Un viaje por la historia del Museo del Prado

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Preusser, Karl Louis
Karl Louis Preusser Dresden 1845 - 1902 Dresden . 1881 ; 68 x 87 cm ; Inv. Nr.: 94/05
Inventar-Nr.: 94/ 05, Artist: Preusser, Karl Louis Werbliche Nutzung nur nach R¸cksprache!

El Prado es más importante que la Monarquía y la República juntas», decía Manuel Azaña. Otro grande, Ramón Gaya, escribió durante el exilio, en 1953, un ensayo sobre el museo, que tituló «Roca española». En él confesaba que, estando lejos de España, el Prado nunca se ve como un museo, sino como una especie de patria. «Patria, en el sentido de un lugar que genera sentimientos de pertenencia, objeto de orgullo colectivo y depositario principal de la memoria de la Historia de España». «Eso es lo que ha generado el Prado durante 200 años», advierte Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española (hasta 1700) del museo y comisario de la exposición conmemorativa del bicentenario, «Museo del Prado 1819-2019. Un lugar de memoria», que el lunes inaugurarán los Reyes, dando así comienzo a un año de celebraciones. Reúne 168 obras (34 de otras instituciones nacionales e internacionales). «El Prado ha sido algo más que un simple contenedor de pinturas y se ha convertido en un lugar en el que hemos encontrado ocasiones para reflexionar sobre nosotros mismos, nuestro pasado o sobre la condición humana», dice Portús.

Orgullo, prestigio, bien común, patrimonio colectivo. Son ideas asociadas a este lugar de memoria que es el Prado. Hay pocas instituciones en España, por no decir ninguna, que concite unánimemente tanto consenso. De hecho, es lo único en lo que se han puesto de acuerdo todos los partidos políticos: hay un pacto de Estado por el que el Prado «no se toca». «Desde el principio ha sido uno de los mayores tesoros del país, del que podemos sentirnos más orgullosos», apostilla Portús.

El primer proyecto para la exposición conmemorativa del bicentenario quedó descartado, al parecer, por unos préstamos del Louvre que fueron rechazados. No hay mal que por bien no venga. Ha sido un acierto, pues ésta es la exposición que el museo tenía que hacer en su aniversario: un paseo por su historia, un emotivo autorretrato. Y nadie mejor para comisariar esta exposición que Javier Portús, quien tiene todo el Prado metido en su cabeza y ha hecho un espléndido trabajo a contrarreloj.

La muestra no sólo es un viaje a la historia del Prado a través de sus principales hitos (su paso de colección real a museo nacional, la incorporación de un millar de obras del Museo de la Trinidad, la desamortización de 1835, el expolio en la Guerra de la Independencia, los depósitos por toda España, su profesionalización), sino que rinde homenaje a todas aquellas personas que han hecho importantes donaciones y legados contribuyendo a enriquecer sus fondos. Entre los grandes mecenas del Prado, nombres como Pedro Fernández Durán, Francesc Cambó, Pablo Bosch, el duque de Alba, Plácido Arango, Ramón de Errazu, la familia Várez Fisa… Se exhibe una destacada selección de obras, desde la primera que se donó (el sobrecogedor «Cristo crucificado» de Velázquez) a lienzos de Goya, Botticelli, Fra Angelico, Van der Weyden, Memling… Caso aparte merece la duquesa de Villanueva, a quien habría que hacerle un homenaje: rompió un cheque en blanco de un coleccionista americano y donó al Prado dos Velázquez, a cambio de que permanecieran en el museo. Son los retratos de Diego del Corral y Arellano y Antonia de Ipeñarrieta. Ambos cuelgan en la muestra.

Uno de los apartados de la exposición está dedicado a la República y la Guerra Civil. Es la única sala de la muestra en la que no hay pintura. Cuelgan dos grandes fotografías. En una vemos a un grupo de espectadores contemplando «Las Hilanderas» de Velázquez, pero no están en el museo, sino en Cebreros (Ávila). La República llevó copias de obras del museo a más de 170 poblaciones españolas. Son las llamadas Misiones Pedagógicas. A su lado, una instantánea de la sala IX del museo vacía y con la huella en sus paredes de los cuadros ausentes. Cayeron nueve bombas sobre el Prado el 16 de noviembre de 1936. Un proyectil impactó en la cubierta de la rotonda, hubo destrozos en la sala italiana del siglo XVIII, en la sala Velázquez… Algunos no llegaron a explotar. No se conservaron, pero un particular donó al museo un proyectil que cayó en las inmediaciones del museo.

