Décimo Mandamiento: No codiciarás los bienes ajenos

Este mandamiento que complementa al precedente, exige una actitud interior de respeto en relación con la propiedad ajena, y prohibe la avaricia, el deseo desordenado de los bienes de otros y la envidia, que consiste en la tristeza experimentada ante los bienes del prójimo y en el deseo desordenado de apropiarse de los mismos.

En muchas ocasiones se nos presenta el éxito económico y las riquezas como algo que hemos de tratar de alcanzar, y se nos compara con el hermano, el vecino, el amigo o cualquiera que posee lo que nosotros no tenemos. Parece increible pero se está manipulando porque se nos anima a «tener» en detrimento del «ser». Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los  Cielos». Ser pobres de tiempo, de dinero, de riquezas, al no estar apegados a lo material, a lo propio, nos hace dignos del Cielo. Hemos de desear «ser mejores» y no codiciar lo ajeno.

Jesús exige a sus discípuos que le antepongan a Él respecto a todo y a todos. El desprendimiento de las riquezas -según el espíritu de la pobreza evangélica- y el abandono a la providencia de Dios, que nos libera de la preocupación por el mañana, nos preparan para la bienaventuranza de «los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt5,3).

Seguir a Jesús, amar a Dios sobre todas las cosas, confiar en ÉL, quererle a Él, saber que el nos ama, que dío su vida por nos sotros, poseer en nuestros corazones el Amor de Dios nos basta». Sólo el conocimiento de la verdad. Que Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, es el Camino, la Verdad y la Vida es el gran don que recibimos de Dios en el Bautismo.

El mayor deseo del hombre es ver a Dios. Este es el grito de todo su ser: «¡Quiero ver a Dios!». El hombre, en efecto, realiza su verdadera y plena felicidad en la visión y en la bienaventuranza de Aquel que lo ha creado por Amor, y lo atrae hacia sí en su infinito Amor.

Para encontrarnos con la fe en Dios no hace falta hacer grandes cosas, basta dejarse querer por Él. Buscarle en el fondo de nuestros corazones, descubrir que todo lo que somos lo hemos recibido de ÉL. Que lo que es nuestro es el miedo, la pereza, la soberbia, el egoísmo, la envidia, la falta de amor a los demás, la soledad, la angustia. Si nos dejamos querer por Él, porque nos ama y nos espera, encontraremos la felicidad en su Corazón, que es Amor. Porque Dios es Amor, (Juan 4, 16).

 

«El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir» (San Gregorio de Nisa).