El Papa reflexionó sobre el Sábado Santo y recordó que la verdadera esperanza cristiana no nace del ruido ni de la prisa, sino del silencio y de la espera confiada en Dios
El Papa León XIV volvió a poner el foco en el corazón del creyente con palabras que no dejan indiferente. En la catequesis de este miércoles, 17 de septiembre, día en que precisamente celebra su santo, se conmemora la memoria de san Roberto Belarmino, cardenal y doctor de la Iglesia (1542-1621).
En su reflexión, León XIV habló del Sábado Santo como un día clave para entender la esperanza cristiana: «El Hijo de Dios yace en la tumba. Pero esta su «ausencia» no es un vacío: es espera, plenitud contenida, promesa custodiada en la oscuridad». El Papa explicó que ese silencio no es estéril, sino «grávido de sentido, como el vientre de una madre que custodia al hijo todavía no nacido, pero ya vivo».
También señaló que el Sábado Santo es también día de descanso, siguiendo la ley judía. Jesús reposa «no porque está cansado, sino porque ha concluido su obra de salvación. No porque se ha rendido, sino porque ha amado hasta el final». Ese descanso, añadió, «es el sello de la obra cumplida, es un descanso lleno de la presencia oculta del Señor».

Aprender a confiar y esperar en la oscuridad
Con tono directo, el Papa puso el dedo en la llaga de la vida moderna: «Fatigamos en detenernos y descansar. Vivimos como si la vida nunca fuese suficiente. Corremos por producir, por demostrar, por no perder terreno». El Evangelio, recordó, enseña que saber detenerse es un gesto de confianza, que cada silencio «puede ser el preámbulo de una palabra nueva» y que cada pausa puede convertirse en un tiempo de gracia si se ofrece a Dios.
El silencio del sepulcro no es derrota. «Es justamente en aquel silencio que la vida nueva inicia a fermentar. Como una semilla en la tierra, como la oscuridad antes del amanecer», dijo el Pontífice ante una Plaza de San Pedro abarrotada, subrayando que incluso nuestros tiempos de pausa y vacío pueden convertirse en «vientre de resurrección».
El Papa presentó a Jesús en la tumba como el rostro de un Dios que no ocupa todo el espacio, sino que espera y se retira para dejarnos la libertad. «No tenemos que tener prisa de resurgir: más es necesario descansar, acoger el silencio, dejarse abrazar por el límite», insistió. A veces, explicó, «buscamos respuestas rápidas, soluciones inmediatas. Pero Dios trabaja en lo profundo, en el tiempo lento de la confianza».
«La esperanza cristiana no nace en el ruido, sino en el silencio de una espera habitada por el amor. No es hija de la euforia, sino de un confiado abandono», afirmó con contundencia. Y puso como ejemplo a la Virgen María, que encarna esta espera confiada: «Cuando nos parezca que todo está detenido, acordémonos del Sábado Santo. También en la tumba, Dios está preparando la sorpresa más grande».
De hecho, a los peregrinos de habla hispana, «en modo particular a los grupos provenientes de España y de Hispanoamérica», el Santo Padre les invitó a pedir la intercesión de la Virgen para aprender a descubrir «el sentido del silencio y de la contemplación» en medio del ruido cotidiano.
Guerra en Tierra Santa
Al concluir la catequesis, el Papa renovó sus llamamientos por la paz. En concreto, expresó su «profunda cercanía» al pueblo palestino, en Gaza, «que continúa viviendo en el miedo y a sobrevivir en condiciones inaceptables, obligados por la fuerza a desplazarse de sus propias tierras».
Recordó, además, que Dios mandó «no matar», y que «toda persona tiene una dignidad inviolable que se tiene que respetar».
Por ello, pidió un compromiso internacional decidido: «Renuevo mi llamamiento al alto el fuego y a la liberación de los rehenes, a la solución diplomática de los negociados. Invito a todos a unirse a mi oración para que surja lo antes posible un alba de paz y de justicia».