Nadal barre a Dimitrov en 55 minutos

En apenas 30 minutos, 6-1, en solo 25 más, Rafael Nadal enfilaba hacia vestuarios. Por delante en el camino, un Grigor Dimitrov destrozado. No físicamente, pero sin entender qué había pasado en estos 55 minutos de su vida. Lo que pasó es que este Nadal doblega las condiciones como quiere, adaptado a sus 34 años a todo lo que venga incluido un día de viento en el siempre primaveral Montecarlo. Y con uno que parece domar el viento y otro al que no se le ocurría qué hacer para no mandar cada pelota fuera, el partido fue más un entrenamiento intenso que otra cosa. Nadal ya está en cuartos, con una sublime capacidad de devastación que sufrió Delbonis en el estreno y ha sufrido Dimitrov en la siguiente ronda. En realidad, el viento es Nadal.

Desapacible jornada en Montecarlo para algunos de los mejores tenistas. Como Dimitrov, y como antes Novak Djokovic, incapaz de frenar sus ímpetus y sin templanza para saber jugar con el viento. Daniel Evans se mantuvo más firme, envío más pelotas dentro de la pista y solo tuvo que esperar a que el serbio se enredara solo. 45 errores no forzados, cuatro dobles faltas. Resbalón mayúsculo del número 1 del mundo.

Al búlgaro le pasó parecido. Su buen inicio se quedó en apenas tres puntos. A partir de ahí, comenzó a caminar por la espesura de quien no acaba de encontrar la empuñadura, el movimiento, la velocidad y el toque apropiado para que la pelota no sea dueña del viento. 32 errores no forzados. Ni siquiera pudo centrar los servicios, cinco dobles faltas en los primeros tres turnos de saque. Demasiados errores y muchísima más desconcentración que acabaron anulando su estrategia.

Además, claro está, no solo había un viento que domar, sino a un Nadal que se pasea por Montecarlo con una marcha más, imperturbable ante cualquier adversidad, lleguen estas de la falta de público o de las condiciones del tiempo. Uno tras otro los puntos fueron cayendo de su lado. Porque su drive funciona, su revés muerde, su saque es más que fiable y porque sabe manejarse de maravilla con el viento. Incluso en un día así, solo once errores. Vio la desesperación de su rival, pero tampoco eso lo perturbó. Siguió con su cosecha de buenos golpes, certeros a pesar de las circunstancias, y de aprovechar los regalos que llegaban desde el otro lado de la red. No hubo un pero en su juego, favorecido por el de Dimitrov, pero sin dejar de alabar su concentración máxima. Hasta el último punto.

Porque la tierra batida ha sido siempre territorio Nadal. La cabeza, su arma más poderosa. Pero también tiene un plus que lo hace superior a todos los demás, por mucho que los números digan que es el tres del mundo. Es la capacidad que tiene de amoldarse a las circunstancias. Haga calor, su mejor versión, haga frío, o haga viento. Por eso, siendo la tierra batida su superficie favorita, ha ganado tanto en tantos terrenos. Por eso, siendo la primavera su mejor estación, también ha morido trofeos bajo techo o en otoño. Roland Garros en junio o en octubre fue suyo. En Montecarlo, después de varios meses sin competir, ya ha impuesto su candidatura a morder el título número 12. Delbonis, Dimitrov o el viento han sido ya sus primeras víctimas. Faltan exámenes de entidad, ahora que ya está en cuartos. Pero, mientras otros sucumben ante las circunstancias, Nadal muestra su firmeza: en los golpes, en la mentalidad, en la actitud.