El pecado

El pecado es toda acción u omisión deliberada que nos aparta de Dios. Todo eso y sólo eso es pecado. Por ello, acoger la misericordia de Dios supone que reconozcamos nuestras culpas, y que nos arrepintamos de nuestros pecados. Dios mismo, con su Palabra y su Espíritu, descubre nuestros pecados, sitúa nuestra conciencia en la verdad y nos concede la esperanza del perdón.

El pecado es “una palabra, un acto (su omisión), o un deseo contrarios a la Ley eterna” (San Agustín). Es una ofensa a Dios, a quién desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, en su Pasión, revela plenamente la gravedad del pecado y lo vence con su misericordia.

Se puede pecar o quebrantar la Ley de Dios, con actos contra Dios, contra el prójimo y contra uno mismo y esto puede hacerse por obra, por palabra, por pensamiento y por deseo y, lo que es muy frecuente, por omisión, cuando se omite un acto prescrito por la Ley, como sería no atender a nuestros padres en sus necesidades. Los pecados de palabra y obra son externos; los de pensamiento y deseo son internos.

La variedad de los pecados es grande. Pueden distinguirse según su objeto o según las virtudes o los mandamientos a los que se oponen. Pueden referirse directamente a Dios, al prójimo o a nosotros mismos. Se los puede también distinguir en pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión.

Para que haya pecado se requieren tres condiciones: que la acción u omisión sea mala en sí; que se conozca su malicia; que la voluntad consienta en ella. Siempre que se junten estos tres requisitos se produce pecado formal delante de Dios, es decir verdadero pecado; pero si falta alguno de ellos sólo será pecado material, sin culpabilidad delante de Dios. También hay pecado cuando algo no es malo en sí, pero uno está convencido falsamente de que sí lo es y a pesar de todo lo realiza.

En cuanto a la gravedad, el pecado se distingue en pecado mortal y pecado venial. Se comete un pecado mortal cuando se dan, al mismo tiempo, materia grave, plena advertencia y deliberado consentimiento. Este pecado destruye en nosotros la caridad, nos priva de la gracia santificante y, a menos que nos arrepintamos, nos conduce a la muerte eterna del infierno. Se perdona, por vía ordinaria, mediante los sacramentos del bautismo y de la penitencia o reconciliación.

El pecado venial, que se diferencia esencialmente del pecado mortal, se comete cuando la materia es leve o bien cuando, siendo grave la materia, no se da plena advertencia o perfecto consentimiento. Este pecado no rompe la alianza con Dios. Sin embargo, debilita la caridad, entraña un afecto desordenado a los bienes creados, impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y en la práctica del bien moral y merece penas temporales de purificación. El pecado venial nos priva de muchas gracias actuales; mancha el alma y la predispone para el pecado mortal; y merece penas temporales que hay que pagar en este mundo o en el purgatorio.

El pecado puede ser original y personal. El pecado original es aquel con el que todos nacemos, como consecuencia de la culpa de nuestros primeros padres. El pecado personal es aquel que el hombre comete libre y voluntariamente cuando llega al uso de la razón. Puede ser actual y habitual. Pecado actual es toda acción u omisión contra Dios explícitamente relatados en los diez mandamientos de la Ley de Dios y los cinco mandamientos de la Iglesia. Pecado habitual es el estado de pecado o también la costumbre de cometer un mismo pecado.

En todo caso, el pecado siempre tiene una consecuencia: nos aleja de Dios. Que es principio y fin de nuestra felicidad presente y futura.