Que es el Pecado

El origen del pecado está directamente vinculado a la libertad personal. Existe el pecado porque cabe la posibilidad de apartarse del Creador, de -mediante una libre elección- rechazar a Dios y a su Reino. El Dios Omnipotente y Eterno no quiso obligar a sus criaturas a amarle, adorarle y servirle irremediablemente si no que, gracias a la libertad que otorgó a todos los seres personales, les brindó la posibilidad de elección. Elegir aquello que nos aparta de Dios, porque no es conforme a nuestra naturaleza y a la finalidad para que fuimos creados, es pecado.

Ello nos narra la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia que con la expresión “la caída de los ángeles” se nos indica que Satanás y los otros demonios eran inicialmente ángeles creados por Dios y, como toda obra salida de sus manos, seres personales buenos. Pero rechazaron a Dios y a su Reino, mediante una libre e irrevocable elección, transformándose en seres malvados y dando así origen al infierno. Los demonios intentan apartar al hombre de Dios tratando de asociarle a su rebelión, pero Dios desde el principio afirma en Jesús, su Hijo, el Cristo, su segura victoria sobre el Maligno.

Por todo ello, nos narra el Génesis que el hombre, tentado por el diablo, dejó apagarse en su corazón la confianza hacia su Creador y, desobedeciéndole, quiso “ser como Dios” (Gn 3,5), sin Dios, y no según Dios. Y así perdieron, Adán y Eva -como consecuencia- la gracia de la santidad y de la justicia que Dios les había dotado. Al no poseerla ya no pudieron transmitirla a sus descendientes que somos todos los seres humanos.

Así pues, la privación de la santidad y de la justicia originales con las que Dios creó al ser humano, nos hace nacer a todos los hombres en lo que se llama “pecado original”. Es decir que nacemos privados de la amistad con Dios, lo quiere decir que es algo que hemos “contraído” con nuestra condición humana pero no es un pecado que nosotros hayamos “cometido”; es una condición de nacimiento y no un acto personal.

Como consecuencia de ello “el llamado pecado original”, la naturaleza humana, se halla debilitada en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al poder de la muerte, e inclinada, por todo ello, a caer en el desorden, la desobediencia y la mentira (lo que llamamos pecado).

En su debilidad y por consecuencia, el hombre se aparta fácilmente de Dios (comete pecados), pero Dios no ha abandonado al hombre al poder del mal y del Maligno y, como consecuencia, a la muerte, antes al contrario, le predijo en el Génesis (Gn 3,15) que el mal sería vencido y el hombre levantado de la situación que le acarreó su primer apartarse de Dios. Se trata del primer anuncio del Mesías Redentor. Por ello, la caída será incluso llamada feliz culpa, porque “ha merecido tal y tan grande Redentor” (Liturgia de la Vigilia pascual).

Los pecados del hombre -para que sean tales- han de cumplir tres requisitos: que sean conscientes, libres y deliberados. Y para que le aparten gravemente Dios, la materia del pecado ha de ser objetivamente grave o considerada como tal por el hombre que lo comete. El pecado -lo es tal- porque nos aparta de Dios. Por eso, es pecado y sólo, es pecado aquello que nos aparta –realmente- de Dios. Pero, el tema lo veremos -con más detalle- cuando tratemos de los Mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia.