Hasta ahora hemos visto que estudiar es un medio para adquirir conocimientos. También, para potenciar capacidades intelectuales y hemos reflexionado sobre la actitud que deben adoptar padres, profesores y alumnos al entender que el aprendizaje es trabajo, un trabajo intelectual.
Ahora bien, para crecer como persona, para ir conformando una fuerte personalidad, es fundamental estudiar siendo, también, un medio para:
* Adquirir, desarrollar y, también, transmitir a hermanos, compañeros y amigos los hábitos – valores – necesarios para realizar su trabajo intelectual – estudiar – del mejor modo posible.
Pero, ¿cuáles son esos valores que, además, harán posible un aprendizaje más eficaz?
– El orden. En primer lugar: mental. Esto significa ordenar y jerarquizar las ideas (lo principal, lo secundario, los detalles…) según su relación con el objetivo de aprendizaje y/o lo que se pretende resolver. Consiste en pensar con orden, en tener un método de estudio adecuado. Para estudiar hay que pensar – si queremos comprender – y método significa orden. Por eso, pensar con orden, con método, es aplicar la mirada inteligente a los contenidos objeto de estudio.
Así mismo, el orden se aplica a las cosas: cuidando el material de estudio – libros, carpetas, apuntes, reglas de ortografía, etc.
El orden, referido a las actividades significa que, antes de realizarlas, es necesario estudiar, comprender y memorizar, los contenidos teóricos explicados en las clases, utilizando el soporte de libros y apuntes. Esto obliga a llevar al día las diferentes asignaturas. Es un desorden y claramente arriesgado – aunque lo que se pretenda sea solamente aprobar – estudiar exclusivamente antes de los exámenes.
Y, respecto al tiempo, ser ordenado significa no perder el tiempo durante las horas que se dedican al estudio. Esto se logra estudiando correctamente, con método, que obliga a estudiar con lápiz y papel. Y, para incrementar la capacidad de concentración, puede ser necesario utilizar técnicas de relajación y concentración.
De otro modo, el orden prioriza el estudio respecto a otras actividades complementarias, seguramente beneficiosas, pero incompatibles con el tiempo que cada estudiante necesita para cubrir sus objetivos de aprendizaje..
– La sinceridad. Confiando a padres – profesores, en el tiempo oportuno, sus dificultades y necesidades reales, tanto en su trabajo intelectual como en su vida afectiva, familiar y social. Ocultar la verdad sólo retrasa la asunción de las responsabilidades que se deben aceptar y hace más costosa la puesta en marcha de las correcciones necesarias. Para que haya sinceridad en la comunicación es necesario propiciar un clima de diálogo permanente, aprendiendo a escuchar, en donde la comprensión y el afecto sean el denominador común.
– La obediencia. Tomar como propias las indicaciones de padres y profesores. Fiarse de ellos porque tienen la autoridad moral que se deduce de que quieren su bien y saben con certeza lo que necesitan.
– Optimismo. Es la virtud que asienta su quehacer en la realidad personal. Cada persona es como es. Ni se es más, ni menos: se es uno mismo, único e irrepetible. Ahora bien, como la naturaleza humana es dinámica, en permanente cambio, la persona está en un constante proceso de mejora aunque, también pudiera ser, de deterioro. Y es la acción educadora la que tiene como objetivo asegurar dicho proceso de mejora.
No es optimista quien cree que no puede mejorar, que no vale, que no sirve, que no es inteligente, que no tiene voluntad, etc. Olvida que puede mejorar, cambiar su situación hoy por otra, más realista si, teniendo en cuenta su estado actual, se procura objetivos de mejora alcanzables en el tiempo (cada persona tiene su tiempo) y si dispone de la ayuda personalizada adecuada. Además, la seguridad en sí mismo se desvirtúa si se confunde con los deseos o con esperanzas puestas en un futuro prometedor: lo haré mañana. Dichos deseos no serán realidad sino se opera desde hoy.
