Nadal, un espectáculo ante el mejor Kyrgios

Con una nueva lección de tenacidad, otra de tantas, y manteniendo esa progresión al alza que ya evidenció en la tercera ronda, Rafael Nadal se planta en los cuartos de final del Abierto de Australia tras superar una prueba de fuego, peligrosísimo el desafío ante un descomunal Nick Kyrgios que esta vez sí estuvo a la altura. El número uno del mundo, frente al espejo de su antagonista, desconectó al irreverente tenista australiano en un ejercicio estresante y redujo su despertar a la nada, incapaz siquiera de activarse con sus gestitos o sus habituales salidas de tono que exhibió cuando el partido se le ponía de cara. Esta vez, simplemente, no había lugar para las bromas porque así lo quiso Nadal, quien persigue la eternidad en las antípodas, vencedor a la postre por 6-3, 3-6, 7-6 (6) y 7-6 (4) después de tres horas y 39 minutos. En esencia, fue otro triunfo para coleccionar después de un partido sensacional, una maravilla que agotó hasta al espectador.

Hay un rostro de Nadal que advierte de la seriedad de las citas, y lo lució en el azul eléctrico de la Rod Laver Arena desde el peloteo. Kyrgios exigía un partido perfecto, tan importante el tenis como la cabeza, y el español se esmeró en un encuentro que no permitía respiros. Después de dos primeras rondas reguleras (victorias sin brillo ante Dellien y Delbonis), Nadal creció ante Carreño y presentó su candidatura real vaciándose ante Kyrgios, que no es poca cosa. En cuartos le espera Dominic Thiem, que antes se deshizo de Gael Monfils por la vía rápida (6-2, 6-4 y 6-4).

Más trabajo tuvo Nadal, qué menos. Contra Kyrgios, cuando al chico le da por jugar, los partidos son una tortura, y el último precedente, en Wimbledon 2019, invitaba a imaginar otra pelea muy pareja. Así fue, aunque nada de eso se vio en el prólogo, no esta vez. Tan pronto Nadal hizo break en el cuarto juego, el combate solo tuvo a un dominador, deslucido el espectáculo ante la falta de oposición durante ese primer set.. El australiano, 24 años y 26 del mundo, saltó a la pista recordando a su idolatrado Kobe Bryant, a quien el mundo del tenis también ha recordado después de su trágica muerte, y peloteó luciendo el «8» de los Lakers a modo de tributo. Nadal, pese a los nervios del juego inicial (dos doble faltas seguidas), enchufó el rodillo y movió a su archienemigo de lado a lado, impecable desde el fondo de la pista y convincente en los ataques. En 36 minutos, 6-3 para empezar, un paso de gigante.

Costaba, sin embargo, imaginar un pulso tan sencillo, y pudo ser definitivo el primer juego del segundo parcial, pero Kyrgios tiró ahí de saque y de orgullo para levantar hasta tres pelotas de rotura. Empezaron los gritos, las miradas desafiantes y los aspavientos y se multiplicaron cuando, poco después, el australiano quebró a Nadal y se escapó con 3-1 y saque. De repente, un descuido condenaba al español, algo descentrado en esa fase de erupción local. Por entonces, a Kyrgios ya le funcionaban sus trucos, un talento descomunal al que siempre le perseguirá la duda. ¿Qué sería de él si se propusiera jugar al tenis en serio?

Todo el mundo coincide en la respuesta, pues se da por hecho que Kyrgios tendría ya algún grande y aspiraría a todo cuanto se propusiera. Con saques por encima de los 220 kilómetros por hora, con derechazos imparables, con variedad en el revés, con voleas de especialista y con recursos de «globetrotter» fue capaz de anular a Nadal e igualar el partido después de una segunda manga muy meritoria. Quedaba partido, quedaba muchísimo partido, y Nadal volvió a poner a prueba su paciencia, más necesaria que nunca porque nadie le desquicia tanto como Kyrgios.

Un tercer set decisivo

El tercer set fue, simplemente, una locura. Se jugó a una intensidad tremenda, con puntazos para recordar, entregándose ambos tenistas en cuerpo y alma hasta la extenuación. Kyrgios usaba sus armas, poderosísimas, y Nadal respondía con las suyas, un genio del escapismo. Tuvo una pelota de break con 4-3 a su favor que no aprovechó y en el posterior juego se asomó al abismo, pero salió con vida y se aseguró el tie break. Ahí, en un duelo a muerte, desquició a un Kyrgios que la emprendió con su raqueta y dio el salto definitivo hacia la victoria, angustioso de todos modos el desenlace de esa muerte súbita porque tuvo de todo. Kyrgios, con 5-5, concedió una doble falta por arriesgar demasiado y Nadal, con bola de set, le devolvió el regalo, aunque su doble fue por miedo. Al final, una derecha del australiano se quedó en la red y Nadal estalló de alegría por la relevancia de ese 7-6. Enorme respiro.

Supuso, además, un golpe terrible para Kyrgios, al que pareció apagársele la luz. Después de la paliza ante Khachanov (cuatro horas y 26 minutos), soñar con una remontada ante Nadal era precisamente eso, una quimera, un imposible por el que no estaba dispuesto a luchar. Cuando el viento juega en su contra, deja de ser tan peligroso, y dio la sensación de que sacaba bandera blanca. En el tercer juego de ese cuarto parcial, perdió su saque (otra doble falta) y ahí empezaron a construirse las crónicas, aunque aún quedaba un último giro. De manera inesperada, el australiano recuperó el pulso y se vio con un hilo de vida al recuperar el break cuando Nadal sacaba para cerrar el partido, imprevisible 5-5 en el marcador con el que nadie contaba.

Se llegó a otro tie break agónico, cada punto un drama. Apenas había margen para el error y el mallorquín aprovechó el único desliz de Kyrgios, que se jugó una dejada cuando no tocaba que se quedó en la red. A la primera, el español alzó los brazos y soltó un «¡Vamos!» ensordecedor, el mejor resumen de un lunes épico en Melbourne.

Nadal lo hizo a su manera, como él sabe, dueño de las victorias más sufridas porque en eso es el mejor. Supo aguantar cuando tocaba y supo resolver en los momentos decisivos, campeón en todo lo que se propone. Ahora llega hasta Dominic Thiem, menos temible en esta superficie que cuando se juega en tierra, pero el austriaco, serio y aplicado como el propio Nadal, no permite distracciones. Nadal sabe lo que quiere en Australia y está dispuesto a conseguirlo. Va camino de la leyenda, camino de los 20 grandes de Roger Federer.