«El espíritu de sacrificio de las personas siempre me ha llamado la atención, y, además, admiro a esos ciudadanos capaces de enfrentarse al mundo, dando muestras de una fortaleza que parece no tener límites. Naturalmente, hablo de esa chica, Irene Montero, que ha descubierto que forma parte de un Gobierno en el que abunda un partido que apoya la guerra.
La mayoría de las personas, con un nivel de inteligencia claramente inferior al de Irene Montero, creíamos que el partido de la Guerra era Rusia Unida, el partido de Putin, que ha ordenado la brutal agresión a Ucrania. Pero, poco a poco, nos enteramos de que la culpa es la existencia de la OTAN, que es la que le pone nervioso a Putin. Por eso, desde Podemas, Podemos, Podemes, instan a la desintegración de la OTAN para que Putin no se ponga nervioso, con lo susceptible que es. Que el resto del mundo esté contra ti, ya es incómodo, pero que el sitio en el que trabajas, el Gobierno, esté lleno de partidarios de la guerra, que es lo que más odias, debe de ser un suplicio para Irene Montero.
Cualquier persona vulgar, en su caso, habría presentado la dimisión, pero ella, no, aunque me imagino que, en los Consejes de Ministres, se ausentará más de una vez para vomitar en los lavabos, reacción lógica, al estar rodeada de partidarios de la guerra. Incluso, como hay maliciosos, no faltarán los malpensados que crean que no dimite porque dejaría de ser ministra. ¡Qué equivocados están! Si tiene esa capacidad para saber cómo construir la paz, podrá ser ministra en Ucrania, cuando Rusia la conquiste, o dependienta de una tienda de Zara, en Moscú, cuando vuelvan a abrir.
Es admirable este espíritu de sacrificio, pero también es cierto que está acostumbrada. Las fuerzas de seguridad, fuertemente armadas, que vigilan y custodian su chalet, son otra prueba de su sacrificio. A ella le gustaría que fueran diplomáticos desarmados y que, si se acercase alguien dispuesto a entrar por la fuerza, le dijeran: “Vamos a dialogar, no empleemos la violencia”. Y ella sufre en silencio, y se mortifica, y no le importa que su vida sea un sufrimiento, porque nadie le va a impedir, a esta mujer admirable, que siga luchando por la paz, sentada en su vigilado chalet, o con una pancarta y su correspondiente escolta, por la calle. Con esa falta de miedo que emociona».