Osaka, campeona en Australia y número 1 del mundo

Se enfrentaban dos trayectorias. Dos generaciones. Dos estilos. El directo, rápido, físico y sin contemplaciones de la diestra Naomi Osaka y el estratégico, más experimentado y meditado, pero igual de hiriente, de la zurda Petra Kvitova. Un choque que devino en un espectáculo de furia, lágrimas y drama y que resolvió una paradoja: ninguna de las dos había perdido una final de Grand Slam hasta hoy. Naomi Osaka, ganadora del Abierto de Australia y número 1. Historia para su país porque ningún asiático ha liderado al tenis hasta ahora. Con 21 años.

Osaka, de doble nacionalidad japonesa y estadounidense, se descubrió en 2018 con los títulos de Indian Wells y del US Open, en una final recordadísima por la actuación de su oponente, Serena Williams. Apenas había pasado un año desde que disputara las rondas previas y se fogueara en el circuito de promesas. Pero una vez en la élite, Osaka no se quiere bajar. En la Rod Laver Arena brilló, lloró, jugó con el drama, demostró su potencial, pero también severas desconexiones, desaprovechó tres bolas de partido pero se levantó con la misma furia para aplacar la euforia de una Kvitova que no encontró las armas para evitar que su rival volviera a meterse en el partido.

El servicio mandó sobre los intercambios en los primeros compases el encuentro. La japonesa y la checa mostraron un golpe preciso, potente y con intención para que fuera imposible de leer para la rival. Osaka puso la velocidad, con saques de hasta 192 kilómetros por hora; Kvitova, la colocación, con servicios cortados y abiertos que Osaka solo pudo responder con aplausos y sonrisas.

La checa, más experimentada y con muchísimas ganas de volver a brillar sobre la pista después de aquel fatídico suceso de 2016 en el que fue acuchillada en su propia casa, logró las primeras oportunidades de break. Pero como un aviso de cómo se ha construido la mentalidad de Osaka, la japonesa respondió con garra y firmeza. Un muro ante cualquier ataque.

Con una soltura fantástica, sacó su repertorio de derechas y, sobre todo, una madurez mental con la que afrontó un 0-40 en el séptimo juego. Con paciencia, ideas claras e ilusión máxima, se trabajó poco a poco los puntos, logró saques buenísimos, reveses que abrieron la pista al doble de su tamaño y volvió a sentarse con ventaja en el marcador. Osaka demostró que llega con prisas, pero con muy buena predisposición para gobernar el planeta tenis.

Que las dos aspiraban a hacerse aún más grandes en el circuito, y número 1 de regalo, tuvo su mayor ejemplo con cinco y cinco y saque de Osaka. Un larguísimo intercambio de golpes defensivos y de ataque, con la incertidumbre que siempre otorga la cinta, que jugó a favor de las dos, y que terminó con Kvitova levantando los brazos y la grada puesta en pie.

La checa mantuvo la calma. Tuvo pocos problemas con su propio servicio. Mostró una variedad de golpes tremenda, y su mayor experiencia en estos escenarios también se notó en los cambios de ritmo que impuso cuando la japonesa cogía aire. Dos dejadas magníficas en el décimo juego le permitieron liberarse de la presión ejercida por la rival. Osaka, con un punto más de atrevimiento, no cedió: la segunda opción de rotura que consiguió fue para llevarse el primer set. Con segundo servicio de la checa. Si la japonesa mostró furia, la checa brilló en valentía. Una derecha paralela desbarató el peligro. Aún se ganó otra la número 4 del mundo, y todavía mejor respondió la checa, con un gran servicio que no pudo leer bien su rival. Una batalla descomunal que celebró la grada a rabiar.

