A nadie le gusta ver sufrir a un niño. Menos aún a sus progenitores. Por eso muchos padres y madres evitan que sus hijos se frustren adelantándose a sus posibles equivocaciones. Sin embargo, las buenas intenciones de los padres pueden estar abonando el camino para lograr justamente lo contrario. «No por intentar tapar o negar emociones como la confusión, la tristeza o la ira estas desaparecen. De hecho, cumplen su función, ya que hablan del deseo del niño. Cuando los niños se sienten respetados, escuchados y queridos (incluso en medio de la confusión, la tristeza y la ira) son finalmente capaces de encontrar modos de elaborar e integrar aspectos difíciles o complejos de manera sana y significativa», señala Marta Reinoso Bernuz, profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC.
Su opinión coincide con la conclusión de un estudio acerca de cómo influyen los padres sobreprotectores en el desarrollo del niño. La investigación, publicada en « Developmental Psychology», analizó la evolución de 422 niños y niñas en las interacciones con sus padres durante 8 años. Una de las observaciones de los investigadores fue que, cuando los padres sobreprotegían a los niños sin darles la opción de que resolvieran sus propias dificultades, los hijos tenían problemas para manejar sus emociones, algo que tiene consecuencias como la intolerancia a la frustración, entre otras.
«Es necesario dejar que los niños se equivoquen y que vivan el error como algo natural», afirma Amalia Gordóvil Merino, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC. «Aprendemos a caminar cayendo una y otra vez, por lo que deberíamos preguntarnos por qué nos empeñamos en eliminar el error de nuestras vidas. Al hacerlo, estamos enviando sin querer mensajes como «tú no eres capaz de hacerlo», lo que contribuye a una baja autoestima y mayor dependencia de los padres. Por el contrario, las equivocaciones nos permiten aprender y reconducir situaciones», añade.
Si los padres no regresan al colegio a por el cuaderno de deberes que el niño ha olvidado en clase, o dejan que termine sin ayuda un collage imperfecto aunque el resultado se aleje de lo planteado, estarán ayudándolo a crecer y desarrollarse. Según los especialistas, actuar de ese modo trae consigo estos cinco beneficios:
1. Evitar que se sientan incapaces. Si intervenimos cuando vemos que se acerca la equivocación, el mensaje indirecto que puede llegar al niño es que no confiamos en que sea capaz de hacer las cosas por sí solo. Fue la conclusión de una investigación en la que se compararon dos estilos de crianza: el controlador y el que fomenta la autonomía del pequeño. Los investigadores observaron que, cuando sus madres no estaban presentes, los niños con progenitoras que fomentaban la autonomía intentaban hacer la tarea que se les había encomendado, incluso aunque les costara y acabaran frustrándose. Sin embargo, los niños con madres controladoras tenían dificultades para afrontar la tarea y enseguida se daban por vencidos.
2. Aprender a tolerar la frustración. Como explica Amalia Gordóvil Merino, doctora en Psicología y psicóloga familiar en el centro GRAT, cuando no permitimos que los hijos cometan sus propios errores lo único que conseguimos es retrasar el momento en que salgan al mundo por sí mismos, «y entonces la frustración será mayor porque su capacidad para gestionarla no se habrá entrenado. El peligro es que serán poco autónomos. Y si no toleran esta crisis pueden deprimirse o desarrollar algún tipo de fobia social, relaciones de dependencia o ansiedad en la vida adulta», advierte.
3. Inculcar una visión positiva del intento. Para fomentar la autonomía, hay algo previo indispensable, y es el disponer de una base de seguridad y confianza. «En la medida en que la persona sienta que puede, realizará por sí sola acciones dirigidas a alcanzar aquello que desea o necesita. Es un proceso de aprendizaje y entrenamiento», explica Marta Reinoso Bernuz, doctora en Psicología y directora del máster universitario de Psicología Infantil y Juvenil: Técnicas y Estrategias de Intervención de la UOC. «En este proceso habrá «errores» que son aproximaciones parciales al resultado deseado. Por ejemplo, quizás un niño sepa ya coger bien la cuchara —»éxito»—, pero tuerce el brazo y derrama el contenido al llevárselo a la boca —»fracaso». En este sentido, es útil emplear la metáfora de una escalera y ver que llegamos arriba a partir de peldaños intermedios. En la medida que las figuras de referencia para el niño —principalmente la familia y también más adelante la escuela— tengan esta visión positiva y de capacidad, podrá ir subiendo estos peldaños. Desde esta perspectiva la mirada está puesta en la potencialidad (los peldaños ya subidos) y no en el déficit (los peldaños que quedan). En pequeñas o grandes dosis, las equivocaciones forman parte del día a día. Y quizás pueda ser útil cambiar el término «fracaso», que denota algo negativo y sin posibilidad de cambio, por un «poco a poco» o «vamos avanzando», que abre la posibilidad de transformación y mejora, de evolución», explica.
4. Prevenir la dependencia emocional. Según afirman los expertos, con cada uno de nuestros actos transmitimos a los hijos mensajes que no verbalizamos, «y siempre es bueno reflexionar sobre ello», recuerda Gordóvil Merino. «Cuando sobreprotegemos a un hijo para que no se frustre ante los fallos que cometa estamos situando la frustración en un lugar inaceptable que debe de evitarse a toda costa. Y así se favorece la dependencia emocional de los padres y la ansiedad», señala la profesora de la UOC.
5. Desarrollar la flexibilidad ante imprevistos. Otra razón para dejar que los hijos se equivoquen sin que los adultos intervengan es que de esta manera se ayuda a entrenar la flexibilidad ante imprevistos con los que no se contaba, algo fundamental para la vida adulta. De ahí que los especialistas recomienden fomentar la autonomía de los hijos con distintas fórmulas. «Podemos pedirles cosas propias de su edad, por ejemplo que hagan tareas en casa o recados fuera de ella cuando son algo más mayores. También es aconsejable no hablar por ellos cuando el médico, un profesor o un amigo de los padres les hacen preguntas. Además, es buena idea animarlos y reforzar positivamente los pequeños actos de autonomía que poco a poco van logrando, como poner la ropa sucia en la lavadora o ir a tirar la basura. Pero sobre todo debemos tener presente que la frustración nos hace crecer y ser más fuertes. Por eso hay que dar a nuestros hijos la oportunidad de experimentarla», argumenta Amalia Gordóvil Merino.