Las 18 monjas ‘todoterreno’: 4 toneladas de miel, vino rosado, rezos, hacen casullas… y cantan en los trenes

En un pequeño pueblo del sur de Francia, las Canonesas de la Madre de Dios muestran cómo el ora et labora se traduce en una comunidad activa, alegre y siempre al servicio de la Iglesia

«Admiro mucho a las monjas, me parecen increíbles, son como ciudadanas celestiales», dijo recientemente la artista española Rosalía. Y aunque la cantante no se refería a ninguna congregación en concreto, sus palabras cobran un sentido particular en un rincón del sur de Francia, en Azille, donde 18 canonesas de la Madre de Dios viven entre oración, trabajo y estudio.

Ellas mismas se describen como «una pieza musical en la que las notas son muy diferentes, pero suenan en perfecta armonía». Una imagen que resume su vida comunitaria: distintas personalidades, un solo corazón. Todo impregnado del carisma agustiniano que las define desde que los canónigos regulares adoptaron la Regla de San Agustín en el siglo XII.

Un tiempo para cada cosa

Su vida gira en torno a una búsqueda: la de Dios. Lo hacen a través del estudio, pero sobre todo en la oración comunitaria, en torno al altar o en el silencio del coro. Para una canonesa, la liturgia es el corazón del día: de la Misa brota todo, también su apostolado.

Su jornada está marcada por la oración litúrgica. A las 5:35 suena el despertador; a las seis, maitines, lectio divina y oración. Después, laudes, tercia y la misa conventual. El trabajo llega después, antes del almuerzo y de la pausa del mediodía. Por la tarde, estudios, labores, adoración, vísperas y al caer la noche, completas. Un ritmo antiguo, casi musical, que organiza el tiempo y lo consagra.

Aunque no son benedictinas, su vida podría definirse también por el ora et labora. Las 18 canonesas de la Madre de Dios combinan la oración con el trabajo manual: cultivan la tierra, cuidan los huertos, cosechan aceitunas, confeccionan sotanas y transforman los productos del campo en jarabes, mermeladas y miel. De hecho, su ‘pequeña’ producción apícola alcanza hasta cuatro toneladas al año.

Una de las monjas embotellando la miel que producen sus abejas

Una de las monjas embotellando la miel que producen sus abejas

A esa labor se suma su vino rosado, elaborado para acompañar las grandes celebraciones familiares o las reuniones sencillas entre amigos. No falta tampoco el trabajo cotidiano —cocinar, coser, lavar la ropa, cuidar la sacristía—, porque en su monasterio cada hermana tiene un papel. Monjas ‘todoterreno’, podría decirse: igual recolectan miel o diseñan etiquetas de vino que sacan tiempo, incluso en el trayecto de un tren, para cantar en el vagón. Así lo mostró un usuario en X, sorprendido por la naturalidad con la que estas religiosas llenaban de armonía un simple viaje.

Más allá de la clausura, la comunidad también responde a necesidades apostólicas: acompañan a jóvenes y familias, participan en campamentos y peregrinaciones y reciben visitantes que buscan silencio, oración o acompañamiento espiritual. En cada encuentro, buscan hacer visible el rostro maternal de la Iglesia, siguiendo el ejemplo de la Virgen María. Una comunidad, una familia, un solo corazón y una sola alma, vueltos hacia Dios y siempre al servicio de la Iglesia.