Crítica de cine de El hilo invisible: El buen gusto y el mal sabor

Ese hilo fantasma, invisible, al que hace referencia el título se refiere sin duda al que utiliza ese notable director, Paul Thomas Anderson, para coser la relación entre los tres personajes de este relato, un hombre dedicado a su obsesión por la elegancia femenina, su hermana dedicada a limpiarle el camino de impurezas y una mujer que llega al camino para alicatárselo de mundo, demonio y carne.

Aparentemente, Anderson propone una panorámica visualmente espectacular sobre la moda de mediados del siglo pasado y sobre los rituales para adornarse por fuera, pero lo esencial, lo mejor de la película, es el modo en que este director tan sumamente malicioso engalana por dentro a sus personajes, y muy profundamente al protagonista, Reynolds Woodcock, de quien conocemos hasta el menor detalle de su personalidad tras el apoteósico retrato que la cámara de Anderson nos brinda como si fuera un pincel: cómo se viste, cómo se peina, cómo mira a «sus» mujeres, cómo persigue lo que quiere y cómo alterna con maestría la distancia larga y corta…, y todo ello volcado sobre la interpretación de Daniel Day Lewis, un actor sublime que vive incrustado en sus personajes como un caracol en su concha y le otorga a este diseñador obsesivo una complejidad y un alma laberíntica que no es nada fácil detectar, entender, con una cabeza en reposo, sin oleajes, y tanto produce irritación, como admiración, como incluso amargor y pena.

Pero estamos en una película de Paul Thomas Anderson, ese tipo malicioso que hizo «Magnolia», «Boogie Nights», «Pozos de ambición» o «The Master», y hay que esperar, por lo tanto, que su historia nos provea de al menos una gota de colirio sulfuroso que pique a rabiar y utiliza para ello a los dos personajes femeninos (la hermana, Lesley Manville, tiene un peliculón ella sola), y especialmente el que interpreta Vicky Krieps, la amante, el adorado tormento, ese punto de perversidad, de veneno, que necesita el cine de Thomas Anderson, el ardor entre el frío… Lo justo para voltear todo lo que creíamos haber visto. Mentira: «El hilo invisible» nos cuenta otra cosa, más profunda, más oscura, más temible.