Los números, al final, quedan recogidos en los libros de historia. La emoción, no, esa se lleva en la piel. Y en el corazón. El que palpitó al unísono en todo el planeta mientras Nadal y Medvedev ofrecían una de las actuaciones más espectaculares que se recordarán en Melbourne Park. Los números no desentrañarán nunca lo que significaron esas cinco horas y 24 minutos, esos dos sets en contra, ese sufrir en cada pelota, en cada saque, ese rostro emocionado tras otra proeza. Son 21 de las grandes. Son 17 años desde el primer Roland Garros en 2005, con 19 años y tres días, hasta este Abierto de Australia 2022, con 35 años y 241. Por cifras, sí se
puede decir ya que, por ahora, es el mejor de la historia, un peldaño por delante de Roger Federer y de Novak Djokovic; pero es también, sobre todo, el cómo, como esta final ganada a Medvedev, con el alma, la fe y el compromiso con su deporte cuando todo parece perdido. Y también el cuándo, en la cima del mundo en la mejor época del tenis, con otros dos depredadores que se han ido alimentando de ambición entre ellos.
Se habla de rivalidades en el deporte y surgen los nombres de Prost y Senna en Fórmula 1, de Larry Bird y Magic Johnson en baloncesto o de Leo Messi y Cristiano Ronaldo en fútbol. Pero ninguna tan férrea, a tres bandas ni tan larga como la que protagonizan Nadal, Federer y Djokovic desde hace década y media. Imposible, e inútil, medir su significado en la historia del deporte.
Se vivía otro tenis cuando Bjorn Borg firmaba sus once grandes títulos, líder indiscutible a finales de los 70. Se vivió un tenis de guerrillas con los estadounidenses John McEnroe y Jimmy Connors, 7 y 8 Grand Slams repartidos entre ambos a principios de los 80. Se disfrutó con la elegancia de Stefan Edberg y Mats Wilander, siete cada uno, y con la potencia de Boris Becker (6) y de Ivan Lendl (8). Se maravilló el mundo con la superioridad de Pete Sampras, en la década de los 90, 14 Grand Slams, la cúspide que se creía inalcanzable.
Pero apareció un tal Roger Federer para tomar el testigo y hacer suyo el jardín de Wimbledon. También las pistas rápidas que dominaban Lleyton Hewitt y Andy Roddick. El suizo vivió feliz líder del circuito desde principio de los años 2000, dominador absoluto durante toda la década. Ya firmaba cuatro grandes títulos cuando Nadal apareció en París.
Su primer grande en 2005, 19 años recién cumplidos, camiseta sin mangas y pantalones piratas, pelo largo y bíceps hiperdesarrollados. Un torbellino que se llevó por delante la lógica. La deportiva, porque ganó a rivales con independencia de su ranking y cosechó un triunfo tras otro en ese proceso que otros necesitan para madurar. Nadal lo hizo en plena pista; puños al aire, botellas alineadas, número 1 en agosto de 2008 con 22 años: ocho títulos (Roland Garros y Wimbledon), tres Masters 1.000 y el oro olímpico en Pekín.
Desde aquel primer Roland Garros, el balear fue construyendo su figura en torno a los mordiscos en la Philippe Chatrier. Pero anhelaba desde pequeño un reto mayúsculo, suceder a Manolo Santana en la hierba de Wimbledon. Perdió una de las mejores finales en 2007 contra Federer. Lloró en el vestuario, incapaz de ver que podría ganarse otra oportunidad. Solo un año después, misma tensión, mismo rival, final distinto. Quinto Grand Slam, por doce todavía del suizo.
En su impulso hacia los registros, encadenó trece títulos en Roland Garros hasta sumar los trece que brillan en su vitrina. Hizo suya la tierra como nunca nadie la había domado. Y se quitó la etiqueta de terrestre con mordiscos en hierba y pista rápida. Con 21 años, ya había conquistado 23 trofeos, era dos del mundo, 254 victorias por 66 derrotas. Federer, a esa edad, sumaba 6 títulos, era cuatro del ranking, con 178 victorias y 97 derrotas. Djokovic tenía 11 títulos, era 3 del mundo, con 185 triunfos y 68 derrotas. Por comparar.
Hará después un sprint en 2010 y suma París, Londres y Nueva York, la plaza que más le costó conquistar, en un triplete único en su carrera.
A partir de 2011, Federer se estanca, cuatro en estos últimos diez años, y el español toma el mando mientras observa por el retrovisor a Djokovic. El objetivo pasa por ser mañana un poco mejor que ayer. Sin pregonar que alcanzar a Federer es algo que ambiciona, sigue su camino, a pesar de las lesiones, siempre vuelve: solo en 2015, 2016 y 2021 no hay mordiscos en casi dos décadas.
La pelea se encarniza cuando Djokovic asume que nunca será como ellos si se contenta con su único Roland Garros. El serbio metió una quinta velocidad para hacer suyos ocho grandes mientras sus rivales se hacían con dos, el suizo, y seis, el español. Y algunas migajas para Murray (4), Wawrinka (3), Thiem (1), Cilic (1), Del Potro (1) o Medvedev (1).
En 2018, Federer llega a su tope, en Australia. Nadal persiste, alcanza la mágica cifra de 20 en Roland Garros 2020. Djokovic dará su última estocada en 2021, con Australia, París y Londres para empatar. Frenado por Medvedev en su ímpetu por alcanzar el 21, es Nadal quien lo logra, líder en solitario, por ahora.
Por su explosividad en la pista y por esa lesión crónica en el pie que en 2005 ya atormentaba sus pasos, a Nadal se le auguraba una carrera corta. Desde casi antes de empezar. Pero hubo plantillas, médicos, tratamientos y mucha fe en seguir un año más, solo un año más. Y así hasta los 35 años de ahora. Así, hasta los 90 títulos de diversa magnitud; al menos siempre uno por año durante 19 temporadas. 21 de los grandes. Desde 2005 hasta 2022.
«Como tenista diría que es inaudito. No lo entiendo. La gente no sabe lo difícil que es. Es insólito y casi aberrante. Es difícil que llegue a entender lo increíble y asombroso que es lo que logra. Los calificativos no alcanzan ni para explicarlo ni para entenderlo. Son números de risa y de llorar a la vez. Alcancé mínimo cinco años seguidos cuartos de final en París. Es un superrécord, no hay muchos jugadores que lo hayan logrado. Lo comparas con Rafa y es una gota en el océano. Tal cual», explica Álex Corretja. «Es increíble que hayan llegado a donde han llegado los tres, empujándose. Han marcado una época única. Se lo han repartido casi todo, durante casi 20 años. Solo se entiende porque de cabeza son bastante mejores que los demás. Por eso hay tanta diferencia», apoya Jordi Arrese. «Disfrutemos», sostienen los dos.
Queda pelea. Aunque al balear no le cambie la vida y deje para los aficionados el debate sobre el mejor. No hay respuesta, o son múltiples. Se pueden valorar números, pero no sensaciones ni épocas. Nadal la hace única.