Alerta en la UE por la mayor avalancha de refugiados que sufre Alemania en este siglo

Entre enero y noviembre han llegado 1,3 millones de desplazados, 200.000 más que en la histórica crisis de 2015. La mayoría son ucranianos que huyen de la guerra. El resto llegan de Siria, Turquía y Afganistán a través de los Balcanes

La llamada de teléfono que cambió la vida de Igor Guseev tuvo lugar apenas unos días después de la entrada de las tropas rusas en Ucrania. «Hay dos autobuses llenos de gente que no sabe a dónde ir. ¿Puedes alojar a alguien en tu casa?». Tanto él como su esposa Natalia, que emigraron a Alemania en 2000 como descendientes de los últimos colonos alemanes de la Siberia rusa, estaban dispuestos a abrir sus puertas, pero aquello no serviría ni para empezar. Igor trabaja como conserje del Aloisius College de Bonn, uno de los tres colegios jesuitas en Alemania, y pensó en las habitaciones vacías del internado.

Tanto el director, Wolfgang Nettersheim, como el rector, el padre Martin Löwenstein, estuvieron de acuerdo y en menos de tres horas llegaron los dos primeros autobuses, principalmente madres con niños de la congregación bautista de Chornomorsk, cerca de Odesa.

Toda la comunidad educativa se ha volcado desde entonces en la acogida, pero Igor es el único que habla ruso, ucraniano y alemán, de modo que ha instalado un colchón en la conserjería y se ha convertido en omnipresente traductor, operario de mantenimiento, una especie de trabajador social que ayuda con la burocracia e incluso enfermero improvisado para las más de 200 personas instaladas en el edificio, que se dispone a celebrar la más triste Navidad.

Esta historia de generosidad desinteresada recuerda las muchas que ofreció Alemania en 2015 y 2016, cuando una ola de refugiados desestabilizó el día a día del país. Las actuales cifras no desmerecen las de entonces, aunque ahora el Gobierno ejerce un más férreo control informativo que dificulta el acceso a albergues y a refugiados y que se limita a frías cifras. Entre enero y noviembre han llegado 1,3 millones de refugiados, 200.000 más que en 2015.

Aproximadamente un millón son ucranianos, que hasta el 31 de agosto podían permanecer en Alemania sin visado pero, a partir de esa fecha, si llevan 90 días en el país y no han logrado permiso de residencia podrían ser expulsados. El resto de los refugiados ha llegado a través de la ruta de los Balcanes, procedentes fundamentalmente de Siria, Afganistán y Turquía. El número de solicitudes de asilo es un 43,2% más alto que el año pasado, según los últimos datos de la autoridad federal Bamf.

Carpas en antiguos aeropuertos

Hace meses que las plazas de acogida están agotadas en muchas ciudades, pero los refugiados siguen llegando y se improvisan instalaciones para las que el Gobierno acaba de aprobar una partida presupuestaria extraordinaria de 1.500 millones adicionales, que se suman a la anterior partida extraordinaria este mismo año de 2.000 millones. En 2023 habrá 1.120 millones más, un flujo de dinero estatal que cada uno de los Bundesländer gestiona según sus posibilidades.

La capital, Berlín, está construyendo dos grandes asentamientos de carpas o contenedores en dos antiguos aeropuertos, Tegel y Tempelhof. En el mes de octubre llegaron a la ciudad 2.399 ucranianos y 3.454 solicitantes de asilo del resto del mundo. Estas cifras supusieron un aumento del 30% respecto al mes anterior. En noviembre llegaron 2.707 ucranianos y 1.579 del resto de países, según la Oficina de Refugiados (LAF), que solo en Tegel espera contar en Navidad con 3.200 plazas más.

Suelo de madera cubierto de linóleo, paredes de pladur revestidas de aluminio y grandes tubos de aire caliente a modo de calefacción, así son las carpas que proporcionarán alojamiento provisional durante un máximo de tres días. «Es necesario que interioricemos que estamos en una situación excepcional», admite la senadora Katja Kipping. El Senado de Berlín acelera también acuerdos con dueños de edificios, como los de un antiguo hotel de Mitte con 531 plazas. El contrato ha sido firmado por dos años. En Essen, que ya ha recibido a 1.600 ucranianos, el hotel Dorint de la Müller-Breslau Strasse acaba de ser alquilado durante un año por la administración para añadir 200 plazas más.

