Los ‘transterrados’ que abandonaron el País Vasco por el terror de ETA

Se desconoce el número exacto, es imposible saberlo. Cuántas personas huyeron del País Vasco por la sinrazón etarra. Cuántas familias empezaron de cero en otros lugares de España. Los que se fueron a otras partes del país es más preciso, según expertos en la diáspora vasca, llamarlos ‘transterrados’ que exiliados. Así los comenzó llamando el periodista y escritor vasco Jon Juaristi. Uno de tantos que formó parte de la diáspora vasca y que realzó un verbo que la Academia define como «expulsar a alguien de un territorio, generalmente por motivos políticos».

La mayor parte de estos transterrados se marcharon con tan absoluto silencio que es difícil establecer un número de personas que han abandonado la comunidad autónoma por la amenaza

etarra. No sabemos prácticamente nada, ni dónde fueron, ni cómo rehicieron sus vidas. En 2011, el Instituto Vasco de Criminología realizó el ‘Proyecto Retorno’ en el que estimaba que el número de personas que habían abandonado el País Vasco por la amenaza de ETA variaba entre 60.000 y 200.000. Sin embargo, el historiador y sociólogo Josu Ugarte matiza que «estas cifras no son reales», ya que, según señala, es imposible conocer esta estimación.

«El transterramiento es, en definitiva, la consecuencia más numerosa y silenciada, solo supuesta, de un proyecto de exclusión social y política soportado en la contundente amenaza del terrorismo», explicaba la Fundación Fernando Buesa, organizadora hace unos días de un seminario sobre el tema. Estas personas huyeron, en contra de su voluntad, porque el clima era irrespirable, porque no había libertad, porque no querían que sus hijos se educaran en un ambiente dominado por el miedo y marcado por la violencia.

Esta es la historia de Cristina, Txema, Gorka y José Ignacio. Y de tantos que como ellos, huyeron de la tierra que les vio nacer. Algunos han vuelto. Otros no. «Un día la Policía me avisó que era objetivo de ETA. Aparecía en unas listas del comando Buruntza», cuenta Gorka Angulo, periodista.

Gorka fue uno de esos miles que por expresar sus ideas públicamente, vio su vida en peligro. Vivía en Santurce y trabajaba en Bilbao. Nunca llevó escolta, pero sí que tenía contravigilancia. Siempre había alguien de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que controlaba sus entradas y salidas. «Para mí era normal mirar debajo del coche, tomar ciertas precauciones, como no salir de casa todos los días a la misma hora». Este comando estuvo involucrado en, al menos 30 atentados. Asesinó, entre otros, al gobernador civil de Guipúzcoa, Juan María Jáuregui, y al ertzaintza Iñaki Totorika.

Doble huida

Primero fue La Coruña el destino al que Gorka escapó de la amenaza. «Me fui solo. Nunca pensé cuánto tiempo iba a estar fuera del País Vasco. Cuando me marché tenía un gran cansancio psicológico. Por toda la presión que tenía. En La Coruña sentí el respaldo de mucha gente». Pero los tentáculos de la banda terrorista eran largos, y Gorka tuvo que volver a huir. Esta vez a Canarias. «Allí ya no quedaban presos de ETA. No había amenazas. El clima social era favorable».

Txema Portillo en Vitoria
Txema Portillo en Vitoria – ABC

En todo este tiempo conoció a su mujer, se casó, tuvo su primer hijo. «Durante mis años en Galicia y luego en Tenerife fui una persona feliz y un ciudadano libre. La felicidad que no tuve en mi tierra durante mi juventud la encontré fuera», rememora Gorka.

Txema Portillo, profesor de la Universidad del País Vasco, también decidió abandonar, en su caso, Vitoria. «Atacaron dos veces mi coche y llegó un punto en que la Policía me recomendó dejar el País Vasco», relata. Su ‘delito’ había sido significarse como opinador activo en contra de lo que representaba el terrorismo etarra. Fue uno de los miembros fundadores del Foro de Ermua. Militó en el Partido Comunista de Euskadi, para después pasar por las filas de Euskadiko Exkerra, Izquierda Unida y el PSE.

«Decidían que aquí sobraba gente y te tenías que ir»

Su primer destino fue la Universidad de Texas, en Estados Unidos. Después pasó temporadas en la Universidad de Reno, en Georgetown y en México. «Logré desprenderme de mi vida en el País Vasco». El caso de Portillo no es una excepción. El acoso abertzale también obligó a otros profesores de la Universidad como Fernando Savater, Gotzone Mora, Edurne Uriarte y Jon Juaristi a abandonar su vida en el País Vasco. «Decidían que aquí sobraba gente y te tenías que ir», resume Txema. Por eso se muestra especialmente crítico con todo el entorno nacionalista de la época, Herri Batasuna, Jarrai o Ikasle Abertzaleak (el sindicato abertzale de estudiantes), que con su silencio permitían ese acoso. «Yo si fuera mi contrincante político saldría y diría ‘así no’», señala.

