Jesús de Nazaret, hijo único de Dios

Todo lo que existe es obra de Dios y por tanto es obra de Amor, porque “Dios es Amor” (Jn 1,8). Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo unigénito para liberar al hombre del pecado, que lo había hundido en un abismo insondable y, lo había separado de su Amor. Esa es la Buena Noticia: el anuncio de Jesús de Nazaret, el ungido, “el hijo de Dios vivo” (Tt. 16, 16). El nombre de Jesús, dado por el ángel en el momento de la Anunciación, significa “Dios salva”. Expresa, a la vez, su identidad y su misión, “porque él salvará al pueblo de sus pecados” (Mt.1, 21). Pedro afirma que “bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos” (Hch 4, 12).

En tiempos del rey Herodes y del emperador César Augusto, Dios cumplió las promesas hechas a Abraham y a su descendencia, enviando “a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4, 4-5).

Desde el primer momento, como es lógico, porque le querían y también, por que así se lo pidió Jesús, los discípulos desearon ardientemente anunciar a Jesús de Nazaret, el ungido, a fin de llevar a todos los hombres a la fe en Él. También hoy, el deseo de evangelizar y catequizar, es decir, de revelar en el designio de Jesucristo todo el designio de Dios, y de poner a todos los hombres en común unión con Jesús nace de este íntimo conocimiento amoroso de Jesús de Nazaret.

“Cristo” en griego, y “Mesías”, en hebreo, significan “ungido”, Jesús de Nazaret es el Cristo porque ha sido consagrado por Dios, ungido por el Espíritu Santo para la misión redentora. Él es el Mesías esperado por Israel y enviado al mundo por el Padre. Jesús ha aceptado el título de Mesías, precisando, sin embargo, su sentido: “bajado del cielo” (Jn 3,13), crucificado y después resucitado, Él es siervo sufriente “que da su vida en rescate por muchos” (Mt.20, 28). Por eso, a los que creemos y seguimos a Jesús de Nazaret -el Cristo- nos viene el nombre de cristianos.

Jesús es el Hijo unigénito de Dios en un sentido único y perfecto. Es la segunda persona de la trinidad encarnada. En el momento del Bautismo y de la Transfiguración, la voz del Padre señala a Jesús como su “Hijo predilecto”. Al presentarse a si mismo como el Hijo que “conoce al Padre” (Mt.11, 27), Jesús afirma su relación única y eterna con Dios su Padre. Él es “el Hijo unigénito” (1Jn 4,9) de Dios, la segunda persona de la Trinidad. Es el centro de la predicación apostólica: los Apóstoles han visto su gloria, “que recibe del Padre como Hijo único” (Jn 1,14).

En la Biblia, el título de “Señor” designa ordinariamente al Dios soberano. Jesús se lo atribuye a si mismo y revela su soberanía divina mediante su poder sobre la naturaleza, sobre los demonios, sobre el pecado y sobre la muerte, y sobre todo con su Resurrección. Las primeras confesiones de fe de los primeros cristianos proclaman que el poder, el honor, y la gloria que se deben a dios Padre se le deben también a Jesús: Dios “le ha dado el nombre sobre todo nombre” (Flp 2,9). Él es el Señor del mundo y de la historia., el único a quien el hombre debe y puede someter de modo absoluto su propia libertad personal para poder alcanzarla en plenitud.

Siendo Dios ha tomado un cuerpo humano y se ha hecho igual a nosotros para que lo pudiésemos ver y escuchar. Sus palabras y sus obras las vemos y escuchamos cuando leemos los Evangelios. Y sigue estando cercano en nuestro presente y en nuestro futuro. Esta presente en la Eucaristía y sigue haciendo prodigios y milagros en cada uno de los sacramentos.

En Jesús de Nazaret, Hijo único de Dios, está nuestra felicidad presente y futura, porque el es el Camino, la Verdad y la Vida. La verdad nos hará libres… y Él es la Verdad. Que la vida es un camino que todos recorremos -eso no tiene duda- pero Él, no es cualquier camino, es el Camino. Nosotros, que aspiramos a la plena y eterna felicidad -porque eso- si que es vivir, buscamos la vida… y Él es la Vida. Por eso, decimos: “creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor”.