«Mi hermano Javier suspendía siempre Religión, ¡y ahora le quieren hacer santo!»

Entrevista a Fernando Sartorius, el «entrenador personal de las estrellas» y hermano del monje Javier Sartorius

Era tenista y aristócrata, pero lo dejó todo para hacerse monje. Murió a los 44 años, poco antes de ordenarse sacerdote. Está en proceso de canonización, y en unos días se estrena en cines una biopic sobre él

Fue el primer entrenador personal de España, y su experiencia ha servido para cincelar los cuerpos de Tom Cruise, Salma Hayek, Elsa Pataky o las vigilantes de la playa, porque se ha pasado media vida en Los Ángeles entrenando a famosos. Pero Fernando Sartorius Milans del Bosch no viene hoy para hablar de calorías, músculos, abdominales y dominadas, sino de su hermano Javier Sartorius (1962-2006), del que el próximo 12 de septiembre se estrenará en los cines una biopic que repasa la vida del joven tenista y aristócrata que dejó todo para hacerse monje: Solo Javier.

«Éramos uña y carne», confiesa Fernando con un eco de melancolía. «El 21 de junio de 2006 me llamó mi hermana al móvil para decirme que acababa de morir. No me lo podía creer…», rememora.

– Tan uña y carne eran que se marcharon los dos juntos a Estados Unidos a estudiar la carrera de Empresariales, ¿verdad?

– Así es. Mi padre estaba desesperado porque ya nos habían echado de tres colegios y nos dijo: Mirad, en dos meses os marcháis a Estados Unidos.

– De tres colegios nada menos…

– Sí; de los jesuitas, de otro en El Escorial y de una academia.

Fernando Sartorius ha regresado a Madrid después de vivir la mitad de su vida en Estados Unidos

Fernando Sartorius ha regresado a Madrid después de vivir la mitad de su vida en Estados Unidos Daniel Vara

– Y allá se fueron los hermanos Sartorius de 17 y 18 años, a hacer las Américas..

– Nos llevábamos once meses y hacíamos todo juntos. Teníamos una beca de tenis para estudiar en la universidad de Estados Unidos, porque lo único que hacíamos bien era el deporte. Teníamos una autoestima muy baja porque, en la familia y en el entorno en el que crecimos, lo prioritario era el estudio. En esa época, el deporte y el ejercicio no eran como ahora: era algo que se hacía para socializar en el típico club pijo como el Puerta de Hierro, y nada más.

– ¿Y quién era el más tremendo de los dos, el que tenía las malas ideas?

– ¡Javier, Javier!

– Llegan a Estados Unidos y comienzan la universidad…

– Veníamos de estudiar en los jesuitas, que no era fácil. La universidad en Estados Unidos en esa época estaba tirada y empezamos a aprobar. Entonces mi madre dijo que había sido por la Virgen de Lourdes… Eso nos devolvió la autoestima poco a poco, porque estábamos en el equipo de tenis, en competiciones, etcétera.

Lo que pasó es que nuestra vida cambió después de graduarnos porque mi padre quería que siguiéramos estudiando, que tuviéramos una maestría, un MBA, pero no queríamos estudiar más, así que nos cortó el grifo económico y nos tuvimos que buscar la vida.

No practicantes

– Y vosotros, a nivel religioso, ¿cómo erais? Entiendo que habíais recibido una formación religiosa, pero, ¿algo más?

– No éramos practicantes. Pero, de alguna manera, buscábamos la figura de padre que no tuvimos en la infancia. Éramos espíritus libres, inquietos. Lo que teníamos era disciplina. Empezamos a vender aspiradoras de puerta en puerta en Dallas, Texas. Esa fue la primera experiencia que nos puso en contacto con la calle americana. Porque nosotros tuvimos una educación en la calle.

