virtudes III: La virtud de la Esperanza

La esperanza es la virtud teologal por la que deseamos y esperamos de Dios la vida eterna como nuestra felicidad, basados en las promesas de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, y apoyándonos en la ayuda del Espíritu Santo para merecerla y perseverar hasta el fin de nuestra vida terrena. La esperanza es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma, por la que fundados en las promesas divinas, en los méritos de Jesús y nuestras buenas obras, (ninguna de ellas quedará sin recompensa) deseamos y aguardamos con confianza firme el cielo y las gracias para merecerlo. Confiamos en Dios y aguardamos de Él cuanto necesitamos, porque no sólo es infinitamente bueno, sino también omnipotente.

Son objeto de la esperanza los bienes que Dios ha prometido: la gloria eterna, es decir la posesión de Dios, y los medios necesarios para alcanzarla, principalmente el perdón de los pecados, por medio de la contrición y de la confesión; la gracia divina, y aun los mismos bienes temporales, en cuanto puedan ayudar a nuestra salvación.

La esperanza es necesaria porque nadie puede salvarse sin la gracia y ella acompaña siempre e ineludiblemente a esta virtud. Como acto, es necesario a todos los adultos: a los pecadores para obtener el perdón y a los justos para poder perseverar. La esperanza es necesaria por precepto divino, porque estamos obligados a tomar todos los medios necesarios para ir al cielo y la esperanza es uno de ellos.

Debemos tener absoluta confianza en que Dios cumplirá sus promesas, especialmente las que se refieren a la vida eterna y las gracias necesarias para conseguirla. Estamos obligados a hacer actos de esperanza desde que llegamos al uso de razón, especialmente cuando necesitamos alguna gracia, y cuando somos tentados contra esta virtud. El que reza cumple con este deber, puesto que con ello muestra tener auténtica esperanza.

Dos extremos opuestos se oponen a la esperanza: uno por exceso, la presunción; y el otro, por defecto, la desesperación. Presunción es la confianza excesiva y temeraria de alcanzar el cielo, por las propias fuerzas, sin la gracia de Dios; o de conseguirla con la fe sola, sin las buenas obras personales. Peca pues, por presunción el que espera conseguir el cielo por otros medios que los dispuestos por Dios, que son, fe, gracia santificante y méritos personales adquiridos con las obras buenas. Dios promete la vida eterna al que guarda sus mandamientos, pero no al que no hace nada, confiado en su divina misericordia. El mejor remedio contra la presunción es la lectura del Evangelio.

Desesperación es una voluntaria desconfianza de ir al cielo. Es una renuncia voluntaria y obstinada a la esperanza de conseguir el cielo. Es pecado gravísimo contra el Espíritu Santo. No obstante, a veces, por falta conocimiento o de consentimiento pleno, el pecado puede ser sólo venial. Los remedios contra la desesperación son: considerar la bondad de Dios y su infinita misericordia que perdona los mayores crímenes al pecador humildemente arrepentido; contemplar a Jesús crucificado por nuestros pecados e insistir el la devoción a María santísima, madre de Jesús y madre nuestra.