José María de Areilza: «Hay que volver a dotar a la UE de un componente utópico»

Nos citamos en el café de un hotel del centro de Madrid. José María de Areilza, jurista, profesor, articulista y un destacado europeísta, habla bajo y despacio, haciendo gala de un talante reflexivo, que se estila hoy poco en España. El suyo es tono moderado, tolerante.

-Usted debe de ser ya el penúltimo europeísta que queda en Europa…

-Todas las personas de mi generación deberíamos ser muy europeístas. No hay horizonte mejor, ni experiencia política que haya sido en conjunto más positiva. Además nos jugamos el futuro dependiendo de si somos capaces de renovar el sueño europeísta, que es lo que nos garantiza nuestro grado de civilización. Los primeros casi 70 años de la integración europea desarrollaron unos ideales: la paz, la prosperidad compartida, un modo más civilizado y abierto de relación entre los Estados… En conjunto, estos ideales funcionales se lograron alrededor del año 2000 y ahora es muy importante que la Unión Europea no se dé por supuesta o amortizada, y mucho menos que se convierta en el proyecto contra el que rebelarse. Hay que volver a hacer la UE más atractiva, más inteligible, y dotarla de nuevo de un componente utópico para movilizar a los ciudadanos y saber adónde avanzamos los próximos sesenta o setenta años.

-¿Por qué tantos han comenzado a zurrarle a Europa? ¿Es un desahogo por la crisis de 2008 o venía de antes?

-Entre 2000 y 2008, la UE plantea tres proyectos para renovar el europeísmo y ninguno lo consigue: la gran ampliación de 2004, que produjo muchos miedos; el lanzamiento del euro, una moneda con graves defectos de diseño; y la Constitución Europea, que fracasó al sobrevenderse como lo que no era. En 2008, cuando comienza la serie de crisis en que todavía estamos inmersos, nos encontramos con una Unión fatigada, a la defensiva. La crisis del euro fue existencial, porque estuvo a punto de llevar al precipicio al conjunto de la UE, no sólo a la moneda. Ha habido más liderazgo en cómo se ha rediseñado la moneda que en cómo se puso en marcha, porque se ha hecho contra viento y marea, en condiciones dificilísimas. La moneda que hoy llevamos en el bolsillo ha mutado, ya no es la de 1999, es mucho más sostenible, aunque falte mucho por hacer.

-En general, usted valora muy positivamente a Merkel. Pero, ¿no tardó demasiado Alemania en aflojar la mano durante la crisis? ¿No fue un error imponer austeridad en los momentos más duros y demorar las políticas expansivas?

-Creo que Angela Merkel es la única líder que hay en estos momentos en la UE, pero en la crisis del euro tenía que atender en primer lugar a lo que le pedían sus ciudadanos. Merkel, en la medida en que la han dejado, ha ido adoptando una visión más de conjunto. Ella frena la salida de Grecia del euro y lo hace por razones políticas, en contra de la opinión mayoritaria de su Gobierno. Falta, eso sí, una narrativa política común sobre por qué hemos hecho tantos sacrificios, unos y otros, pues también Alemania ha hecho su parte para que el euro siga siendo central en el proyecto europeo. Tenemos que empezar a hablar de valores, de identidad… Por ejemplo, el debate español sobre el futuro de Europa todavía es muy pobre. Aunque por fortuna hay pocas voces antieuropeas en nuestro país, en la extrema izquierda y el independentismo más radical.

«Ahora tenemos que ver cómo esta crisis provocada por el pulso separatista nos puede servir para fortalecer nuestro proyecto como país»

-¿Por qué los políticos españoles parecen tan poco pendientes de los grandes debates de fondo? La revolución de la Inteligencia Artificial, el estancamiento de los salarios… Hay asuntos importantísimos sobre los que semeja que no están pensando, que se quedan fuera de foco.

-No creo que tengamos peores políticos que el resto de países europeos. En el caso español, nuestro largo trayecto en la UE ha formado parte del proceso de normalización de España, de su modernización, desarrollo económico, anclaje en la democracia… España, con un ciclo europeo favorable durante los gobiernos de González y Aznar, supo aunar bien la defensa de sus intereses nacionales y el europeísmo. A la vez hemos entendido que Europa era un reformador externo, nos ayudaba a definir y a aplicar esas reformas. Por otro lado, los españoles asumimos más que otros la identidad europea como parte de una serie de identidades múltiples y superpuestas. En ese sentido se podría decir que estamos entre los más cosmopolitas.

Pero tal vez a costa de achatar la identidad española.

-No, digamos que la identidad europea desarrolla lo mejor de la española, la abre, la enriquece. Pero los españoles hemos bajado en la aceptación de las políticas europeas. Europa está en un momento muy delicado, porque todavía hay que afianzar el euro y a la vez se afronta una gran crisis migratoria. La crisis del euro provoca una escisión Norte-Sur, y la de los inmigrantes, una división Este-Oeste, que ha llegado a poner en entredicho la libre circulación de personas. A eso hay que sumarle el Brexit, que es un ejemplo de la combinación de dos fuerzas antieuropeas, el nacionalismo excluyente y el populismo. Desagradándome el Brexit, creo que los brexiteros tenían su punto de razón cuando aludían a la falta de democracia en la UE. Yo no he votado por Juncker, no lo vi como cabeza de una lista de candidatos. También creo que aciertan cuando echan en falta una prensa europea, un instrumento clave para controlar al poder, que existe a nivel nacional, pero no europeo.