Empezamos a vender aspiradoras de puerta en puerta en Dallas porque mi padre ‘nos cortó el grifo’

Mi padre no tenía ni idea de lo que estábamos haciendo. Yo era el más diplomático de los dos hermanos, y me acuerdo de cuando mi padre me llamaba y me decía: Oye, Fernandito, ¿a qué os dedicáis entonces? Yo, para que no se preocuparan, le decía que estábamos vendiendo tecnología alemana. Entonces, mi padre súper orgulloso: Ah, fenomenal, porque los alemanes son una potencia y tenéis futuro y tal. A ver, pon a Javier al teléfono. Se lo pasaba y le preguntaba: Javier, ¿y tú qué haces? Y le respondía: Yo estoy vendiendo aspiradoras. Mi padre montaba en cólera: ¡Pásame a tu hermano ahora mismo! Oye, ¿tú no crees que le podrías encontrar un trabajo a Javier en tu empresa de tecnología alemana? O sea, que fue muy fuerte…

– Pero, por lo que he leído, vivíais bien: fiestas, diversión, dabais clases de tenis… Y acabasteis en los Hare Krishna…

– Yo fui el instigador. Empecé a leer un libro que es muy conocido en América y se llama Autobiografía de un yogui, de Paramahansa Yogananda. Eso nos puso en contacto con la reencarnación, y nos interesaba mucho. Había unos centros de meditación en Los Ángeles y empezamos a tomar contacto con la espiritualidad. Nos fuimos para allá y no nos pudimos creer lo que nos encontramos: era la América que habíamos visto en la televisión de pequeños. Tías rubias, el surf, la gente sin camisa… Nos hicimos de Dallas a Los Ángeles en tres días, en un coche destartalado. Fue toda una aventura. Nos sentíamos libres. América te daba muchas opciones comparado con España. Aquí, si no eras doctor, abogado y tal, no había salidas.

Era la América que habíamos visto en la televisión de pequeños. Tías rubias, el surf, la gente sin camisa…

– ¿Es entonces cuando tu hermano empieza a sentir un cierto vacío existencial?

– Todavía no. Empezamos a jugar al tenis profesional. Encontramos ahí un juego que se jugaba en una zona muy bohemia que se llama Venice Beach: el pádel. La verdad es que el deporte se nos daba siempre muy bien, y nos convertimos en figuras. Teníamos 24, 25 años. ¿Qué pasó? Que Javier y yo íbamos al centro de Paramahansa Yogananda en Los Ángeles, y empezamos a asistir a las charlas, a involucrarnos mucho con el programa que ellos tenían. Javier comenzó, claro, a rezar, a meditar en silencio. Había empezado a ir al gimnasio. Lo mismo que vas a un gimnasio para hacerte fuerte físicamente, él empezó a ir al gimnasio espiritual.

Yo soy entrenador personal, físico. ¿Cuáles son los ejercicios espirituales? El ayuno, el rezo, el silencio. Ayudar a los demás, a los pobres. Entonces, Javier empezó su metamorfosis espiritual y del alma. Fue cuando comenzó a ayudar a los sin techo. Era un tío guapete que tenía mucho éxito a nivel deportivo y a nivel personal. Javi y yo éramos como gemelos: dormíamos en la misma casa, las experiencias eran todas las mismas. Y dijo: A mí me encanta esto de ayudar a los pobres. Hay un pasaje en la Biblia que dice: Si quieres alcanzar el reino de los cielos, vete, deja la familia, vende todo lo que tienes y sígueme. Y él lo hizo literalmente, no siendo católico todavía.

Era el campeonato de Estados Unidos de pádel. Y me dijo: Me voy a comprar un billete de ida a Cuzco (Perú) con mi primo Billy, que estaba ahí de misionero, para servir a los pobres. Jugó, ganó el campeonato de Estados Unidos. Ganó a gente muy, muy, muy famosa en ese momento.

Estábamos andando a casa después del evento. Es que es como si fuera ayer… Agarró el trofeo y había un cubo de la basura. Lo tiró, y me dijo: Mira, macho. ¡Dios mío! Esto representa los valores del mundo. ¡No quiero esto! ¡Te quiero a Ti!

