Washington se suma a la batalla por borrar a Colón de la memoria de EE.UU. y la embajada española calla

Hasta a la ciudad que se fundó con su nombre han llegado los ataques a su figura. Un concejal del Distrito de Columbia, capital federal de Estados Unidos, anuncia ahora que prepara una ley con la que quiere eliminar «todos los símbolos de odio y racismo en la propiedad del Distrito» y eso, según él mismo admite, incluye la plaza de Colón, o Columbus Circle, uno de los puntos neurálgicos de la ciudad, que alberga la terminal de tren de larga distancia. Es sólo una parte, la más reciente, de una gran campaña para borrar de EE.UU. la memoria de Cristóbal Colón, algo que ha provocado la retirada de estatuas, ataques contra las que quedan en pie y la reacción no del colectivo español sino del italiano, que ha decidido hacer de la defensa del descubridor su gran legado.

Kenyan R. McDuffie
Kenyan R. McDuffie

La iniciativa del concejal demócrata Kenyan R. McDuffie permitiría a una comisión reconsiderar nombres de calles y plazas en Washington para decidir cuáles son racistas y así eliminarlos. Los ejemplos que baraja de momento el político son el de la plaza de Colón y el de la calle Woodrow Wilson, porque este presidente defendió la segregación entre razas en lugares públicos. Los fundadores de la nación decidieron fundar la capital en el linde de los estados de Virginia y Maryland y le dieron el nombre de Columbia porque entonces, a finales del siglo XVIII, al país se le llamaba de ese modo en canciones y poesías patrióticas, empleando el femenino del nombre de Colón para homenajear al navegante.

Fin de los homenajes

Los homenajes, sin embargo, se han acabado. El mes pasado, una estatua dedicada a Colón en el puerto de Corpus Christi, una ciudad tejana fundada por el explorador español Alonso Álvarez de Pineda en 1519, fue quitada de su pedestal con la excusa de unas remodelaciones y las autoridades portuarias no han revelado qué van a hacer con ella ni si van a volver a colocarla donde estaba. La que no volverá a su lugar es la que estuvo 45 años en el Grand Park de Los Ángeles, ciudad fundada junto a una misión de fray Junípero Serra en 1771. La escultura fue desmontada en noviembre por cuatro operarios con chalecos naranja, sin ceremonias ni sentimentalismos, mientras unas 100 personas tomaban fotografías y aplaudían.

Fue otro concejal demócrata, Mitch O’Farrell, quien propuso al Ayuntamiento de Los Ángeles quitar la escultura y anular la festividad del día de Colón para cambiarla por el «día de los pueblos indígenas». O’Farrell, que es descendiente de una tribu nativa llamada Wyandotte, no esconde sus motivos: «Los registros históricos dejan claro que Cristóbal Colón no descubrió América porque nunca llegó a América del Norte y ya había millones de nativos que vivían aquí. El genocidio contra los pueblos indígenas durante la colonización de América duró siglos. Hoy Colón es un símbolo de represión».

Donde hay una estatua…

Alentados por el éxito de este concejal, muchos le han imitado. Donde hay una estatua de Colón hay una petición para quitarla. En Saint Paul, capital de Minnesota, se yergue frente al Capitolio del estado una estatua construida en 1931 con una placa en la que se lee «Cristóbal Colón, descubridor de América». Ya en 2015 un grupo de diputados propuso cambiar la placa por «Cristóbal Colón, que desembarcó en América». Aquella propuesta no llegó a ningún sitio, pero más recientemente una petición popular a través de internet ha sumado 5.000 firmas para cambiar a Colón por el cantante Prince, nacido en Minnesota y fallecido de una sobredosis en 2016.

Cuando las estatuas no se quitan, son atacadas. Una en la ciudad de San Diego apareció manchada de pintura rojo sangre, con la que se escribió en el pedestal la palabra «genocidio». La misma suerte corrió hace unos meses la de un embarcadero de Boston, que también amaneció cubierta de rojo. En octubre, otra escultura en Filadelfia y un museo cercano dedicado a los italoamericanos fueron atacados con pintadas en las que se leía «esclavitud», «genocidio», «violación» y «tierra robada».

Hasta hoy, la iniciativa para defender de estos ataques a la figura del navegante, almirante, virrey y gobernador de las Indias por la Corona de Castilla no procede de las autoridades españolas, que permanecen ajenas a este debate, sino de la comunidad italianoamericana de EE.UU. que ha hecho de Colón su símbolo porque nació en Génova.

Muy organizada, de momento esta comunidad ha conseguido que el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, añada la estatua de Colón en Manhattan al registro oficial de lugares históricos, lo que la protege ante cualquier intento de retirada. «El Monumento a Colón es un poderoso símbolo de la comunidad italoamericana y un testimonio del papel de Nueva York en la asimilación de inmigrantes de todo el mundo en nuestro estado», dijo Cuomo en octubre. «Esta designación supone un mensaje claro de la importancia de la estatua para la historia de nuestro estado y la necesidad de preservarla para que las generaciones futuras puedan verla, apreciarla y aprender de ella».

Es una victoria pírrica, porque en realidad el debate sobre Colón ya ha trascendido a la política municipal o estatal y comienza a producirse en el marco de la campaña presidencial de 2020. En febrero, la que en este momento se considera una de las favoritas para medirse con Donald Trump, la senadora Kamala Harris, dijo en un mitin que está dispuesta a que el 12 de octubre se deje de conmemorar a nivel federal el día de Colón y se cambie por la celebración de «los pueblos indígenas». Es algo que ya han hecho estados como Hawái, Alaska, Vermont e incluso Florida, que estuvo en manos españolas hasta 1821.

El silencio diplomático español

El director de la Fundación Nacional Ítalo-Americana, Lawrence Purpuro, protestó enérgicamente cuando en enero la universidad católica de Notre Dame, en Indiana, retiró 12 murales del siglo XIX que representan varios momentos de la vida de Colón. Según Purpuro, «se pueden mantener debates académicos sobre la vida y pensamiento de Colón, pero no se puede colocar sobre sus hombros el peso del destino de todos los nativos americanos».

Mientras, fuentes de la embajada española en EE.UU. aseguran a ABC que «se sigue con gran interés todo lo relativo al legado hispano, y que cuando se estima conveniente, se hacen las gestiones oportunas, que pueden ser directas o indirectas; visibles o si se considera oportuno, más discretas».