La doctrina social de la Iglesia, como desarrolo órganico a la verdad del Evangelio acerca de la dignidad de la persona humana y sus dimensiones sociales, contiene principios de reflexión, formula criterios de juicio y ofrece normas y orientaciones para la acción.
La Iglesia interviene emitiendo un juicio moral en materia económica y social, cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona, el bien común o la salvación de las almas.
Justificada la intervención de la Iglesia para orientar a las personas, no nos podemos quedar ahí, hemos de examinar nuestra conducta para que el incumplimiento de este mandamiento, aunque no sea muy consciente, no sea motivo de alejamiento del Jesús y también de nuestros amigos y compañeros. Son pequeños egoísmos que hacen que nos quedemos con cosas, méritos, que no nos corresponden. También debemos osbervar como aprovechamos el tiempo. Porque, muy amenudo, cuando alguien nos necesita enseguida respondemos «es que no tengo tiempo» y no nos damos cuenta de que les «debemos» la ayuda que precisan.
La vida social y económica ha de ejercerse según los propios métodos, en el ámbito del orden moral, al servicio del hombre en su integridad y de toda la comunidad humana, en el respeto a la justicia social. La vida social y económica debe tener al hombre como autor, centro y fin.
Amar es servir a nuestro prójimo. Si no consideramos el trabajo como un servicio no seremos conscientes de la deuda de amor que generamos cada día con aquellos que «queremos» pero pasamos de ellos. Enseñar a niños y jóvenes a reconocer la deuda de amor que tienen con sus padres, profesores, amigos etc. les ayudará a vivir este mandamiento compartiendo «nuestras cosas» y «nuestra vida» con ellos. Es dificil amar a Jesús si no somos conscientes de que Le debemos lo que somos y tenemos y, quizás por ello, no sabemos corresponder a su amor.
Se oponen a la justicia social de la Iglesia los sistemas económicos y sociales que sacrifican los derechos fundamentales de las personas, o que hacen del lucro su regla exclusiva y fin último. Por eso la Iglesia rechaza las idiologías asociadas, en los tiempos modernos, al «comunismo» u otras formas ateas y totalitarias de «socialismo». Rechaza también, en la práctica del «capitalismo», el individualismo y la primacía absoluta de las leyes del mercado sobre el trabajo humano.
Para el hombre, el trabajo es un deber y un derecho, mediante el cual colabora con Dios Creador. En efecto, trabajando con empeño y competencia, la persona actualiza las capacidades inscritas en su naturaleza, exalta los dones del Creador y los talentos recibidos; procura su sustento y el de su familia y sirve a la comunidad humana. Por otra parte, con la gracia de Dios, el trabajo puede ser un medio de santificación y de colaboración con Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios, para la salvación de los demás.
El acceso a un trabajo seguro y honesto debe estar abierto a todos sin discrimación injusta, dentro del respeto a la libre iniciativa económica y a una equitativa distribución.