Agarró el trofeo y había un cubo de la basura. Lo tiró, y me dijo: Mira, macho. ¡Dios mío! Esto representa los valores del mundo. ¡No quiero esto! ¡Te quiero a Ti!

– No había dado aún, por tanto, el salto del budismo al cristianismo…

– Aún no. Fue cuando llegó a Perú. El quería dar la vida a los pobres. Se inmoló, porque era guapo y se hizo feo; tenía dinero y se hizo pobre.

Fernando Sartorius

«Javier se inmoló, porque era guapo y se hizo feo; tenía dinero y se hizo pobre», explica su hermano Fernando Sartorius Daniel Vara

– ¿Cómo cambió Javier durante el año en el que estuvo en Perú?

– De alguna manera, siempre buscaba la figura del padre… Tuvimos un padre que fue fantástico, pero no nos quería incondicionalmente… Mientras aprobáramos, mientras siguiéramos un esquema… Como no lo seguimos, de alguna manera nos retiró su afecto. Y no era un amor incondicional.

– Fue, por tanto, el año de su conversión, el año de descubrir a Dios como Padre…

– Sí, su conversión a la fe católica. Javier era un asceta espiritual. Fue a Perú con los deberes hechos: se levantaba a las cinco, había conquistado el ayuno, había conquistado el sexo, era el que se daba a todos… El hábito no hace al monje. Porque seas sacerdote no quiere decir que hayas conquistado nada, ¿verdad? Pero él sí.

Javier se inmoló, porque era guapo y se hizo feo; tenía dinero y se hizo pobre.

– Erais uña y carne… ¿No le acompañaste en esta etapa peruana?

– Hice una intentona de ir ahí, porque yo estaba un poco perdido, y duré tres semanas. Dije: No, lo mío no es esto.

– Vamos a dar un salto en el tiempo, hasta el santuario de Lord, en el Pirineo de Lérida. ¿Qué le lleva hasta allí?

– Él descubre Lord porque estaba en el seminario de Toledo y, de alguna manera, sentía que había mucho ruido. Él, lo que estaba buscando, era algo más monástico. Tenía un amigo que conoció en Perú, Jordi Bosch, quien le habló de un lugar en mitad de las montañas, donde existía una comunidad. Se fue hasta allí haciendo autostop; tardó tres días.

«Dos balas perdidas»

– Un inciso: imagino que, en el momento en el que te contó que le estaba dando vueltas a lo de ser sacerdote, te descolocaría…

– A muchos, muchos familiares que tengo sí les sorprendió, pero es que yo viví el proceso, yo viví la transformación. Estábamos medio colgados, porque ten en cuenta que Javier y yo salimos del sistema; éramos dos balas perdidas. ¡La paradoja de todo es que, de pequeño, suspendía la Religión todo el rato y ahora le quieren hacer santo! A mí me cateaban la Educación Física porque no llegaba al potro, porque soy pequeño. Y ahora yo escribiendo libros de entrenador personal y, Javier, santo…

– Volvamos al santuario de Lord.

– Lo vais a ver en la película: Cuando llegó, tocó a la puerta, le abre un sacerdote mayor y le dice: ¿Quién es? Y él responde: Javier. El sacerdote le volvió a preguntar: ¿Javier qué? Y él contestó: Sólo Javier, porque no quería dar sus apellidos.

– Solo Javier, que es el título del documental sobre tu hermano que se estrena la semana que viene…

– Claro. Él, lo que quería de alguna manera decir era: No soy nadie. Quiero partir de cero. No quiero los títulos del mundo. No quiero que se me conozca por mi pasado. Soy Javier.

– ¿Cuánto tiempo pasó en Lord?

– Unos siete años. Estaba feliz. Cuidaba de los rebaños, aprendía de los pastores, estaba descubriendo cómo labrar la tierra… Se volvió muy inocente, pero nunca dejó de ser él.

