Las críticas a Luis Enrique están siendo injustas y además muy perezosas. Se repiten las cosas sin más. Contra Grecia jugó con Carvajal, por fin (con Ramos es imposible) y junto a él, otros tres canteranos del Madrid: Raúl de Tomás, Morata y Sarabia. Cuatro en total. No había nada ‘intelectualmente’ antimadridista, más bien al contrario. Sirva esto como ejemplo. Tampoco se le puede criticar mucho por elegir a Pedri o a Gavi porque son muy buenos. Gavi es muy bueno, muy precoz y tiende a la infalibilidad.
Nombres aparte, es innegable que en estos meses España se ha ido formando, ha ido cuajando un estilo. Contra Grecia, que no había perdido en casa en los diez últimos partidos, y que ha mejorado en los astilleros defensivos del 5-3-2, jugó con personalidad, con rachas de posesión junto a una claridad de espacios, movimientos y velocidades que no se puede discutir.
Luis Enrique suple las bajas con jugadores que rinden igual. Están siendo fundamentales apariciones como Carlos Soler, Marcos Alonso, o ahora Raúl de Tomás, que se combinó bien con Morata para caer a banda y pisar área, para darle corporeidad, bulto, amenaza a España.
La mejor aportación quizá sea Gavi, que da lo que daba Pedri, esa articulación en los pagos de Iniesta; al juego mecanizado del pase de España, un poco impersonal, él le añade la interioridad y otra calidad más blanda, sutil incluso, que es como lo prensil en una serie de falanges. Aporta algo cualitativo en su diálogo con Gayà, o en la forma de congelar un poco el juego o incluso, aún tímidamente, en ‘verticalizarlo’.
Es indiscutible esa posición del interior ‘iniestizado’ para Luis Enrique y será una bendición para su curso como seleccionador que se confirmen las réplicas culés del albaceteño.
Morata, maquinal
Pero no es solo eso. Lo que puede ser la impronta de España no está tanto en Gavi, siendo pura idiosincrasia, como en Morata, que encarna la absoluta continuidad entre el ataque y la defensa. El carácter de terco empecinamiento de Morata era precursor, y no lo sabíamos; era su forma de adelantarse al fútbol, que ha acabado siendo así: la defensa que el defendido le hace al defensor. Es responder al que quiere contragolpear con una contradefensa. El que ataca contradefiende. Y eso es lo que borda España, la contradefensa. Cuando le quitan la pelota, la selección se recompone en unos tiempos mínimos, en apenas segundos. Tiene que medirse, si no se mide ya, lo que cada equipo tarda en recuperar la posición, el orden y la pelota; eso tiene algo militar, como lo que tarda un soldado en hacer el petate y armar el rifle. España se rehace en unos pocos segundos, y Morata es el símbolo de eso, pues en cuanto acaba su ataque empieza su defensa. ¡Sísifo velocísimo Morata! ¡’GegenMorata’! Morata es la nota maquinal, psicofísica de la selección, que rinde colectivamente así, plenamente automatizada ya.
No es solo esa disciplina general. Aparecen nuevos jugadores y caen de pie en el equipo. Luis Enrique ha metido en el estilo, en su forma, a decenas de futbolistas. A una o dos generaciones. Se ha organizado un vietcong de cincuenta jugadores.
No ver esto, no querer ver esto, es asombroso.
Contra una defensa como la griega, cerrada, retrasada, y sin extremos puros, pues no lo era Raúl de Tomás, ni Morata, ni Sarabia, la clave estaba en la llegada de los laterales, y llegó bastante Gayà, y por su lado vino el córner que luego sería penalti que luego sería gol.
Hubo un destello nuevo en esa aparición del lateral, y es que fue buscado con largos y precisos pases de los centrales. Laporte y Martínez dieron un matiz nuevo en la salida ‘larga’ de la pelota, una riqueza suplementaria.