Demostración de fuerza de las autoridades iraníes para contrarrestar las protestas del hambre

Las calles de las principales ciudades del país, vacías de manifestantes críticos esta mañana, se llenaron de eslóganes en el sentido contrario. Estas marchas fueron organizadas por el ala rigorista de poder, en gran parte clero. Sus representantes militares, los Guardianes de la Revolución -leales al Líder Supremo, Ali Jamenei-, declararon este miércoles»el fin de la sedición». Si bien con una magnitud menor que en días anteriores, varias localidades del centro y este de Irán, entre las más pobres, volvieron a presenciar protestas.

«¡La sangre dentro de nuestras venas es un regalo para nuestro líder!», «¡No dejaremos a nuestro líder solo!», gritaban los pro sistema, portando grandes banderas iraníes y fotografías de Jamenei, quien, desde 1989, tiene la última palabra en todas las cuestiones de Estado. Quienes marchaban, por millares según podía apreciarse en la extensa cobertura de la televisión estatal, acusaban a EEUU, Israel y el Reino Unido de incitar los disturbios. Gritaban: «¡Los alborotadores sediciosos deberían ser ejecutados!».

No casualmente, estas marchas se organizaron en la ciudad kurda de Kermansha, capital de una región con un desarrollo económico precario y víctima de un devastador terremoto reciente, en Ilam, capital de una de las provincias con mayor tasa de desempleo del país de acuerdo con estadísticas o en Qom, una de las sedes del poder clerical. Según explicó a EL MUNDO Zeynab, una simpatizante de estas marchas, el objetivo era doble: respaldar el sistema de la República Islámica, pero exigiendo nuevas políticas económicas.

«Nuestro pueblo demanda del Gobierno, como todos los pueblos del mundo», explicó Zeynab. «En principio fueron económicas», añade, destacando el alza de los precios y la indignación por la quiebra de una serie de instituciones financieras ilegales, e obviando otras críticas económicas oídas estos días como el dispendio en mantener influencia en Líbano o Palestina o la dedicación presupuestaria «excesiva» a las instituciones religiosas. «Se debe responder a estas demandas, pero el Gobierno ha actuado pobremente», critica Zeynab.

Tal es la línea que ha seguido gran parte del ala clerical del poder, que desde hace meses ha usado la frágil situación económica como ariete para arremeter contra el Ejecutivo del pragmático Hasan Rohani. El periódico New York Times publicó ayer que el ayatolá Ahmad Alamolhoda, que lidera los rezos del viernes en Mashad, ha sido convocado por el Consejo Supremo de Seguridad Nacional para explicar su rol en el origen de las protestas, hace hoy justo una semana. La oficina del clérigo tilda de «rumor» tal información.

Una vez las protestas se extendieron por todo el país, con eslóganes contra los mismos rigoristas, y los choques violentos con las fuerzas de seguridad empezaron a dejar muertos -ya suman más de 20, incluidos tres miembros de la Inteligencia en la localidad occidental de Piranshahr ayer-, el poder rigorista perdió el control de la narrativa. Fue entonces cuando el Líder Supremo señaló anteayer a «enemigos de Irán» extranjeros entre los indignados. En esta línea, la marcha de ayer sirvió para reconducir el discurso del clero.

En la misma jornada, la Guardia Revolucionaria dio por zanjada la «sedición», una palabra ya usada en el pasado contra manifestantes críticos con el sistema. El comandante en jefe del cuerpo, el general Mohamed Ali Yafari, aseguró que muchos de quienes participaron en las protestas desde el 28 de diciembre eran «antirevolucionarios» y personas entrenadas por los «monafequin», una término para referirse al grupo armado de corte marxista Muyahidin del Pueblo. Dijo que se actuaría con firmeza contra ellos.

Yafari, citado por la agencia conservadora Tasnim, consideró que escenas «que buscaban provocar bajas» tuvieron lugar en las ciudades de Qahdariyán, Izé y Nayafabad, y dijo que sus fuerzas se han desplegado en las provincias de Isfahán, Hamadán y Lorestán. Cifras oficiales elevan a más de 450 el número de detenidos durante la oleada de protestas, la mayoría en Teherán. Según Yafari, en estas han participado «no más de 15.000 personas» en total -no existen recuentos independientes- y, en la más voluminosa, 1.500 personas.

La mayoría de observadores cree que estas protestas han puesto toda la presión en la Administración Rohani, que, tras no haber tenido éxito en la recogida de frutos del acuerdo nuclear de 2015 – pese al levantamiento de sanciones, el temor a que EEUU castigue con nuevas sanciones ha disuadido a inversores extranjeros -ahora se enfrenta a un obstáculo más: este mes, Donald Trump debe decidir si prolongar o no el alzamiento de sanciones a la exportación de petróleo-. Ayer, implícitamente, dio muestras de no querer extenderlo.