El hombre que ha tenido la oportunidad de recibir la (presentación – llamada) de Dios, de acercarse y de conocerle en su intimidad, responde a la misma libremente. Si ha aceptado, y no rechaza, a la persona de Jesús como hombre y como Dios, fía en su palabra y actúa con confianza en Él. Actúa escuchando con agrado y pronta voluntad, al que es la Verdad, que no puede ni engañarse ni engañarnos.
Es el caso recogido en la Sagrada Escritura de Abraham que, sometido a prueba, “tuvo fe en Dios” (Rm4,3) y siempre obedeció a su llamada, por esto se convirtió en “padre de todos los creyentes” (Rm4,11,18) y a la Virgen María, quien ha realizado del modo mas perfecto, durante toda su vida, la obediencia en la fe: “hágase en mi según tu palabra”.
Por eso, creer en Dios es comprometerse con Él. Confiando totalmente en su persona y aceptando todas las cosas por Él reveladas. La más relevante es creer en un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La fe es un don gratuito que da Dios a todos los hombres que quieran acceder a ella .Los hombres la pueden pedir para si o para otros y la obtienen, al ser una virtud sobrenatural, por el bautismo. Es necesaria para encontrarse con Dios porque si no creemos en El y por tanto, no queremos estar con El, no nos puede imponer su presencia.
El acto de fe es un acto humano, es decir un acto de la inteligencia y de la voluntad del hombre, el cual acepta la gracia de Dios que mueve su voluntad a asentir libremente a la verdad divina. La certeza de la fe se fundamenta sobre la Palabra de Dios. La fe “actúa por medio de la caridad” (Ga 5,6). La fe crece gracias, particularmente, a la escucha (lectura) de la Palabra de Dios, a la oración y a la coherencia de nuestra vida (la fe sin obras es fe muerta). La fe nos lleva de la mano a la esperanza y esa ilusión nos hace pregustar desde ahora el gozo del cielo.
La fe está por encima de la razón por algo muy sencillo, porque la ciencia busca la verdad, la fe manifiesta la verdad y no puede haber dos verdades. Al final, la ciencia demuestra, en muchas ocasiones, en las “verdades de fe” que la fe tenia razón. Es Dios mismo quién da al hombre tanto la luz de la razón como la fe.
Tener fe es un acto personal en cuanto que es la respuesta libre del hombre al Dios que se revela. Pero, es la Iglesia el medio que Dios ha elegido para trasmitirla a los destinatarios de ese don (hemos recibido la fe). Al creer nos incardinamos en la Iglesia, al bautizarnos nos hacemos miembros de la misma por eso podemos decir “creemos” porque lo que nos une es la fe. La Iglesia, con la gracia del Espíritu Santo, precede, engendra y alimenta la fe de cada uno: por esto es Madre y Maestra.
Aquello en lo que creemos se condensa en lo que llamamos las fórmulas de la fe que son un buen instrumento porque nos permiten expresar, asimilar, celebrar y compartir con los demás las verdades de la fe, utilizando un lenguaje común. Todos profesamos la misma fe que, lógicamente es una sola. Creemos en un solo Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo- y aunque la Iglesia esta formada por personas diversas por razón de lengua, cultura, ritos, profesa con voz unánime la única fe , recibida de un solo Señor y transmitida por la única Tradición Apostólica. Por tanto creemos con un solo corazón y una sola alma, todo aquello que se contiene en la Palabra de Dios escrita o transmitida y es propuesto por la Iglesia para ser creído como divinamente revelado.
Cada hombre ha de encontrar su camino y ser fiel a su fe, así llegará a su destino que no es otro que el encuentro cara a cara con el único Señor y Dios. Esa es la respuesta del hombre: caminar confiando en el Señor.