Dios ha creado al hombre como varón y mujer, con igual dignidad personal, y ha inscrito en él la vocación del amor y de la comunión. Corresponde a cada uno aceptar la propia identidad sexual, reconociendo la importancia de la misma para toda la persona, su espicifidad y complementariedad.
El hombre, el ser humano es creado por Dios, sea varón o mujer, con igual dignidad y con posible vocación a la unión entre ellos por el amor humano. La personal identidad sexual les identifica y les hace conscientes de que se complementan.
la castidad es la positiva integración de la sexualidad en la persona. La sexualidad es verdaderamente humana cuando está integrada de manera justa en la relación de persona a persona. La castidad es una virtud moral, un don de Dios, una gracia y un fruto del Espíritu.
La adecuada integración de la sexualidad en la persona le hace libre, no sujeta a los impulsos del sexo y le permite una natural y sana relación con otras personas, sea cual sea éste. Esta fortaleza moral se llama castidad y dada la natural fragilidad humana poseerla es una virtud (por ser habitual), un don de Dios que otorga su gracia y el fruto del Espíritu Santo.
La virtud de la castidad supone la adquisición del dominio de sí mismo, como expresión de libetad humana destinada al don de uno mismo. Para este fin , es necesaria una integral y permanente educación, que se realiza en etapas graduales de crecimiento.
Pero, la persona en su natural desarrollo fiisico y en valores, precisa que se le enseñe a conocerse a sí mismo y, a adquirir las fortalezas que le permitan vivir en el crecimiento de su autodominio y libertad.
Son numerosos los medios de que disponemos para vivir la castidad: la gracia de Dios, la ayuda de los sacramentos, la oración, el conocimiento de uno mismo, la práctica de una ascesis adaptada a las diversas situaciones y el ejerciciode las virtudes morales, en particular de la virtud de la templanza, que busca que la razón sea la guía de las pasiones.
Todos, siguiendo a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios modelo de castidad, están llamados a llevar una vida casta según el propio estado de vida: unos viviendo en la virginidad o en el celibato consagrado, modo eminente de dedicarse más facilmente a Dios, con corazón indiviso; otros, si están casados, viviendo la castidad conyugal; los no casados, practicando la castidad en la continencia.
Son pecados gravemente contrarios a la castidad, cada uno según la naturaleza del propio objeto: el adulterio, la masturbación, la fornicación, la pornografía, la prostitución, el estupro y los actos homosexuales. Estos pecados son expresión del vicio de la lujuria. Si se cometen con menores, estos actos son un atentado aún más grave contra su integridad fisica y moral.
Aunque en el texto bíblico del Decálogo se dice «no cometerás adulterio»(Ex 20,14), la Tradición de la Iglesia tiene en cuenta todas las enseñanzas morales del Antiguo Testamento, y considera el sexto mandamiento como referido al conjunto de todos los pecados contra la castidad.
Las autoridades civiles, en cuanto obligadas a promover el respeto a la dignidad de la persona humana, deben contribuir a crear un ambiente favorable a la castidad, impidiendo inclusive, mediante leyes adecuadas, algunas de las graves ofensas a la castidad antes mencionadas, en orden, sobre todo, a proteger a los menores y a los más débiles.
Los bienes del amor conyugal, que para los bautizados está santificado por el sacrameto del Matrimonio, son: la unidad, la fidelidad, la indisolubilidad y la apertura a la fecundidad.
El acto conyugal tiene un doble significado: de unión (la mutua donación de los conyuges), y de procreación (apertura a la transmisión de la vida). Nadie puede romper la conexión inseparable que Dios ha querido entre los dos significados del acto conyugal, excluyendo de la relación el uno o el otro.