Hay también material que recuerda la evacuación de las obras del Prado a Ginebra, la exposición que se celebró en la ciudad suiza en 1939 y el regreso a España de este tesoro. Con el dinero conseguido por la venta de entradas a la muestra de Ginebra y los catálogos se adquirió «San Andrés y San Francisco», del Greco, presente en la exposición. «La marcha de las obras del Prado a Ginebra y de Machado a Colliure son dos símbolos de la Guerra Civil –comenta Javier Portús–. El Prado se convirtió para los exiliados en el cordón umbilical que les unía a España».

Uno de los temas fundamentales de la exposición es la idea de patrimonio, explica Portús. Recuerda que en 1779 Carlos III prohíbe a través de una Orden exportar obras de Murillo y otros artistas españoles, que tuvo como hito fundamental la Constitución de 1931, «la primera europea en la que hay una mención específica al patrimonio y las obligaciones del Estado hacia el patrimonio común. Dos años después, en 1933, se aprueba la ley de Patrimonio, también pionera en Europa y que en España está en funcionamiento hasta 1985, cuando se aprueba la ley actual». En la exposicion están presentes la Orden de 1779 y las leyes de Patrimonio del 33 y el 85. Junto a esta última, «La condesa de Chinchón» de Goya, que pudo comprar el Estado español, gracias al derecho de tanteo, por 4.000 millones de pesetas.

Hay diálogos muy intensos a lo largo de la exposición: «La Maja desnuda» de Goya junto a «Desnudo recostado» de Picasso; Fortuny copiando el «San Andrés» de Ribera, Picasso haciendo lo propio con el «Felipe IV» de Velázquez… La «Infanta Margarita» de Mazo (que en su día se atribuyó a Velázquez) inspira obras de Sorolla, Merritt Chase y Sargent, que cuelgan junto a ella. En otra pared, dos obras de Manet, artista que llegó a España en 1865 y quedó fascinado por el Prado y por Velázquez, a quien bautizó como «el rey de los pintores». «La Inmaculada Concepción de los Venerables» de Murillo luce junto a una pintura del Salón Carré del Louvre, en el que colgaba dicha obra. Fue uno de los trueques artísticos entre Francia y la España franquista.

Especialmente emotivo, el maravilloso «Cristo muerto sostenido por un ángel», de Antonello da Messina, junto a un estudio preparatorio del «Guernica», en el que una mujer llora desconsolada, al igual que el ángel, la muerte de su hijo. «Si España ha podido ir aumentando su patrimonio y el Prado su colección, es porque los españoles nos hemos dotado de instrumentos legales para proteger ese patrimonio, como la posibilidad de declarar inexportables algunos bienes y los derechos de tanteo y retracto», explica Portús.

Alguien dijo que el Prado es un museo para los pintores y una meca para el arte moderno. En sus orígenes acogió el arte contemporáneo, entre ellos muchos artistas vivos, hasta que en 1898 se inauguró el Museo de Arte Moderno. Hoy el Prado abre sus puertas a Renoir, Manet, Picasso, Miró, Gris, Pollock, Motherwell, Hamilton u Oteiza, quienes revisitaron las obras del Prado. Durante el franquismo, el Equipo Crónica «manipuló» «El caballero de la mano en el pecho», incluyendo un puño americano. Antonio Saura deforma la imagen de Felipe II, un símbolo para el franquismo.

Hay dos grandes ausencias: el «Guernica» y la «Dama de Elche», que en su día formaron parte de este museo. En realidad, hay una tercera, «Mujer en azul» de Picasso, del Reina Sofía, que está prestada al Museo d’Orsay de París. Portús hubiera querido confrontarla con «La Reina Mariana de Austria» de Velázquez y «La Reina María Luisa con tontillo» de Goya, ilustrando así la columna vertebral del arte español (Velázquez-Goya-Picasso), pero no ha podido ser. Le queda esa espinita clavada al comisario. Los grandes del arte del siglo XX peregrinaron hasta el Prado: Francis Bacon, Lucian Freud, Joan Miró, Salvador Dalí, Andy Warhol… como queda patente en imágenes presentes en la muestra. Y no sólo artistas. También inspiró a pensadores como Foucault y Eugenio d’Ors (que pasó «Tres horas en el Prado»), escritores como Buero Vallejo, María Zambrano y Rafael Alberti.