Hace meses que las plazas de acogida están agotadas. Se improvisan instalaciones para las que el Gobierno acaba de aprobar una partida de 1.500 millones.

La experiencia acumulada en la anterior crisis de los refugiados ha servido para ganar agilidad en la gestión, aunque, si bien en las grandes urbes se asimila la llegada de ucranianos con relativa normalidad, surgen contratiempos en pequeñas poblaciones como Fraunberg, un pueblo de unos 3.000 habitantes en Baviera, que ya había acogido anteriormente a 54 refugiados. El diario ‘Merkur’ ha investigado la compra realizada el 22 de septiembre de una casa, de la que tuvo que mudarse una familia con dos hijos, por parte de una inmobiliaria que la ha ofrecido después a la oficina del distrito para alojar refugiados sin siquiera avisar al alcalde, Hans Wiesmaier. Los vecinos sospechan que nuevos tabiques permitirán alojar hasta 30 personas y critican un negocio sobre el que, además, no han sido consultados.

Pero se trata de casos aislados. Los refugiados ucranianos no son percibidos como problemáticos y uno de los principales factores que contribuye a ello es su rápida integración laboral. «La voluntad de trabajar en ellos es muy alta», confirma Tetyana Panchenko, del Instituto Ifo de Múnich, que ha publicado un informe según el cual la quinta parte ha encontrado trabajo regular.

Redes de apoyo

Más de 59.000 están, de hecho, sujetos a contribuciones a la seguridad social, como Mykhailo Klietkin, empleado por Reel Antriebstechnik, o Sergej, de 37 años, a quien también se le permitió salir de Ucrania porque tiene cinco hijos y trabaja para la empresa de reciclaje AFM, que según General Anzeiger dejó de subcontratar el servicio de mantenimiento de contenedores para emplear a los recién llegados.

Alexandra, de 27 años, tenía en Kiev un salón de belleza y ahora trabaja en el prestigioso Bayerischer Hof de Múnich gracias a su excelente inglés. «Solo tengo palabras de agradecimiento y espero que pronto pueda volver a mi país», resume su estado en Alemania. Otros 18.000 ucranianos trabajan en régimen de ‘minijob’, según la Agencia Federal de Empleo. Hay 116.000 en cursos de integración y la mayoría en cursos de alemán.

«Han funcionado muy bien las redes de apoyo, no solamente material sino también psicológico», celebra Natalia Kovalenko, que huyó con su hija de 17 años de Zaprizhia y llegó el 4 de marzo a un albergue de Berlín, en Warshcuaer Strasse. Tres días después ya estaba trabajando como voluntaria en un centro de acogida. La dificultad de encontrar piso en Berlín le obliga a vivir en un refugio para personas sin hogar en Köthener Strasse. «Pero no importa, la guerra me ha cambiado. Antes estaba enfocada en mi carrera profesional, como analista de la industria del metal; ahora vivo para ayudar a mis compatriotas, soy más sensible a las necesidades de otros y a la manera en que puedo ayudar».

Inteligencia artificial para el reparto

El reparto de los refugiados en los Bundesländer se lleva a cabo en base a cuotas fijadas por la denominada clave de Königstein, según los ingresos fiscales y el número de habitantes, pero la inteligencia artificial ofrece ahora la posibilidad de hacer coincidir lo que cada destino puede ofrecer con las necesidades de los refugiados.

La Universidad de Hildesheim, junto con un equipo de investigación de la Universidad de Erlangen-Nuremberg, está desarrollando Match’In, un programa de emparejamiento digital para municipios y refugiados similar al de las aplicaciones de búsqueda de pareja. Los refugiados usan una aplicación para indicar qué buscan y los municipios les dicen qué pueden ofrecer. Entonces un algoritmo compara los datos y resuelve.