Dios quiso dejar escritas aquellas cosas que nos pueden ayudar a caminar hasta Él. Inspiró a unos cuantos escritores humanos en la redacción de unos cuantos libros que contienen aquellas verdades que pueden iluminar la inteligencia del hombre y ayudarle a encontrar la Verdad. El Espíritu Santo, es pues, el autor intelectual de la Sagrada Escritura, que materialmente, fue escrita por hombres. No obstante, en estos libros inspirados, no esta “toda la verdad”, porque esta se encierra en Jesús de Nazaret que es el Verbo encarnado y vivo. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Así las cosas, la actitud para leer e interpretar la Sagrada Escritura ha de ser con la ayuda del Espíritu Santo y de la mano del Magisterio de la Iglesia de acuerdo a estos tres criterios:
1.- Atención al contenido y a la unidad de toda la Escritura; (todos sabemos, que una frase e incluso un episodio puede ser mal interpretado si saca de contexto). 2.- La lectura de la Escritura ha de tener en cuenta la Tradición viva de la Iglesia a la que no es lógico que se oponga. 3.- Con respeto a la analogía de la fe, es decir que no se puede entender en una parte una cosa y en otra la contraria. Ha de existir cohesión entre las verdades de la fe.
El Catálogo completo de los libros sagrados y auténticos recibidos por la Iglesia se llama canon y comprende cuarenta y seis escritos del Antiguo Testamento y veintisiete del Nuevo. Como hemos dicho, tanto los libros de antiguo Testamento como los del Nuevo son para los cristianos verdadera Palabra de Dios. Los primeros manifiestan la pedagogía divina al conservar, como los segundos, una perenne actualidad y sirvieron para preparar la venida al mundo de Jesucristo y para entender en plenitud la Palabra de Dios después de su venida.
El corazón del Nuevo Testamento son los cuatro Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, siendo el principal testimonio de la vida y doctrina de Jesús. En ellos se nos trasmite la verdad definitiva de la Revelación divina. Tanto el Antiguo y el Nuevo testamento, que se iluminan recíprocamente, constituyen la única Palabra de Dios.
La presencia real de Jesús de Nazaret, el Verbo Encarnado, en la Eucaristía y su vital trascendencia en la vida cristiana no disminuye la importancia de la Sagrada Escritura que proporciona apoyo y vigor a la vida de la Iglesia, y por tanto, para los fieles, es firmeza de la fe, alimento y manantial de vida espiritual. Lógicamente es el alma de la teología y de la predicación pastoral. Por ello, la lectura frecuente de la Sagrada Escritura es imprescindible para el cristiano pues, “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (san Jerónimo).
“Nadie ama lo que no conoce” por eso hemos de tratar de conocer a fondo la Sagrada Escritura y debemos darla a conocer a los demás. Es cuando menos sorprendente, que nos digamos cristianos y no hayamos leído y meditado los Santos Evangelios, que no conozcamos la Historia Sagrada. Así, no debe sorprendernos, que tengamos una imagen de Dios un tanto desdibujada y peculiar y, apenas conozcamos de verdad a Jesús de Nazaret, el Ungido, el Hijo de Dios hecho hombre.
La Catequesis de niños y de adultos, los círculos de Estudios, la lectura espiritual, la conversación con quién conoce y vive como amigo de Jesús, nos ayudarán a profundizar en el conocimiento de los libros Sagrados y, a través de ellos, de Jesús, que es el Camino, la Verdad, y la Vida.