«Las Meninas», cómo no, ocupan un lugar especial en la exposición, aunque el cuadro no se ha movido de la Sala XII. «Se creó una pequeña sala, hoy desaparecida, para exponer exclusivamente este cuadro –explica Portús–. Había un balcón que la iluminaba por la misma zona donde está iluminada en el cuadro. Había enfrente un espejo». Así se aprecia en fotografías que cuelgan en la sala, presidida por «Las Meninas» de Picasso. La exposición cuenta con un epílogo en el que se aborda la actividad del museo (exposiciones temporales, el Prado online, proyectos como «El Prado se toca» para invidentes…) y se exhiben varias fotografías de Francesco Jodice, en las que aparecen visitantes del museo. El Prado rinde homenaje al público, el gran protagonista de esta historia.

Miguel Falomir no oculta su emoción: «Soy un director orgulloso de su plantilla y agradecido por el esfuerzo que ha hecho para que el museo esté a la altura de su historia en estos 200 años. Esta exposición es visualmente atractiva, importante, necesaria y emocionante. Resulta difícil visitarla sin que se te haga un nudo en la garganta». Javier Portús ofreció una lección magistral en la presentación de la muestra, que fue recibida con una de las mayores ovaciones que se recuerdan en el auditorio del museo. Muy merecida, por cierto.

Horas después de la presentación de la exposición saltó una triste noticia: había muerto Francisco Calvo Serraller, ex director de la pinacoteca. Falomir recordaba que apenas dirigió el museo 200 días, entre 1993 y 1994, «pero su amor por él recorrió toda su vida. Se identificó con lo que el Prado significaba como esencia de las mejores virtudes de nuestro país. Como director del Prado solo puedo expresar la orfandad en la que nos deja en este museo que tanto amó y que, orgulloso, dedica la exposición a su memoria».

RÉGIMEN DE ACCESO

La compra de entradas con pase horario para la exposición puede efectuarse anticipadamente por internet (www.museodelprado.es) o en las taquillas del Museo al precio de 15 € entrada general y 7,50 € entrada reducida. La entrada permite la visita a la colección permanente. Durante las dos últimas horas de apertura de la exposición, todos los visitantes que quieran acceder a la muestra podrán beneficiarse de una reducción del 50% en el precio de la entrada individual que les corresponda en cada caso (de venta solo en taquilla).

Horario de la exposición: de lunes a sábados, de 10 a 20 horas. Domingos y festivos, de 10 a 19 horas, excepto los días 24 y 31 de diciembre de 2017 y 6 de enero de 2018, cuyo horario será de 10 a 14 horas. Los días 25 de diciembre de 2017 y el 1 de enero de 2018 el museo permanecerá cerrado.

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS

La compra de entradas con pase horario para la exposición puede efectuarse anticipadamente por internet (www.museodelprado.es) o en las taquillas del Museo  al precio de 15 euros (reducida o gratuita, conforme a las condiciones habituales ya establecidas). La entrada permite la visita a la colección permanente, la exposición «Museo del Prado 1819-2019. Un lugar de memoria» y a las exposiciones temporales coincidentes con su calendario de apertura.

De lunes a sábado de 18.00 a 20.00 horas, y domingos y festivos de 17.00 a 19.00 horas, todos los visitantes que quieran acceder a la exposición podrán beneficiarse de una reducción en el precio de la entrada individual que les corresponda, así los visitantes con tarifa general adquirirán una entrada reducida por importe de 7,50 euros y los colectivos con derecho a entrada reducida podrán adquirir la entrada con una reducción del 50%, es decir, a un precio de 3,75 euros

El horario de visita a la exposición será de lunes a sábado, de 10.00 a 20.00h., y domingos o festivos, de 10.00 a 19.00h.