La otra invasión rusa: «Nos quitan trabajo y no respetan nuestras tradiciones»

El 13 de agosto de 2022, cuando las restricciones covid se relajaron, Putu, un conductor balinés, nos recibe en el aeropuerto Ngurah Rai, de Bali, con unas guirnaldas y una enorme sonrisa: «Son ustedes mis primeros clientes en dos años. Con la pandemia tuve que vender mi coche para que sobreviviese mi familia. Este es alquilado. Estoy muy feliz de que regrese el turismo. Para la isla ha sido terrible el covid. Aquí todos esperamos que China decida abrir las puertas y regresen sus turistas. Necesitamos que vuelva la gente para traer comida a nuestras casas. Corran la voz, los turistas aquí son bienvenidos«, explicaba entonces a El Confidencial.

Sin embargo, más que chinos, lo que ha llegado a Bali ha sido una enorme cantidad de rusos. Casi un año después, ese entusiasmo de acogida de Putu tiene ya matices: «Aquí se habla mucho de que los rusos están quitando trabajos a los locales y generando mucho jaleo. No tienen respeto por nuestras tradiciones y cultura. Incluso se han pegado con oficiales de policía. Nosotros estamos felices de que vengan turistas, pero también deben respetarnos«.

«Aquí se habla mucho de que los rusos están quitando trabajos a los locales y generan jaleo»

La situación entre la comunidad rusa y la población autóctona se ha complicado mucho. Tanto, que el gobernador de Bali, Wayan Koster, ha pedido al Gobierno de Indonesia que se recorten las visas a ciudadanos de origen ruso y ucraniano. «Estos dos están en guerra. Sus países no son seguros y acuden en masa a Bali. Muchos de ellos vienen aquí no por placer, sino para encontrar refugio o incluso para trabajar», dijo el dirigente.

La comparación ha molestado mucho al embajador de Ucrania en Indonesia, Vasyl Hamianin, que llamó al Gobernador para recordarle que su comunidad no está generando problemas. «Los ucranianos son buenos y obedientes ciudadanos. La pasada semana, los rusos cometieron, según datos oficiales, 56 infracciones de tráfico en Bali, por cinco de nuestros connacionales», aseguró el diplomático.

En todo caso, hay una regla universal que se cumple también en este caso: el turista que viene a gastar dinero es bienvenido, el inmigrante que viene a buscar trabajo lo es menos. Cada mes se calcula que llegan a la isla 20.000 rusos. También ha crecido el número de llegadas de ucranianos, aunque en proporción es mucho menor. En todo 2022, alrededor de 7000 ucranianos visitaron Bali.

El paraíso ruso

La frustración y críticas, por ahora, se centran en la comunidad rusa por su fuerte visibilidad. «Los rusos nos quitan la comida. Trabajan como conductores, guías turísticos, alquilan motos, hostelería… Hay muchos ejemplos», señala Putu. ¿Y en qué os faltan el respeto? «Hace pocos días teníamos una de nuestras ceremonias religiosas del silencio. Se cortan las calles para que se hagan los rituales. Ellos no lo respetan y acabaron provocando peleas con la gente. Algunos han defecado en templos y lugares sagrados. Estaban borrachos. Otros han intentado entrar en el templo Tempuyang vestidos como balineses y sin querer pagar los tickets», denuncia el taxista balinés.

Niluh Djelantik, famosa empresaria y diseñadora de zapatos indonesia, lleva varios días publicando en sus redes sociales videos y fotos de turistas, mayoritariamente rusos, exhibiendo un comportamiento prepotente, agresivo y maleducado con los locales en Bali. En una reciente entrevista suya en el New York Times tratando este problema, ha dicho: «Abrimos nuestras puertas, abrimos nuestros brazos y les dimos la bienvenida con una gran sonrisa, pero nuestra amabilidad ha sido pisoteada».

Cruda realidad y algo de ficción parecen también colisionar. La paradisiaca isla se convierte en un hervidero de rumores. En mayo de 2022, una joven influencer rusa, Alina Fazleeva, se fotografió desnuda junto a un árbol sagrado de 700 años y acabó siendo expulsada de la isla junto a su marido por no respetar las tradiciones. Esa historia se replica en nuevas versiones. No son desde luego los rusos los únicos turistas que comenten excesos en Bali. Todo el mundo acaba asegurando que suceden cosas que vieron y no vieron bajo el paraguas del rechazo a una «invasión» blanda de turistas descontrolados e inmigrantes refugiados de su propia patria.

Los segundos necesitan sobrevivir, es decir, trabajar, y eso, en una isla donde tras el covid no sobra nada, supone una amenaza. ¿En qué templo sagrado defecaron los rusos? «No sé el nombre, pero todo el mundo lo comenta», concluye Putu.

