Dios ha bendecido el sábado y lo ha declarado sagrado, porque en este día se hace memoria del descanso de Dios el séptimo día de la creación, así como de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto y de la Alianza que Dios hizo con su pueblo.
La relación del hombre con Dios es muy cercana y personal. Dios creador realizó el trabajo de la creación en seis días y el séptimo descansó. Liberó al pueblo de Israel de la esclavitud del poder de Egipto. Y estableció una Alianza con su pueblo de amistad y fidelidad y, les dio el sábado como día dedicado al cultivo de esa relación de agradecimiento y de amistad mutua.
Jesús reconoce la santidad del sábado y, con su autoridad divina, le da la interpretación auténtica: “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado”.
Jesús de Nazaret, hombre e Hijo de Dios encarnado, quiere advertir del error de desvirtuar el sentido de agradecimiento y prueba de amistad de esta fiesta, ante el peligro patente de convertirla en ocasión de limitar la libertad humana, y hacer de ella, una carga para el hombre.
Para los cristianos, el sábado ha sido sustituido por el domingo, porque éste es el día de la Resurrección del Hijo de Dios. Como “primer día de la semana, recuerda la primera Creación”, como “Octavo día que sigue al sábado, significa la nueva Creación de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. Es considerado así, por los cristianos como el primero de todos los días y de todas las fiestas: El Día del Señor, en el que Jesús, con su Pascua, lleva a cumplimiento la verdad espiritual del sábado judío y anuncia el descanso eterno del hombre en Dios.
La segunda Persona de la Santísima Trinidad del único Dios, por voluntad del Padre se encarnó por obra del Espíritu Santo y se hizo hombre: Jesús de Nazaret, el Hijo unigénito de Dios para realizar la obra de la Redención. Que culminó con su muerte en la Cruz y su Resurrección que fue el Domingo. Por eso, es el primer día de la Salvación y es el día del Señor, el día dedicado al culto a Dios por todos los cristianos.
Los cristianos santifican el domingo y las demás fiestas de precepto participando en la Eucaristía del Señor y absteniéndose de las actividades que les impidan rendir culto a Dios, o perturben la alegría propia del día del Señor o el descanso necesario del alma y del cuerpo. Se permiten las actividades relacionadas con las necesidades familiares o los servicios de gran utilidad social, siempre que no introduzcan hábitos perjudiciales a la santificación del domingo, a la vida de familia y a la salud.
Es importante que el domingo sea reconocido civilmente como día festivo, a fin de que todos tengan la posibilidad real de disfrutar del suficiente descanso y del tiempo libre que les permitan cuidar la vida religiosa, familiar, cultural y social; de disponer de tiempo propicio para la meditación, la reflexión, el silencio y el estudio, y de dedicarse a hacer el bien, en favor de los enfermos y de los ancianos.