Un avión para Marc Márquez, también en Le Mans

Cruzó la meta con más de dos segundos de ventaja. Y se incorporó ligeramente. Quería abrazarla. Acarició una y otra vez la cúpula de su moto. Se había portado tan bien.

El poder de los sueños, dicen ellos. El poder de Honda, significa. La fábrica más poderosa, más potente económicamente, más grande, con mayor y mejor capacidad de reacción. Y con los argumentos que se necesitan para retener al mejor. Así se recupera la senda victoriosa. Con Marc Márquez en tu equipo. Sin caídas. Sin dramas. Con alguna sanción, vale, consecuencias de contar con un piloto así, irreverente y convencido, como se le vio en Argentina. Y con una velocidad punta como hacía años, como se comprobó en Austin.

Hace muchos (años) que se sabe qué piloto marca la diferencia en MotoGP. Ocurre que en este tiempo (cuatro títulos mundiales en cinco temporadas) no siempre la máquina acompañó a Márquez como en el paseo que se dio aquel 2014. Después de revolucionar su concepto de motor y pasar algunas penurias, la fábrica japonesa ha vuelto a dar con un producto genial. Tiene la moto. Y al piloto. Así que no queda más que disfrutar del espectáculo. Como este domingo en Le Mans, un escenario que hace tiempo que les recibía con las garras afiladas, un patio en el que solían brillar las Yamaha, un trazado fluido, con muchos cambios de dirección y curvas largas, de los que piden motos ágiles. Y una buena aceleración.

Pero hoy, por fin, la Honda la tiene. Lo tiene casi todo. También una buena entrada a la curva, un buen golpe de gas. Y un motor al que, a diferencia de los últimos años, le sobra potencia. Solo hay que revisar la tabla de velocidades puntas: la encabeza Crutchlow (LCR-Honda), con una media de 309 km/h y una punta de 311. La máquina sigue siendo algo inestable y se mueve con cierto tembleque cuando se buscan los límites, pero también ha mejorado con la incorporación, por fin, de un carenado aerodinámico que incluye unos apéndices laterales que ayudan a mantener el tren delantero en contacto con el asfalto en las aceleraciones. Lo comprobó Márquez en Le Mans. Maestro de los tempos, amo y señor de la estrategia, dentro y fuera de la pista. Superviviente en Le Mans. Todo un mérito.

Porque los entrenamientos libres ya nos habían advertido de lo impredecible que resultaba el nuevo asfalto de este circuito Bugatti, resbaladizo en algunas zonas, peligroso cuando menos te lo esperas; y, especialmente, cuando sopla el aire fresco, como pasó muchas mañanas o en las primeras vueltas de alguna sesión. Como ocurrió, también, en los primeros giros de esta carrera en la que el sol lució con menos fuerza que durante el fin de semana (18 grados en el ambiente, 34 en el asfalto). No se salvó el hombre del momento, Andrea Dovizioso, tipo fiable donde los haya, pocos errores a sus espaldas, poco dado a la precipitación; ni tampoco se salvó el héroe local, Johann Zarco, henchido de felicidad ante tantas muestras de cariño, confiado desde su privilegiada posición en parrilla: la pole position, y por su historial: no se caía desde el año pasado en Qatar, su debut en MotoGP, y llevaba 21 carreras sumando puntos. Cometió un error cuando rodaba en tercer lugar, ante su público. Y se fue al suelo. Como Dovizioso. Ambos cayeron unas pocas curvas después de que les adelantaran en la primera chicane, en esas eses que forman las curvas dos, tres y cuatro.

La carrera empezó a cambiar entonces. Tenía el liderato Lorenzo, tan explosivo como siempre, inconsistente sin embargo al cabo de unos giros, cuando su pilotaje parece hacerse incompatible con su Ducati. Aquella primera posición le duró lo que le costó a Márquez alcanzarle. Una maniobra muy agresiva de Zarco en la primera vuelta descolocó al de Honda, que cayó a la sexta posición. Tras diez giros, aprovechó un hueco por el interior de La Chapelle, uno de esos virajes largos de Le Mans, para adelantar al 99. Y ya nadie más se acercó siquiera a hacerle sombra. Porque Lorenzo empezó a perder fuelle rápidamente (apenas rodaba unas pocas décimas más lento, pero fue perdiendo posiciones hasta caer a la sexta plaza, que la competencia es mucha), Petrucci, con una Ducati del equipo Pramac nunca se le aproximó lo suficiente, y a Rossi, tercero entonces ya tampoco le alcanzó para más. Especialmente, porque tras 12 vueltas, prácticamente a mitad de la prueba, Márquez impuso un cambio de ritmo. Y ya no perdió aquel compás maravilloso hasta la última vuelta.

La victoria de Márquez en Le Mans es significativa no tanto por el cómo, sino por los porqués que le aportan contexto. No solo ganó y sumó su tercer triunfo consecutivo en las cinco carreras que se han disputado –y además sumó su victoria número 38, con lo que iguala a Casey Stoner como quinto piloto con más triunfos en la categoría reina–, con lo que amplía su ventaja al frente de la clasificación, sino que quedó patente la situación de debilidad en la que se encuentran algunos de sus rivales en un circuito en el que, por sus características técnicas, deberían haberse mostrado más competitivos, caso, por ejemplo, de Viñales, que acabó séptimo con una moto que tiene todavía muchos problemas heredados del 2017 y que, explica él, se hizo además a medida de su compañero Rossi. Él tiene un pilotaje más agresivo y le cuesta sacarle rendimiento cuando la pista ofrece poco agarre, como ocurrió este domingo.