Y de repente, el Barcelona fue a echar un trago más de cava, pero bebió agua. El Real Madrid cambió la fiesta por el drama cinco días después de la victoria azulgrana en la Copa del Rey, y después de asistir a los fastos por el título que no consiguió. En toda la cara. Eso no escuece, quema. Eso no duele, perfora. De ahí la imponente victoria blanca en el clásico baloncestístico de la Euroliga, en un partido donde el bochorno cambió de barrio en una competición en la que los blancos aspiran a la conquista del cetro y en la que los barcelonistas hace tiempo que saben que están fuera. Su guerra es otra, como se evidenció en un pésimo arranque que arrastró durante el resto de la contienda, aliñada por la ausencia por lesión de varias piezas esenciales.
Era evidente que la euforia era azulgrana, y el escarmiento, madridista. Ya desde el primer segundo se vio que iba a zamparse el pastel con velas incluidas ante un rival que experimentó la gloria copera antes de volver al bochorno de la Euroliga. Pronto acabó el ambiente festivo gracias a que el Madrid llegó a estar 20 puntos por delante en el primer acto tras proteger su canasta y profanar la contraria. Ante ese panorama, Jaycee Carroll encontró similitudes con el parqué de su casa en el del Palau Blaugrana. Diez de los 20 puntos iniciales del Real Madrid salieron de sus manos. Tan cómodo se encontró, que sólo le faltó elegir una alfombra para vestir su actuación sobre la pista, sin resistencia barcelonista (salvo por los triples de Adrien Moerman y Sasha Vezenkov) en el prólogo. Mientras tanto, Facundo Campazzo fue agigantándose a medida que el Barça se hacía minúsculo.
Sin Ribas, Sanders ni Oriola
De acuerdo, la batalla barcelonista no está en la Euroliga, donde sólo falta que cierre la puerta de salida y diga adiós muy buenas. Sabe que no tiene nada que hacer. Encima, ayer se acumularon las bajas de Pau Ribas, Rakim Sanders y Pierre Oriola, que se unieron a la de Kevin Seraphin. Encima, apareció una flojera en las muñecas cada vez que intentaban encestar (19 de 33) o cuando debían recoger un rebote, su gran laguna anoche.
Aquello era una resaca interminable, de esas que no se van ni con una tortilla de ibuprofenos. De hecho, cada canasta madridista taladraba el hipotálamo azulgrana. Sin embargo, los jugadores sanos y recuperados de la jarana copera sabían que es obligatorio cuidar el orgullo. El que desapareció con Sito Alonso y que de repente recuperó Svetislav Pesic en 10 días de gloria como quien encuentra un billete de 50 euros caminando por la calle. No es cuestión de que desaparezca así, sin más. De ahí su reacción, valiente aunque estéril.
Y es que el Madrid apagó la música de la fiesta, encendió las luces y se llevó el pastel. Si ya venía enrabietado por la derrota en la Copa del Rey cinco días antes, sólo le faltaba leer los carteles que decían Som campions en cada rincón y asistir al ofrecimiento del título al personal del Palau. Por eso se limitó a gestionar su renta y, con el rival tendido, a incrementarla.
Sí, el Barcelona llegó a recortar distancias mientras echaba mercromina a sus heridas reabiertas, pero los blancos tenían todo bajo control con Campazzo a la batuta en una exhibición sensacional cada vez que dirigía la banda con el balón. Para hacerse una idea, el único espectáculo local de anoche fue una artista que hizo acrobacias con una escalera en un intermedio.
Nada pudo hacer Juan Carlos Navarro, proclamado líder en el proyecto de Pesic, ni tampoco un resucitado Vezenkov, desdeñado por Alonso. Por si fuera poco, se toparon cada vez que sacaban la cabeza del agujero con Carroll (18 puntos) y Campazzo (11 puntos y nueve asistencias), hasta que el Madrid alcanzó la máxima diferencia, 32 puntos. La camiseta barcelonista era más grana que azul, faltaban energías y sobraba vergüenza. La primera derrota con Pesic al frente, hombre entrañable tras días de penurias, viene a recordar que el Madrid es un rival imponente que no ha olvidado qué es encestar. Y que para volver a degustar cava, antes habrá que engullir agua.