Nadal tumba a Del Potro de camino a su undécima final

Escuchar sacar a Juan Martín del Potro es lo más parecido a sentir un bombazo caer desde un avión. Son casi dos metros de altura y solo con que haga caer el brazo desde donde lo levanta, la pelota ya coge forma de proyectil. A pesar de ser tierra batida, los golpes iniciales de Juan Martín del Potro sonaban con eco en la Philippe Chatrier. Sin embargo, Rafa Nadal cuenta en este Roland Garros artillería suficiente para aplacar las explosiones. Bastó con hacer mover al argentino, incomodarlo para que no pudiera cargar la derecha y atraparlo en la red con dejadas cortitas. Nadal está en su undécima final de Roland Garros, derribada la torre de Tandil en dos horas y 14 minutos, mojada la pólvora de sus bombazos.

Los primeros dos puntos con el servicio de Nadal cayeron del lado del argentino, feliz en la tierra parisina porque ha vuelto a ser el tenista que fue, encantado con haber llegado en París a su segunda semifinal nueve años después y un calvario de lesiones de muñeca y cadera de la primera. Y era consciente de que no tenía mucho que ofrecer en “casa” del español, ni siquiera confió en aquellos dos puntos iniciales en su marcador. Porque este Nadal ya ha sufrido bastante en este torneo y no quería volver a hacerlo. Por eso, aun cuando sus primeros turnos de servicio comenzaran en contra, nada en el juego del balear otorgaba la menor duda de que era capaz de superarlo.

En el primer set se enfrentó a seis opciones de break: tres en el tercer juego, tres en el décimo. Pero en todas ellas atacó el problema con soluciones efectivas: buenos saques, derechas a las líneas, dejadas exactas. Un tormento para Del Potro que ayudó, y de qué manera, a que el encuentro no fuera 5-0 a su favor, en lugar de un empatado 6-4 en contra. Al argentino le faltó puntería y fe en esos puntos que deciden partidos e incluso títulos. Una caña, errores inexplicables a la red, derechas muy largas, seis opciones de break desaprovechadas y desesperación en el de Tandil porque solo tuvo dos en contra y una de ellas le sirvió a Nadal para terminar el primer set.

Y se acabó el partido.

Nadal confirmó que sus problemillas con el saque eran solo unos pequeños desajustes que arregló rápido. Del Potro confirmó que todavía le queda para ser capaz de afrontar el reto que supone el español en tierra. Porque aquí sus bombas se desconectaron en cuanto cayeron en la arena, pues Nadal no le dejó que se acercara a la línea de fondo, evitando así que liderara el punto con su derecha. Porque el español bailó sobre su plaza con un punto más de mordiente, de seguridad y de energía impulsado por esas seis opciones de break desbaratadas.

En el sexto juego de la segunda manga, Del Potro levantó los brazos. Había ganado por fin con su saque y su marcador dejaba de marcar cero. Pero el de Nadal ya iba por el cinco. Con los dos pies a apenas medio metro de la línea de fondo, el número respondió a las bombas con otras más potentes todavía. Y con ese mismo guion llegó el tercer set. Con la condicionante de que como en los vasos comunicantes, toda la energía que iba desapareciendo de Del Potro la iba ganando Nadal, que se plantó con 5-2 en apenas 26 minutos, sin atisbo de dudas, de grietas, preocupaciones. Todo se fue con la lluvia en el partido ante Diego Schwartzman. El argentino todavía reivindicó un poco más que ya está listo para acometer las grandes empresas, para volver a las rondas finales. Dejó los últimos detalles de su tremendo tenis, de su intimidante derecha, de su explosivo servicio. Pero todavía le falta para afrontar el mayor de los restos. Nadal en tierra batida.

Rapidez, seguridad, concentración, victoria y Nadal ya tiene la mirada puesta en la final, undécima de su carrera en Roland Garros. Y nunca ha perdido una. Bien lo sabe Dominic Thiem, su rival el domingo.