Javier Fernández consigue un histórico bronce olímpico

Desde aquel muchacho desgarbado y despeinado que se marchó de Madrid con 17 años han pasado casi una década. Una década prodigiosa porque Javier Fernández ha encadenado campeonatos de Europa, seis, Mundiales, dos, y por fin, por fin, una medalla olímpica. Un bronce extraordinario. Javier Fernández ya lo tiene todo. Y con él, el patinaje español.

Tiene carisma, entrega, esfuerzo, ternura, agilidad, velocidad, dulzura, seguridad, un programa casi perfecto y una seguridad y capacidad de reacción que ha cultivado con el paso de los años.

En un deporte que castiga la edad y que se ha vuelto más robótico que nunca por la necesidad artificial de incluir saltos imposibles, Fernández ha vuelto a demostrar qué es en realidad el patinaje. Es madurez, es dificultad controlada y, sobre todo, arte. Son los ingredientes que ha impuesto sobre la pista de Pyeongchang para lograr por fin lo único que le quedaba por conquistar, el podio olímpico.

Partía con una segunda posición lograda con el programa corto del viernes. Y el sábado, se puso el traje del Quijote para atrapar esos molinos de viento que en Sochi habían sido gigantes. Una cuarta plaza hace cuatro años que escoció porque fue un error propio de un patinador de altísima calidad. Pero la medalla, quizá, tenía que llegar cuando Fernández superara esa barrera y se elevara a la categoría de excelente. Después de interpretar a un magnífico Chaplin, se adueñó de la piel de Alonso Quijano para domar sus locuras y llevarlas hasta el podio.

Siguió imbatible Yuzuru Hanyu, que había mostrado su gran estado de forma con una nota de récord en el programa corto y volvió a demostrar por qué fue campeón olímpico en Sochi y por qué lo es de nuevo en Pyeongchang. Un programa inmaculado, controlado de principio a fin y con una ejecución de los saltos impecable, llevaron al japonés a lo más alto. Una lección de contención artística y un programa casi perfecto -tuvo un par de desequilibrios que lo hicieron un poco humano- para el rival y compañero de entrenamientos del propio Fernández.

Como hace varios campeonatos, el sorteo deparó que el español saliera detrás del japonés, lo que no siempre es bueno porque en la retina de los jueces ha pasado una auténtica barbaridad de programa.

Y a pesar de la madurez, a Fernández también le atacaron los nervios. Consciente de que cuatro años más sería una locura aguantar, estos parecen ser sus últimos Juegos, la última oportunidad para bailar sobre el hielo y atrapar esa medalla gloriosa. Por eso le faltó algo de definición en algunos de sus saltos. Sin embargo, había renta y, sobre todo, una calidad descomunal para brillar sobre el hielo que ha perfeccionado de la mano de Brian Orser desde hace siete años.

Y su sensibilidad, su saber estar, su seguridad apenas deslucida por un par de detalles le otorgaron por fin lo que el patinaje le debía: una medalla olímpica para un palmarés extraordinario. Se situó segundo a falta de la salida de Shoma Uno, el último participante. Y este, le arrebató la plata con un programa muy bueno. No obstante, es Javier Fernández bronce olímpico. Javier Fernández es el patinaje.