El BCE teme una guerra de divisas con EE UU y prepara la retirada de estímulos

No hay forma de saber lo que pasa por la cabeza de Mario Draghi, jefe del Banco Central Europeo y figura capital en la gestión de la crisis en Europa. Pero hay tres maneras de acercarse a las estrategias que maneja el italiano: sus ruedas de prensa, donde demuestra tener un talento natural para la política —y no solo para la política monetaria—; sus discursos, en los que desarrolla las ideas económicas propias de un banquero central —absténganse, si quieren un consejo gratis— y últimamente las minutas de las reuniones del consejo de gobierno del BCE, en el que empezará a sentarse el ministro español Luis de Guindos a partir de junio.

El Eurobanco reveló este miércoles las minutas del sanedrín de enero, que cuentan tres historias. Una: el BCE creía hace solo unas semanas que aún es pronto para cambiar el lenguaje acerca de los estímulos, a pesar de que los halcones aprietan cada vez más. Dos: puede haber un cierto endurecimiento pronto, en marzo. Y sobre todo tres: la eurozona cree que la debilidad del dólar obedece a un plan deliberado de la Administración estadounidense. En plata: Draghi teme una guerra de divisas si Washington sigue por ese camino, tal y como explicó a la prensa después de esa reunión.

Draghi acusó veladamente a Steven Mnuchin, secretario del Tesoro norteamericano, de hacer declaraciones para debilitar el dólar y dar así un aventón a la economía norteamericana —si el dólar se deprecia con respecto al euro las exportaciones estadounidenses son automáticamente más competitivas que las europeas—. Esa agresividad verbal está absolutamente prohibida entre los responsables de la política económica de las grandes potencias para evitar alteraciones del tipo de cambio. «Explicar la debilidad del dólar no es sencillo, dada la fortaleza de los datos recientes publicados y las perspectivas de política fiscal y monetaria de Estados Unidos», dicen las actas.

En otras palabras: Draghi acusa a Estados Unidos de manipular el mercado de divisas, y su consejo de gobierno debatió acerca de eso en enero. El dólar se ha dejado casi un 3% con el euro en lo que va de año; en las últimas semanas ha tocado máximos de tres años. Si el euro se sigue fortaleciendo, el trabajo de Draghi es más difícil: en primer lugar, las exportaciones europeas son menos competitivas. Pero sobre todo las condiciones financieras son más duras y a la inflación le cuesta más recuperarse para llegar al ansiado «por debajo pero cerca del 2%», mandato que el BCE incumple olímpicamente desde hace un lustro.

Estados Unidos puede hacerle daño a Europa por el flanco del tipo de cambio. Pero la bajada de impuestos de Donald Trump también preocupa: es posible que la Reserva Federal suba los tipos de interés más rápidamente si Washington sigue adelante con esa rebaja fiscal, lo que provocaría un mayor desajuste entre las políticas monetarias de los dos grandes bancos centrales del mundo. Estados Unidos lleva ya varias subidas; en Europa no se esperan alzas del precio oficial del dinero hasta bien entrado 2019.

Draghi está ante un dilema. La economía europea crece al mayor ritmo en 10 años. La banca se ha repuesto. El paro ha caído al 8% y en algunos países —con Alemania a la cabeza— el mercado laboral está en condiciones de pleno empleo. Y sin embargo ni los salarios se recuperan ni la inflación termina de subir. Los halcones del consejo —encabezados por los alemanes— hace tiempo que reclaman una normalización de la política monetaria: una subida de los tipos de interés oficiales —hoy en negativo— y sobre todo una retirada rápida de medidas como las compras de activos, una especie de anatema para los más ortodoxos. Draghi se ha negado hasta ahora a tocar el pedal del freno con contundencia: lo hace con sumo cuidado, consciente de que la Gran Crisis tiene siete vidas y la recuperación puede descarrilar. Al cabo, la inflación no está donde debería. Pero las minutas del Eurobanco dejan claro que ese debate está ahí: el lenguaje utilizado «podría ser revisado» en las próximas reuniones.

A finales de enero, a los consejeros les parecía «prematuro» e injustificado, aunque se barajó retirar del comunicado la posibilidad de posibles aumentos del volumen de compra de bonos si la situación empeora. Ese debate volverá incluso antes de que Guindos aterrice en Fráncfort. A Draghi le queda año y medio en el cargo, y su mayor obsesión es contener las presiones y no precipitarse en la retirada de estímulos. Pero las actas del consejo dejan claro que el jefe del BCE se verá obligado en los próximos meses a dar comienzo a esa tarea; primero, con menos compras de activos, y en 2019 probablemente con las primeras subidas de los tipos de interés. Será su sucesor quien prosiga con la normalización de la política monetaria. Se especula con dos nombres: el alemán Jens Weidmann y el francés François Villeroy de Galhau. Si el próximo presidente del BCE es Weidmann, la salida de los estímulos se precipitará: el jefe del Bundesbank ha votado sistemáticamente en contra —y sistemáticamente se ha quedado solo— de las decisiones de Draghi. Si es el francés Villeroy de Galhau, cabe esperar más continuidad.

Ese debate será clave en los próximos meses en Europa. Simplificando mucho, a los países más endeudados —España, Italia, Francia— les conviene la continuidad; los acreedores —Alemania, Holanda— quieren subidas de tipos de interés y el fin de las compras de bonos. Eso dependerá en gran medida de la personalidad del sucesor de Draghi. Aunque algunas voces abogan ya por un cambio de mandato en el BCE para que, sea quien sea el inquilino del despacho del presidente, no haya un exceso de ortodoxia. «El BCE necesita acercarse a la Reserva Federal de Estados Unidos y para ello habría que incorporar a su mandato, además de la estabilidad de precios, el empleo», se ha destapado hoy Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo, ante un grupo de periodistas. «Habría que cambiar los tratados, pero a medio plazo darle al BCE un mandato como el de la Fed sería óptimo», ha añadido. Draghi, italiano como Tajani, lleva años oponiéndose con fiereza a ir por ese camino. Pero el Gobierno de Mariano Rajoy la apoyó en un documento sobre la reforma de la Unión Económica y Monetaria que firmaba la Oficina Económica de Moncloa en 2015.