A la vez, si su autoestima es por comparación, la seguridad en sí mismo dependerá de con quién se establece dicha comparación. Lo cual es una falsificación de su realidad personal.
Y, ¿qué pasos deben darse para alcanzar la necesaria autoestima para conseguir una integración normalizada en el ámbito familiar y escolar?
Es un proceso sencillo: conocerse, aceptarse e iniciar el proceso de mejora oportuno. Precisamente, la comprobación de los avances conseguidos en su capacidad de autodominio (voluntad), en la adquisición de conocimientos, en el progreso de su capacidad de razonamiento, en la mejora de su expresión oral y escrita, etc. determinarán el progresivo incremento de seguridad en sí mismo y en sus posibilidades reales. Para ello, puede ser necesario contar con ayuda externa.
– Amistad. Es querer el bien de amigos, hermanos y compañeros. Con el propio ejemplo, y con la capacidad de persuasión que da la auténtica amistad, invitar a compartir el ambicioso proyecto de realizarse como personas responsables. Y, a veces, para ayudar verdaderamente, al amigo, atreverse a decir no, negándose a ser cómplice de aquellas iniciativas o acciones que son perjudiciales para su salud física y moral. Pero, para ello, se necesita fortaleza.
-Fortaleza. Ser fuertes es tener la capacidad de acometer lo costoso porque es lo bueno. Es esforzarse para que la debilidad no se adueñe de la persona. Pero, también, es aprender a resistir los fracasos que invariablemente van a acontecer, aprendiendo de ellos. Es un sobreponerse a los problemas que surgen en el ámbito familiar y social. Es tomar conciencia de la realidad de la vida: la necesidad de superar personalmente las dificultades y pruebas que acompañan a todo ser humano.
Precisamente, la etapa de aprendizaje es donde se puede y se debe forjar una fuerte personalidad. Periodo que le debe preparar para vivir una vida independiente, condicionada sólo a la consecución de su propio proyecto personal, decidido libremente. Personalidad que arrastre, que oriente su vida hacia metas altas de liderazgo en la familia y en la sociedad.
La fortaleza tiene su asiento en otras tres virtudes: la laboriosidad, la perseverancia y la paciencia.
– Laboriosidad. Ser laborioso se concreta en estudiar para aprender pensando, comprendiendo, memorizando, revisando y corrigiendo para asegurar que lo realizado está bien hecho, lo mejor posible.
– Perseverancia. Planificando inteligentemente y ejecutando las tareas, día a día, sin desfallecer, para cumplir los objetivos de aprendizaje previstos.
– Paciencia. En primer lugar, con uno mismo al aceptarnos como somos, con equivocaciones y derrotas, pero también con aciertos. Precisamente estos, los aciertos, nos aseguran que podemos cumplir los objetivos de mejora personal previstos.
Pero, ¿cómo aprender de los errores? Conociendo las causas que los provocaron para, rectificando lo que haya que rectificar, emprender de nuevo, con coraje, la pelea para conseguir vencerse a sí mismo. De este modo, no se pierde ni la alegría ni la confianza en uno mismo. Unas veces se gana y otras se pierde. Lo importante no es ganar siempre, sino no darse por vencido nunca. En esto consiste la fortaleza.
Y, hay que ser pacientes con los demás. Los defectos de las personas con las que convivimos no deben influir de tal manera que sean motivo de desfallecimiento. Por el contrario, puede ser acicate para, mejorando nosotros en ese mismo aspecto, ayudar a superarlos.
Del mismo modo, podríamos seguir reflexionando sobre otras virtudes, valores que conforman la personalidad del ser humano. Para cada persona será necesario prestar especial atención más en unos que en otros. Por tanto, se trata de educación personalizada. Y, en adelante, terminado el conjunto de reflexiones que sobre el proceso de aprendizaje estamos efectuando, ampliaremos su estudio.