Benedicto XVI rompe su silencio y afronta la crisis de los abusos sexuales

El Papa emérito Benedicto XVI ha roto su silencio y, de acuerdo con el Papa Francisco, ha publicado una profunda reflexión sobre la crisis de los abusos en la Iglesia católica. Se trata de un ensayo publicado en la revista católica alemana «Klerusblatt».

Benedicto huye de los diagnósticos superficiales y de las soluciones rápidas y propone una lectura que va a las profundas raíces culturales de la crisis de los abusos cometidos por los sacerdotes.

Lo califica como «apuntes» preparados para el encuentro que a finales de febrero reunió en el Vaticano a los presidentes de todas las conferencias episcopales.

El Papa emérito se remonta a la Revolución del 68, y recuerda que una de las libertades que ésta quería conquistar para la sociedad era la «completa libertad sexual, que no toleraba ninguna norma». Así, explica que por ejemplo la pedofilia era permitida e incluso considerada conveniente.

Benedicto recuerda además que en los años 60 aparecieron en algunos seminarios «clubs homosexuales que actuaban más o menos abiertamente y transformaron el clima de los seminarios». También lamenta que «en muchos lugares, el modo de ser «conciliar» se entendió en la práctica como ser críticos o negativos con la tradición existente hasta ese momento» y bromea pues entonces se miraba con sospecha a los seminaristas que leían las obras del joven teólogo Ratzinger. Dice que la situación mejoró a partir de los años 70.

En paralelo, explica que colapsó la Teología Moral católica: la corriente cultural entonces dominante no quería aceptar que haya una «Ley natural» en la conciencia humana. No quería admitir la posibilidad de que algunos actos sean siempre y en cualquier caso son malos, aunque se hagan por un fin bueno.

Prueba de ello fue la dura reacción a la encíclica de Juan Pablo II «Veritatis Splendor», en la que decía que «las circunstancias no pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala».

Lamenta además que en aquel entonces el Derecho Canónico fuera demasiado garantista hacia los sacerdotes acusados, en vez de defender la fe de la Iglesia.

Para resolverlo, Juan Pablo II pasó los procesos contra sacerdotes acusados de abusos a la Congregación para la Doctrina de la Fe, gobernada por Joseph Rayzinger, y retiró ese mandato a la Congregación para el Clero, que no aceptaba que se trataba de sacerdotes delincuentes.

«La ausencia de Dios»

Benedicto se pregunta cómo se ha difundido el mal de los abusos en la Iglesia, y responde que «en último término, el motivo es la ausencia de Dios», prescindir de Dios. «También los cristianos y los sacerdotes preferimos no hablar de Dios porque nos parece un discurso sin utilidad práctica», constata. Es la actitud de quien «habla de la Iglesia con categorías políticas».

Dice que «la crisis causada por los muchos casos de abuso cometidos por sacerdotes lleva a muchos a considerar a la Iglesia como algo hecho mal que hay que rehacer de nuevo». Pero, responde él mismo, «una Iglesia construida por nosotros no representa ninguna esperanza». «La idea de una Iglesia mejor hecha por nosotros es una propuesta del diablo para alejarnos de Dios», añade.

Su propuesta para salir de la crisis es poner a Dios en el punto de partida, «comenzar nosotros mismos a vivir de Dios» Propone por ejemplo cuidar mejor la Eucaristía. Dice que le preocupa cómo viene tratada, «reducida a gesto ceremonial cuando el sacerdote piensa que la buena educación le obligue a distribuirla a todos los que van a una boda o a un funeral», aunque no estén preparados.

Concluye pidiendo «responder con la verdad a las mentiras y a las medias verdades del diablo». «También hoy en la Iglesia hay muchas personas que humildemente creen, sufren y aman, y en los que se muestra el verdadero Dios, el Dios que ama», constata. «Es pereza del corazón no querer darse cuenta de ellos».

Como es natural, Benedicto concluye su ensayo dando las gracias al Papa Francisco «por todo lo que hace para mostrarnos continuamente la luz de Dios, que tampoco hoy se ha eclipsado. ¡Gracias, Santo Padre!».