Los cuidados de Dios por el mundo y por los hombres dirigiéndolo todo hacia su fin se llama Providencia. Con ella, conduce a sus criaturas a la perfección última a la que -Él mismo- las ha llamado. Dios es el autor soberano de su existencia y de la finalidad de la misma. En la Iglesia llamamos Divina Providencia al cuidado y gobierno que Dios tiene de sus criaturas, a las que dirige convenientemente hacia su fin último. Dios no se contenta con un acto supremo de amor en la creación, sino que busca mantenerse en esa relación de amor velando continuamente por nosotros de muchas formas diversas: nos mantiene en la vida, nos da los medios materiales para subsistir, nos ofrece la gracia y todo tipo de ayudas espirituales para mantenernos en unión con Él.
La preocupación de Dios es que el hombre alcance su perfección y su felicidad. La providencia es la fuerza de Dios que orienta al hombre en todo momento, especialmente en lo que se refiere al uso de su libertad, para alcanzar la victoria en la vida: la felicidad temporal y eterna. La providencia conduce según un determinado orden establecido por su sabiduría y amor para que todos los seres alcancen el fin para el cual fueron creados. Pero quiere la cooperación de sus criaturas, y al hombre, le ha otorgado la libertad y con ella la dignidad de su obrar. Por eso, el hombre es capaz de colaborar en el plan de la Creación -libremente- mediante sus actos y trabajos, de su oración y esfuerzo. Porque Dios suscita en el hombre “el querer y el obrar según sus misericordiosos designios” (Flp 2,13).
Dios, al otorgar al hombre el don de la libertad, le dio la posibilidad de desviarse del fin para el que lo había creado: el Bien, la Belleza, el Amor, y éste, al apartarse de Él, (eso es el pecado), dio origen al mal. El pecado es la raíz de todos los males. No obstante, la misericordia del Padre, hizo que enviara a su Hijo a rescatarnos en la persona de Jesús de Nazaret (el Hijo encarnado) que nació, ha muerto y ha resucitado para vencer el gran mal moral, que es el pecado de los hombres y que es la raíz de los restantes males.
La existencia del mal en el mundo es la demostración palpable de la libertad del hombre. La existencia de la bondad, la belleza y el amor son el reflejo y la constatación de presencia de Dios en el mundo, porque Dios es Amor. Dios permite el mal porque ama la libertad y la dignidad del hombre, ama al hombre -que lo es tal- por ser libre. Tolera el mal porque -de él- hace brotar el bien. Dios, con ocasión de la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret -su Hijo amado- ha sacado el mayor de los bienes, la glorificación de Jesucristo y nuestro rescate del mayor de los males, el pecado y de su peor consecuencia, la muerte.
El hombre ha sido creado a imagen de Dios, en el sentido de que es capaz de conocer y amar libremente a su propio Creador. Es la única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por si misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en el conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y las otras personas.
El hombre ha sido creado para conocer, servir y amar a Dios en este mundo y para vivir eternamente con Él en el Cielo. Mientras permanece en la tierra -el hombre- trabaja en el mundo, procura completar lo que le falta y así, ofrece toda la Creación a Dios en acción de gracias. El misterio de la extraordinaria dignidad del hombre solamente encuentra verdadera luz en el incomprensible hecho -por eso es misterio- de la Encarnación del Hijo de Dios. El hombre predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios hecho hombre, que es la perfecta “imagen de Dios invisible” (Col 1,15).
El origen común que viene de Dios hace que todos los hombres formen la unidad del género humano. Dios ha creado “de un solo principio, todo el linaje humano” (Hch 17,26). Todos tenemos un único Salvador y todos estamos llamados a compartir la eterna felicidad de Dios.
La persona humana es, al mismo tiempo, un ser corporal y espiritual. En el hombre el espíritu y la materia forman una única naturaleza. Esta unidad es tan profunda que, gracias al principio espiritual, que es el alma, el cuerpo, que es material, se hace humano y viviente, y participa de la dignidad de la imagen de Dios.
El alma espiritual no viene de los progenitores, sino que es creada directamente por Dios, y es inmortal. Al separarse del cuerpo en el momento de la muerte, no perece; se unirá de nuevo al cuerpo en el momento de la Resurrección final. Pero de esto trataremos mas adelante.