Valores familiares XII: La Fortaleza

El hombre moderno habla más de valores que de virtudes. Le parece más concordante con su esencial liberalismo expresar mentalmente lo que es o lo que debe ser, en lugar de afanarse por hacer lo que debe hacer, de acuerdo con su pensamiento rector de la conducta. El valor de la democracia, por ejemplo, es indiscutible. Vale la pena ser demócrata. Lo que no quiere decir que el que expresa tal deseo – valor – realmente actúe en consecuencia.

Unida a esta percepción, el hombre moderno es más proclive a proclamar y defender derechos que a exigir obligaciones. También aquí hay una perturbación de la lógica y que tiene algo que ver con la virtud de la fortaleza. ¿Qué derecho se podrá exigir, si no hay obligación que lo ampare o permita? Pareciera que los mentores de la ética pública o privada se desenvuelven mejor destacando, analizando y defendiendo derechos que proponiendo y exigiendo obligaciones. Es, sin duda, un problema que afecta a nuestra civilización y que se ha instalado muy fuertemente en nuestra cultura, principalmente en los sectores del mundo político y económico. Y, cómo no, también en la educación de los hijos.

El hombre “antiguo” presuponía los valores como obvios, pero solamente destacaba y prescribía la vida ética o moral, como opción de vida. Dicho en términos clásicos, el hombre hablaba y trataba de practicar las virtudes, es decir los hábitos operativos buenos, sin dejar por eso de tener en su mente, el valor racional de tales conductas. Lo que no implica que el hombre antiguo fuera, a la hora de la suma total, más virtuoso que el moderno. Lo que sí ocurría es que en el orden de la inteligencia existía menos confusión al discernir entre lo bueno y lo malo.

De las cuatro virtudes cardinales, la prudencia y la justicia no han sido nunca puestas en receso. Sería imposible vivir en un mundo sin conducción y sin una cierta exigencia de dar a cada uno lo suyo. Pero las virtudes de la fortaleza y la templanza son más fácilmente desechables. La fortaleza como virtud que nos enseña a enfrentar lo adverso con dignidad es hoy más necesaria que nunca. Ante el hombre que rehuye el dolor a cualquier precio, esta virtud se hace más necesaria que nunca. De la templanza hablaremos otro día.

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