La situación de Bali se repite en Tailandia. Desde el pasado enero, más de 400.000 rusos han llegado el viejo reino de Siam. Eso significa que en tres meses han entrado en Tailandia casi los mismos 435.000 rusos que llegaron en todo 2022. Muchas playas se han convertido en pequeños guetos. «Estacionamiento reservado al Cónsul Honorario de Rusia en Pattaya», dice un cartel del Royal Cliff Grand Hotel de esta localidad, a dos horas en coche de Bangkok.

El ruso es, con el tailandés y el inglés, el idioma cooficial de esta urbe famosa por sus excesos. En la Walking Street, una calle peatonal llena de burdeles y espectáculos eróticos, hay hasta locales que anuncian a lo grande que su show incluye «chicas rusas». No es algo nuevo, la marca de la prostitución rusa ya existía aquí desde hace años que se acusó a la mafia rusa de implantarse en la zona. El cambio es que ahora la mayor parte de los potenciales clientes comparten pasaporte.

placeholderMultitud paseando por Yaowarat Road Chinatown Bangkok. Toda la zona es muy popular por la noche debido a la excelente comida callejera. (Reuters)
Multitud paseando por Yaowarat Road Chinatown Bangkok. Toda la zona es muy popular por la noche debido a la excelente comida callejera. (Reuters)

«Hay una mezcla entre rusos que vienen a hacer turismo y los que vivimos aquí desde hace tiempo. Es complicado. Yo soy artista y ahora no puedo trabajar en eventos occidentales. ¿Yo qué culpa tengo de lo que ha hecho este loco? Yo no he atacado a nadie», dice una artista bielorrusa, casada con un europeo, que vive entre Bangkok y Pattaya.

Confrontaciones vacacionales

En el sur de Tailandia, en Phuket, la playa más popular del país, la llegada de los rusos está también generando problemas. Se repite el esquema de Bali y también ha comenzado a haber quejas del trabajo que quitan los rusos a los locales. Algunas asociaciones ya han denunciado que la comunidad rusa están realizando trabajos de taxistas, guías, peluqueros… «Estoy seguro de que la mayoría de los tailandeses no tolerarán que los extranjeros intenten robarles el trabajo», ha dicho el director del Kata Group Resorts, Pramookpisitt Achariyachai. «Sus negocios están comenzando a perjudicar a las empresas tailandesas a medida que arrebatan a los clientes extranjeros», ha advertido Ratchaporn Poolsawad, jefe de la Asociación de Turismo de Koh Samui.

Sin embargo, la llegada de rusos que pretenden quedarse en el país ha reactivado el sector inmobiliario dañado tras el covid. Ha aumentado la demanda y precio de alquileres en zonas como Phuket. Ya en 2022, según el Thai Real Estate Information Centre, los rusos protagonizaron un 40% del total de compras de casas adquiridas por extranjeros en la región. Los precios aumentan también en alquileres de larga estancia, entre seis meses y un año, cuyo perfil son parejas jóvenes.

«Los rusos visitan Phuket en gran número, lo que ha ayudado al sector turístico aquí. Se quedan entre una semana y seis meses. La mayoría prefiere alquilar villas con piscina», ha explicado Phatthanan Pisutiwimol, presidente de la Phuket Real Estate Association, en el periódico Bangkok Post.

Sin embargo, eso también está generando algún problema. Algunos turistas occidentales no se sienten cómodos en determinados enclaves donde la mayoría rusa es evidente. «He estado en Phuket una semana con mi familia. Para mí ha sido incómodo. Todas las excursiones en barca estábamos rodeados de rusos. Uno no sabe si son soldados de vacaciones o gente que apoya la guerra. Yo tengo una visión crítica sobre lo que está haciendo Rusia en Ucrania y no he disfrutado en ese entorno», explica Massimo, un italiano casado con una tailandesa que vive junto a sus dos hijos en Bangkok. «Otros amigos me han dicho lo mismo», incide.

Hasta ahora los incidentes son aislados, pero la convivencia amenaza con ser difícil. Alguna pelea esporádica, recelos y una brecha. Ucranianos y rusos opositores intentan no mezclarse con los rusos pro-Putin, en su mayoría turistas.

«Hace años este era un punto de encuentro. Venía la comunidad ucraniana. Ahora por la guerra se han dividido y no se hablan entre los de un bando y otro. A veces se insultan o lloran si se encuentran», explicaba el pasado 24 de agosto, día de la fiesta nacional ucraniana, el propietario del restaurante italiano Sole Mio de Bangkok.

Esa noche llueve fuerte. Un grupo de ucranianos estaba en la terraza, algunos con gesto triste, sentados en los bancos, bajo una lona, con sus banderas colgadas en la espalda. Celebraban su amenazada independencia a 7.500 kilómetros de su hogar.