Educar en la Fe XVI: El sacramento de la Unción de los enfermos

El sacramento de la unción de los enfermos es un sacramento instituido por Jesús, el hijo de Dios, por el cual la Iglesia, mediante la unción del óleo santo y la oración del sacerdote, encomienda a Dios a los enfermos que comienzan a estar en peligro de muerte, por falta de salud o por enfermedad, para que Dios les conceda la salud del alma y, si les conviene, la del cuerpo. Jesucristo, que durante su vida terrena curó a muchos enfermos con gestos y palabras, instituyó este sacramento enviando a los apóstoles a predicar y les dio poder para curar a los enfermos: “Ellos ungían con aceite a los enfermos y los curaban” (Mc 6, 12-13). Y antes de subir al cielo dice de los apóstoles: “Los que crean en mi nombre… impondrán las manos a los enfermos y se curarán” (Mc 16, 18).

Ya en el Antiguo Testamento, el hombre experimentó en la enfermedad su propia limitación y, al mismo tiempo, percibió que ésta se hallaba misteriosamente vinculada al pecado. Los profetas intuyeron, incluso, que la enfermedad podía tener también un valor redentor de los pecados propios y ajenos. Por eso los hijos de Israel en sus enfermedades imploraban de Dios la curación.

La compasión de Jesús hacia los enfermos y las numerosas curaciones realizadas por Él son una clara señal de que con Él había llegado el Reino de Dios y, por tanto, la victoria sobre el pecado, el sufrimiento y la muerte. Con su pasión y muerte, Jesús da un nuevo sentido al sufrimiento. Todo sufrimiento, unido al suyo, puede convertirse en medio de purificación y salvación, para nosotros y para los demás.

La Iglesia, habiendo recibido del Señor el mandato de curar a los enfermos, se empeña en el cuidado de los que sufren, acompañándolos con oraciones de intercesión. Pero, además, los ayuda con un sacramento especifico, instituido por Jesús mismo y atestiguado por Santiago: ¿”Enferma alguno entre vosotros? Llamad a los presbíteros de la Iglesia para que oren por él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor: y si se halla con pecados, se le perdonarán” (St 5, 14-15).

El sacramento de la unción de los enfermos lo puede recibir cualquier fiel que comienza a encontrarse en peligro de muerte, bien por enfermedad, bien por vejez. Una misma persona puede recibirlo también otras veces, si se produce un agravamiento de la enfermedad o bien si, una vez curado, vuelve a presentársele otra enfermedad grave. La celebración de este sacramento debe ir precedida, si es posible, de la confesión individual del enfermo. El sacramento de la unción de los enfermos sólo puede ser administrado por el obispo y los presbíteros.

La celebración del sacramento de la unción de los enfermos consiste esencialmente en la imposición de las manos, la oración por el enfermo y la unción con óleo, bendecido si es posible por el obispo, sobre la frente y las manos del enfermo. En algunos ritos católicos de Oriente también se ungen otras partes del cuerpo en otros ritos.

El sacramento de la unción confiere una gracia particular, que une más íntimamente al enfermo a la pasión de Jesús, para bien suyo y de toda la Iglesia, otorgándole fortaleza, paz, ánimo y también el perdón de los pecados, si el enfermo no ha podido confesarse. Además, este sacramento concede a veces, si Dios lo quiere, la recuperación de la salud física. En todo caso, esta unción prepara al enfermo para pasar a la casa del Padre.

El viático es la eucaristía recibida por quienes están por dejar esta vida terrena y se preparan para el paso a la vida eterna. Recibida en el momento del tránsito de este mundo al Padre, la comunión del Cuerpo y la Sangre de Jesús, muerto y resucitado para nuestra salvación, es semilla de vida eterna y poder de resurrección.