«Se volvió a enamorar»

– Pues, por lo que cuentas, parece que había tenido un gran cambio…

–La esencia no cambia. Las personas no cambian. Aunque tengas un cambio físico o espiritual, la esencia permanece, es genética. La esencia eres tú. Javier para mí no cambió; solamente que eligió un camino que le hacía feliz. Se volvió a enamorar otra vez, y fue consecuente con sus ideas.

– Era una vida totalmente distinta a la que estaba acostumbrado. ¿Te llegó a confesar sus dificultades, sus dudas?

– Claro. Yo le preguntaba de todo. Le decía: ¿Y el sexo?

– No te andabas con rodeos; ibas a lo directo…

– No, a lo directo, no; a lo que importa, a lo que la gente no quiere hablar pero que piensa. Todos tenemos una fachada. Pero mira, tenemos cuatro o cinco cosas en la cabeza: la tentación, el sexo, el dinero, la ambición…

– ¿Y él que te respondía?

– Él me decía que era una lucha. Atleta es el que lucha por un premio. Es como yo, que soy entrenador personal. Si tú no has entrenado en la vida, te digo: Tranquilo, vamos a empezar poquito a poquito. Al principio no notas nada. Como me decía él: Rezas y no sientes la presencia de Dios. Pero sigues y sigues meditando, y sigues haciendo ejercicios espirituales, y te levantas a las cinco, y empiezas a conquistar la carne, que se dice. Poco a poco, como entrenador, te empiezas a sentir mejor. Te cabe mejor la ropa, ¿no? Pero tienes que seguir regando la semilla de la espiritualidad. Lo único que te pide Dios, Jesucristo, es que sigas regando. Tú tranquilo, no vas a ver una planta. No te vas a convertir en San Francisco de Asís en tres días.

La enfermedad de Crohn

– Pero tú si veías como él cambiaba…

– No cambiaba su esencia. Es como si yo te digo que cambias porque empiezas a tener más músculo. ¿Cuál es su músculo espiritual? Empiezas a perder miedos. Él era un hombre al que, poco a poco, no le daba miedo nada. También lo veréis en la película: cuando tuvo una enfermedad muy incómoda, la de Crohn; se estaba todo el día cagando, perdía líquidos y estuvo un año en hospitales. ¿Y cómo llevó esa crisis? Siempre pensando en los demás, siempre no pensando en su problema. Fue para mí como el colofón, la prueba de que has llegado.

– ¿Crees que le veremos pronto como santo?

– Me da igual. No es un título. Tú en la vida dejas lo que eres, no lo que tienes. Todos somos Javier. ¿Qué quiere decir ser Javier? Que tú anhelas sentir la vida a un nivel más alto. La mística. Lo otro es un coñazo. Cuando tienes cierta edad lo has vivido. Las mujeres, el bar, la cena, la familia. Eso es, como digo yo, viajar en turista y no en primera clase.

– ¿Y qué es lo que dejó Javier?

– Javier dejó un ejemplo de amor. Un ejemplo de un camino que pasa por entregarte a los pobres, Pero no solamente a los pobres materiales, sino a los pobres de espíritu. Que en cuanto más te olvidas de ti mismo, más feliz vas a ser. Lo que pasa es que ha puesto el listón muy alto, pero cada uno en nuestro entorno tiene que ser Javier.

– Me imagino que ya habrás visto el documental.

– Sí, yo lo he visto. Te deja como una especie de poso, de elevación, que de repente sales un poco como emocionado, porque sabes que es la verdad…

– Qué curioso… ¿Sabes quién dijo esa misma frase que acabas de decir, la de «es la verdad»?

– Pues no lo sé…

– Santa Teresa Benedicta de la Cruz, también llamada Edith Stein, cuando leyó las obras de Santa Teresa de Jesús de un tirón, en una noche. Cuando cerró el libro, afirmó: «Esto es la verdad»…