Al Rey le importa un bledo que Sánchez le perdone, no le perdone, que corra, que no corra, que se lo lleven en volandas o amparado por su servicio de seguridad
La mesa del despacho del Rey no se asusta con los manotazos. El Rey, en privado, habla y discute con plena libertad. Me contó Adolfo Suárez que mantuvo duras conversaciones con El Rey, lo mismo que Felipe González. Con Aznar, menos, no por falta de coincidencia en los asuntos graves, sino por la imposibilidad de mantener una conversación fluida. Aznar le hablaba al Rey a su manera, en voz muy piana, y comiéndose la última sílaba, como Los Chalchaleros cuando cantaban. «Pedazo cielo en la tié/ orgullo de los paisá,/ descanso del caminán/ ombú de los tucumá», que es como se inicia la bellísima zamba ‘Debajo de la Morera’, o ‘Debajo de la moré’. Corría el año 1993, el año que dejó de ser Jefe de la Casa del Rey Sabino Fernández Campo. Visitó al Rey José María Aznar, líder de la oposición. Finalizada la audiencia, Sabino quiso enterarse del contenido de la charla. –¿Qué le ha dicho Aznar, señor?–; «Me ha dicho muchas cosas, muy susurradas. Y como estoy ‘teniente’ de un oído, no me he enterado de casi nada». El Rey discutió en privado con Zapatero y en menos ocasiones, con Rajoy. Cuando el punto de vista de un presidente del Gobierno choca con el del Rey, se discute, se habla, se eleva la voz y si hay que golpear la mesa, se golpea. –Adolfo, perdona el manotazo en la mesa. Estás autorizado a devolverlo–. Y Suárez golpeaba el tablero forrado en cuero de la mesa del Rey, y seguían hablando. Al final, un abrazo lo arreglaba todo.
No tengo noticias –sí algún comentario chismoso–, de las relaciones personales del Rey y Sánchez. Son mejorables. Y desde el ridículo de Sánchez en Paiporta, más mejorables aún. Las palabras que se se dedicaron no fueron pronunciadas en la estricta intimidad del despacho del Rey tratando un grave asunto de Estado. Como Sánchez ha sido convencido por su corte de cobistas y pelotas de que Alá se siente complacido cuando Sánchez le tutea, lógicamente tutea al Rey sin reparar si hay testigos de sus cambios de impresión. Y Sánchez no le perdona al Rey que éste mantuviera el tipo en Paiporta y no huyera como un Real conejo cuando él escapó de las iras de los afligidos como una temblorosa lagartija. Y en su primer encuentro, le afeó al Rey su falta de solidaridad.
«No te perdono que no te hayas ido conmigo»; «eso no se le hace a un presidente del Gobierno»; «no os voy a autorizar que vayáis a Chiva»; «si vais a Chiva le ordenaré a Marlaska que no te lleve a la Guardia Civil para protegerte». El Rey, por razones que no son necesarias destacar, está mucho mejor educado que el único español que no puede pisar la calle.
Un Rey no se estercola, y ante la injusticia, aguanta firme y da la cara. El Rey, no huyó, y eso a Sánchez le ha irritado. No se lo perdona. Eso se le hace a un presidente del Gobierno cuando éste, abandona su dignidad y se refugia en la fuga. Los Reyes han ido a Chiva, y sin la presencia de Sánchez, todo ha sido emotivo, humano y sincero. Y lógicamente, la Guardia Civil estuvo atenta y no tuvo que intervenir, porque la Guardia Civil no impide que la gente abrace a sus Reyes y les agradezca su presencia.
Cuando un político alcanza un nivel de rechazo popular que le impide pisar la calle, por mentiroso que sea, sabe que su final está cerca, por honesta y pulcra que sea su esposa, según ha declarado. El Rey se hizo más grande en el barro y Sánchez hizo el ridículo. Sucede que su dominio de los medios de comunicación, los oficiales y los subvencionados, los textos firmados y sin firmar, ocultan la realidad a una ciudadanía que se traga una vaca y recién tragada, pide otra para seguir sufriendo. Pero el «no te lo voy a perdonar», ahora mismo, carece de importancia. Al Rey le importa un bledo que Sánchez le perdone, no le perdone, que corra, que no corra, que se lo lleven en volandas o amparado por su servicio de seguridad. Al Rey le importa que España, el Estado, esté presente en la España destrozada por una riada mal interpretada y mal avisada que ahogó una amplia zona de nuestro territorio. El Rey siguió en su sitio, volvió a su sitio y Sánchez voló a Brasil acompañado de su mujer, invitada por Janja. Janja Lula de Silva, que no me lo invento.
Las relaciones no son las mejores. Pero nada que ver con los anteriores presidentes. Hasta Zapatero se mostraba educado. Y cuando un golpe hacía retumbar la superficie de la mesa del despacho del Rey, el Rey solicitaba otro golpe del golpeado. Es lo lógico cuando la estabilidad de una nación depende de un buen acuerdo.
¿Qué tal con Sánchez, Señor? –Pues ahí sigue, sin perdonarme–.