Así, el encuentro no varió el guion con el que empezó: los turnos de servicio permanecían inalterables y el primer set, sin remedio, se resolvió en el tie break. Osaka, con pocos arrebatos de furia en público, se desató con ese tenis directo, agresivo y atrevido con el que batió el pasado septiembre a Serena Williams en la final del US Open. Quería su día. Atacó y atacó con golpes profundísimos, presionó al resto del segundo servicio de la rival dos pasos dentro de la pista, maniató las opciones de Kvitova de tomar la iniciativa y la checa, más cansadas las piernas, perdió parte de la fortaleza que había demostrado durante los juegos precedentes.

La muestra más grande de que la japonesa está dispuesta a comerse el mundo llegó a principios del segundo parcial. La ganadora del US Open se levantó ante la rabia de Kvitova y ganó tres juegos seguidos para solucionar un 0-2 amenazador. Valiente y directa como pocas, el servicio le ayudó a ponerse en pie cuando la checa ahogaba. Y ante el peligro, también su rabia salió en la Rod Laver Arena a través de su garganta. Osaka maniató a su rival, que se fue quedando sin ideas y sin efectividad tras perder esa ventaja inicial. Tanto como para perder su servicio en el séptimo juego y permitir que Osaka, ya sí en su juego y con sus armas, fuera acercándose con paso firme hacia su segundo Grand Slam. Se ganó tres puntos de partido plantándose dentro de la pista con descaro.

Miedo a ganar

Pero Kvitova es campeona de Wimbledon 2011 y 2014. Se ha levantado de un incidente que estuvo a punto de costarle la vida. Ha necesitado un proceso de reconstrucción física y mental que la ha llevado hasta aquí, hasta olvidar lo que pasó con raquetazos brillantes y títulos para recordar para siempre.

Superados esos tres obstáculos, la checa se lanzó a por todas, envalentonada porque tenía mucho más tenis que ofrecer y porque consiguió desequilibrar la pétrea mente de Osaka. Punto a punto, latigazo a latigazo, pasó del 3-5 y tres bolas de partido a igualar a cinco y condicionar la actuación de la japonesa, impertérrita en la victoria, pero que descargó su furia cuando el plan que tenía tan bien trazado se fue cayendo a pedazos. Ni siquiera el saque, tan seguro durante todo el encuentro, fue esta vez su aliado y con una doble falta regaló el segundo set. Alegría inmensa en Kvitova, desesperación y lágrimas en Osaka, como en aquella final del US Open. Todo por decidir y volver a jugar, tras casi dos horas de encuentro.

A la japonesa le costó entender cómo había desaprovechado aquellas tres bolas de partido. Sufrió un bajón anímico que aprovechó Kvitova para liderar el inicio del tercer set. Pero el lenguaje, los gestos y el semblante de Osaka cambiaron de un punto a otro. Y volvió a la normalidad, a esa mirada impertérrita y concentrada. Desahogó la rabia con un break a favor y continuó con sus latigazos bien orientados. Kvitova no supo ni pudo alargar la euforia, permitió el resurgir de la cuarta raqueta del mundo y volvió a enredarse en el juego directo que le ofrecía.

Otra vez Osaka se ganó la opción de acelerar el marcador con tres bolas de break con 4-2 a favor. Otra vez Kvitova se las negó. El miedo a ganar. La rabia de perder. Y el décimo juego volvió a situar a la japonesa en el escenario de sacar para vencer. Un 5-4 y saque que desafió su vértigo cuando ya estás en las alturas y con los dedos rozando un segundo título de Grand Slam. Para añadir más emoción a una trepidante final, la lluvia hizo acto de presencia y el torneo fue cerrando el techo mientras Osaka se preparaba para su juego definitivo.

Poco le importaron a la japonesa las cuatro gotas que caían. Como un obús cayó su primer saque directo, su derecha paralela en el segundo punto, su cruzada en el tercero. A la cuarta bola de partido, con otro servicio descomunal, Osaka, por fin, tuvo su día grande. La japonesa gana con orgullo y celebra su triunfo con la alegría pertinente, comedida, pero brillante, por fin protagonista de un día magnífico para ella.