Tal día como hoy hace 378 años, la Virgen del Pilar se convertía en Patrona de Zaragoza. Aunque no se trate de un aniversario de fecha ‘redonda’, sí es fundamental para la historia de la ciudad, dado que fue una fecha clave para el aumento de la devoción pilarista.
El Alma Mater Museum (antiguo Diocesano) se hace eco hoy de la efeméride en su página web, en la que brinda algunas claves sobre la importante decisión tomada por el entonces concejo de la ciudad el 27 de mayo de 1642. Explican, según la tradición, que la Virgen María vino a Zaragoza, en carne mortal, en el año 40 d. C. para animar a Santiago en su misión de predicar y trajo consigo una columna de jaspe. Continúan narrando el esfuerzo del obispo San Braulio para levantar un templo y cómo la imagen devocional del Pilar se potenció tras el Milagro de Calanda. Este hecho tuvo lugar el 29 de marzo de 1640, cuando Miguel Pellicer recuperó la pierna que se le había amputado en el hospital de Nuestra Señora de Gracia en Zaragoza gracias a la intercesión de la Virgen. Toda la ciudad comenzó a hablar del suceso milagroso, que quedó recogido en las sentencias firmadas por el arzobispo Pedro de Apaolaza e, incluso, llegó a oídos de las cortes europeas y el Pilar fue tomando relevancia.
Así, en 1642 la Virgen fue nombrada patrona de la ciudad, unos años más tarde, en 1678, se le designó también patrona del reino de Aragón por las Cortes. Cuentan en el Alma Mater que “tal fue el aumento de las peregrinaciones, que se hizo patente la necesidad de construir un templo más grande para recibir a los fieles que acudían a rezar a la imagen”. El pequeño templo original fue creciendo y creciendo hasta que a mitad del siglo XVIII ya adquirió la forma estructural, cúpulas incluidas, que conocemos. Las torres no llegarían hasta un par de siglos más tarde.
El catedrático Eliseo Serrano, gran conocedor de toda la historia y la fiesta pilarista, explicaba en el 400 aniversario de las fiestas del Pilar que la celebración fue cambiando con el tiempo desde su concepto estrictamente litúrgico a una fiesta de gran participación popular. Serrano se detenía en aquel 27 de mayo de 1642, pero también añadía otras fechas clave para el aumento de la devoción pilarista, como la también citada de 1678 (cuando las Cortes amplían el patronazgo) o la de 1681, cuando Felipe IV aprobó la ampliación del templo y se colocó la primera piedra de la nueva basílica. Las fiestas en honor de la Virgen, entonces, ya fueron adquiriendo actos festivos traídos de otras celebraciones como los arcos triunfales, los teatros de loas o las mascaradas.
Otro hito trascendental fue cuando Inocencio XIII concedió un oficio propio para la fiesta del Pilar en 1723. Ese decreto papal fijaba la categoría de la fiesta dentro del calendario litúrgico: se celebran ocho días de rezos y, después del octavo, llegan los festejos (sobre todo taurinos en las plazas, el Coso y las riberas) de gran éxito popular.
El especialista Domingo Buesa, doctor y catedrático de Historia y presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis, tiene abundante bibliografía sobre esta parte fundamental de la historia municipal. Entre otras, hace referencia en la publicación auspiciada por el Arzobispado ‘La Sagrada Columna, el Pilar de Aragón’ (Alma Mater Museum, 2016) y en ‘La diócesis de Zaragoza. Aproximación a su historia’, un libro de 1991 de autoría coral, en donde se repasa también la historia de San Juan de los Panetes, la Lonja y el Palacio Arzobispal.