Gorka y Txema abandonaron sus hogares con un año de diferencia. El primero en 1999, el segundo en 2000. Se acababa de firmar el Pacto de Estella (1998). Un acuerdo que rubricaron el PNV, EA e Izquierda Unida con Herri Batasuna en el que se proponía una negociación sin condiciones en un marco de «ausencia permanente de todas las expresiones de violencia del conflicto». Desde el Pacto de Estella hasta el cese definitivo en octubre de 2011, ETA asesinó a más de 60 personas. «La decisión la tomas porque te vas o te matan», recuerda Txema.

Asesinados por ETA

Las familias de José Ignacio Ustarán y Cristina Cuesta no corrieron la misma suerte. Ustarán, hijo del candidato de UCD en las primeras elecciones en democracia José Ignacio Ustarán, se quedó huérfano de padre en 1980. «Un comando formado por dos hombres y una mujer entró en nuestra casa», recuerda. Tenía 13 años, estaba estudiando en su habitación, le encañonaron con una pistola y le obligaron a reunirse con su familia en la cocina. Los terroristas se llevaron a su padre que apareció en su coche cerca de la sede de la UCD en Vitoria con dos tiros. «Al día siguiente del atentado aparecieron en casa mis ocho tíos de Sevilla, ocho ángeles en ocho taxis».

José Ignacio Ustarán en Sevilla
José Ignacio Ustarán en Sevilla – ABC

Ese día la familia abandonó la capital alavesa y se trasladó a Andalucía. «Fue como salir de las tinieblas», rememora José Ignacio. Eran los peores años del terrorismo etarra. La banda mató a 93 personas ese año. José Ignacio estaba adentrándose en la adolescencia cuando la barbarie terrorista le obligó a dejar atrás «una pandilla» de la que todavía conserva amigos y una vida incipiente en Vitoria. Y sin embargo, describe el traslado a Sevilla como un «viaje hacia la luz». «Nos permitió a todos los hermanos crecer en libertad y lejos de la hostilidad que se respiraba entonces en su ciudad natal».

Como recoge en su libro José María Calleja ‘La diáspora vasca: Historia de los condenados a irse de Euskadi por culpa del terrorismo de ETA’, el éxodo vasco, entre 1977 y 1980, la etapa más sangrienta de los años de plomo lo protagonizaron directivos empresariales, familias vinculadas al poder económico y político durante la dictadura -como Javier Ybarra Bergé-, y altos funcionarios.

Desde 1980 a 1990 se registró la huida masiva de empresarios, profesionales, funcionarios y de aquellas personas que sin estar directamente amenazadas decidieron marchar.

A partir de 1990 disminuye considerablemente la diáspora, pero aún son muchos los que se van. Los lugares elegidos por los vascos que abandonaron, obligados, sus casas, fueron sobre todo, Madrid, Levante, especialmente Alicante, el sureste de España y lugares más cercanos como La Rioja o Cantabria.

Cristina Cuesta en una foto de archivo
Cristina Cuesta en una foto de archivo – ABC

Cristina Cuesta fue una de tantas que llegó a la capital española perseguida por ETA, por partida doble. En 1982 la organización terrorista asesinaba a su padre, Enrique Cuesta, delegado provincial de la Compañía Telefónica Nacional de España en San Sebastián. Pero no es hasta 18 años después del asesinato de su padre cuando Cristina tiene que marcharse. «Estuve involucrada en movimientos cívicos como el Foro de Ermua, luego la plataforma Basta Ya», cuenta. Amenazada por su exposición pública, en el 2000 la Policía le recomienda tener escolta, porque su integridad física corre peligro. «En ese momento buscas un escape y decido irme a Madrid, sobre todo por no hacer sufrir a mi madre», recuerda Cristina. Tenía 39 años y se fue sola, sin ayuda de nadie. «Los primeros seis meses viví en el apartamento de una buena amiga. Luego pude alquilarme un pequeño estudio. En Madrid me di cuenta de que lo que pasaba en el País Vasco era una auténtica anomalía», cuenta.

Sin libertad de opinar

La falta de libertad que llegaba a ser asfixiante fue una de las razones por las que estas cuatro personas decidieron irse. Se dieron cuenta, que fuera del ambiente ultranacionalista, en lugares comunes, la gente hablaba de política sin tener que esconderse o medir sus palabras. «Cuando te marchas del País Vasco y llegas a otro sitio, te sorprendes de que lo que tenías normalizado allí, no es normal en ninguna otra parte», recuerda Gorka. Algunos, como Txema y Gorka volvieron al País Vasco cuando la situación mejoró. Los que menos. Porque nadie, a excepción de sus familias, les pidió volver. Y ninguno recibió un ‘ongi etorri’.

Otros, como Cristina o José Ignacio se quedaron en Madrid y Sevilla, respectivamente, donde comenzaron una nueva vida. Suelen subir de vez en cuando, de vacaciones, para ver a amigos y seres queridos que se quedaron.

Ahora, diez años después del fin del terrorismo etarra, estos transterrados coinciden en la falta de apoyo, tanto del Gobierno vasco, como del central. «No se han preocupado por conocer el número de afectados, por tener una estimación. Tampoco en su momento por prestar ayuda a las víctimas», denuncian.