La Comunidad Europea original no trataba de legitimarse como un nuevo poder, sino que buscaba rescatar al Estado nación convirtiéndolo en Estado miembro. La legitimidad de la integración se basaba en sus resultados. Pero una vez que se han transferido tantos poderes a la Unión Europea hay que conferir una legitimidad específica a la UE, más allá de resultados, que también tienen que mejorar. Por ejemplo, la Unión tiene que ser cada vez más un actor global y pesar allá donde se decide nuestro futuro. Al mismo tiempo, hay que hacer más comprensibles los procesos de toma de decisiones y profundizar en la representación y la rendición de cuentas. Tienen razón quienes dicen que necesitamos saber quién gobierna Europa para poder pedirle cuentas, para poder mandar a un mal Gobierno a casa. Y luego existe otro tipo de legitimación muy relevante, que es la de la identidad, la de los valores, la de entender que Europa es nuestro destino común; o, como señala mi maestro Joseph Weiler, el aire que respiramos, nuestro oxígeno, porque podemos no ser europeos. No es verdad que fortaleciendo la identidad europea debilitemos la nacional. No tiene porqué ser así.

«Estoy leyendo una biografía de Lincoln, escrita por Kearns Goodwin. Una gran biografía política»

-¿Y la crítica de los «brexiteros»?

-Respeto mucho lo que han votado. Pero creo que han hecho un negocio malísimo, para ellos y para las generaciones venideras. Espero que incluso demos con una fórmula para revertir esa decisión. Pero el problema de la UE más que de déficit democrático es de déficit político. El exceso de tecnocracia que se puede achacar a la UE es el mismo que podrían señalar regiones de Inglaterra respecto a las decisiones que toma Londres, con un Ejecutivo altamente tecnificado. La sensación de que nos gobierna una serie de expertos se exacerba en Bruselas. Estos deben cumplir su papel, pero se debe añadir transparencia y control político de sus trabajos.

-¿Cómo enlaza la Unión Europea con el problema catalán?

-Visto desde la UE, el independentismo de vía unilateral rompe las reglas básicas del juego. Es un movimiento que contraviene los deberes europeos de solidaridad, de gestionar la interdependencia en común y de reconocer al otro. Citando otra vez a Weiler, él siempre se pregunta por qué va a tener derecho a ser Estado miembro de la UE una región que se escinde de manera unilateral y rompiendo lazos de solidaridad de 500 años con el territorio al que pertenecía, para acto seguido reclamar su interdependencia con 28 Estados miembros.

«Respeto mucho el resultado del Brexit. Pero creo que han hecho un negocio malísimo, para ellos y para las generaciones venideras»

-Es profundamente absurdo.

-No es un comportamiento civilizado. Además de por sus normas y valores, la UE no favorece la escisión de Estados miembros también por un motivo pragmático, porque supone un test de estrés adicional para una Unión que no necesita una crisis más. Podría tener un efecto contagio en varios Estados miembros, en un momento de populismo al alza.

-Como español, ¿lo pasó muy mal con el duro pulso separatista de octubre o siempre se mantuvo esperanzado en que España resistiría el envite y controlaría la situación

-Lo que más me ha preocupado estos meses no ha sido la posibilidad de ruptura de España. Eso me sigue pareciendo algo imposible. Lo que sí me ha preocupado es la polarización y fragmentación. La sensación de que no había espacio para entender al otro y volver a fabricar consensos en una gama de grises. Ha sido la crisis política más honda que hemos tenido desde la Guerra Civil

-¿Peor que el 23-F?

-El 23-F me marcó, porque mi abuelo, Areilza, era uno de los diputados secuestrados. Gracias a la intervención del Rey Don Juan Carlos fue una crisis que se superó en menos de 24 horas y sirvió para unir a los partidos. Me recuerdo, unos días después, caminando con mi padre por el Paseo de Recoletos en la manifestación por la Constitución, con frío, pero muy emocionado. Aquello sirvió para modernizar las Fuerzas Armadas y unir a los partidos políticos. Ahora tenemos que ver cómo esta crisis nos puede servir para fortalecer nuestro proyecto como país. Esta vez también ha sido decisiva la intervención de nuestro Rey, Don Felipe. Fue una gran intervención, que marcó el camino para avanzar juntos cuando había mucho desconcierto.

-¿Qué tal le suena lo de reformar la Constitución precisamente ahora?

-Me parece que se quiere hacer desde un espléndido aislamiento. No se tiene en cuenta que España es un Estado miembro de la UE, una categoría jurídica y constitucional nueva. No es lo mismo reformar España en el año 1978 que en 2017, cuando los pesos y contrapesos del poder y la constitución económica han sido modificados profundamente por nuestra pertenencia a la UE. Nos gobernamos en buena medida desde Bruselas y éste debería ser el punto de partida e hilo conductor de cualquier reforma constitucional que emprendamos, que habrá de hacerse, lógicamente, cuando haya los suficientes consensos.

-¿Qué libro recomendaría a los lectores de ABC Cultural para estas navidades?

-Estoy leyendo una biografía de Lincoln y de los miembros de su gabinete, escrita por Doris Kearns Goodwin, una gran biógrafa política americana, que se titula «Un equipo de rivales», donde se cuenta no sólo su vida y obra política sino cómo y por qué integró en su gobierno a sus rivales más acérrimos y el efecto que eso tuvo para impulsar el país.