La montaña en Aragón: Nieves derrite la llama eterna

La altoaragonesa Nieves Gil suma con la adquisición de ‘Eternal Flame’ otra línea ‘clásica’ de la escalada de primer nivel internacional

Su cordada con la madrileña Lucía Guichot cerró una comprometida aventura en La Torre Sin Nombre del Karakórum en siete días de pelea con sectores de fisuras y alto grado en altura

‘Do you feel the same? Am I only dreaming? Is this burning an eternal flame?’ El susurro del viento se enreda con la voz melosa de Susanna Hoffs. No, no estaban soñando. Estaban allí, tan vivas, juntas, sonrientes, con ese magnetismo que irradia su amistad infinita, de cordada legendaria, aventureras y humildes, recordando a Amaia, canturreando esa canción de The Bangles que bautiza esa línea de fisuras imposibles de la Torre Sin Nombre. «Nos pusimos la canción varias veces. Kurt Albert y Wolfgang Güllich debían estar muy enamorados de ellas para darle ese nombre a la vía”. Mujeres de roca escuchando a mujeres rockeras entre las montañas “más bonitas del mundo”. Mujeres increíbles.

Nieves Gil ha derretido la ‘llama eterna’, considerada una de las líneas de mayor compromiso y belleza en el alpinismo por combinar el grado (hasta 7c+) en la altitud (6.251 metros) de las miticazas y cautivadoras Torres del Trango del Karakórum. Una conquista con la que la chesa Nieus reconfirma la confirmación de que su alianza con Lucia Guichot habita en la grandeza de la escalada internacional, sumando ‘Eternal Flame’ a sus tesoros ‘clásicos de Big Wall’ como la Norte del Eiger o la Supercanaleta del Fitz Roi en solo tres años.

Hechos heroicos disminuidos en sus palabras de absoluta normalidad. “Solo hacemos lo que nos gusta, desconectar del mundo en las montañas, esas que no dicen nada pero nos atraen tanto”, confiesa Nieves sin perder una gota de modestia. Porque cuenta esta aventura como quien se va un domingo al monte, como un Moncayo o la Transpirenaica. “A Lucía le venía mejor este año salir en agosto. Teníamos la idea de ir a Perú, a Patagonia, cuando Pablo (Ruiz) y Roberto (Muñoz) se enteraron que un amigo (Javi) iba a Pakistán y nos dejamos liar”.

La altura era el reto. Con el equipo nacional habían abierto una vía de mil metros en el Valle del Rolwaling (Nepal) “en mixto, era distinto. Ahora la piedra estaba seca”. Les atraía la pureza del granito del Baltistán, una pared preciosa que encadena un entramado de fisuras y chimeneas hipnóticas. “La teníamos en la cabeza. Planeamos venir en 2021 pero no me dieron permiso”.

En plan aventurero

Viajaron a su estilo, entre colegas y con un plan aventurero. La aproximación fue una película. La “impactante carretera” que conecta Skardu con Skole en la que, literalmente, “dejas tu vida en manos del conductor” había sufrido un desprendimiento y tuvieron que pasar un improvisado puente. Quedaban tres días de trekking hasta el campo base (4.100) por el gigante Glaciar del Baltoro y sus inquietantes grietas. “Éramos auténticos nómadas. Llevábamos siete mulas y diez porteadores balti que cada uno cogía 25 kilos. Dormimos en campamentos muy aislados, sin paredes”.

En la caminata Nieves sintió los primeros efectos de una gastroenteritis que no iba a frenarla y que se ha traído en la mochila hasta España. Curiosamente, lo que no pudo traer fueron los piolets. La peor experiencia del viaje llegó en casa. “Al entrar en el AVE en Atocha me dijeron que no podía llevar los piolets por normativa, que los tenia que tirar a la basura. Como iba con mis padres y no teníamos tiempo les hice caso, pero luego me he enterado que no es así. He puesto una reclamación”.  

Volvamos a Asia. Una repentina ventana de buen tiempo les empujó a reducir la aclimatación. Hicieron varios porteos de material por la enfilada canal que conecta con el collado (5.450) entre la Gran Trango y la Torre Sin Nombre y desde donde empieza la ‘vía eslovena’. Son mil metros descompuestos con un ‘campo avanzado’ donde durmieron para adaptar el cuerpo y descansar. El día que querían colgarse de la pared, Lucía amaneció regulera y salieron más tarde que Pablo y Roberto. “Los chicos la completaron en cinco días y a nosotros nos costó siete. Llevamos comida para una semana y hasta nos sobró. Si hubiera habido mucha gente teníamos pensado ir a Shipton Spire o retrasar el intento”.

El pesado porteo de mochilas y petates (cargaban unos 50 kilos) hizo que avanzaran con prudencia y cautela. Es su norma y más tras recibir una alerta de la montaña. “El segundo día, al empezar los primeros largos muy rotos de 7a nos encontramos que a Pablo le había caído una lluvia de rocas. No le pasó nada grave, pero fue un aviso”, narra Nieves. Mantuvieron una disciplina cuerda. Como siempre, se relevaban como ‘primeras’ en las reuniones, equipaban y liberaban los sucesivos sectores de 7a, 7b, 6c con nombres musicales como Light my fire’ o ‘Come Together, descendían al vivac y ‘jumareaban’ con la latosa carga para seguir con la faena.

La alianza con los polacos

La segunda noche la pasaron en Sun Terrace (5.700), una repisa en la que apenas caben tres tienducas y en la que coincidieron con los polacos Jasiek Gurba, Maciek Ksiazczyk y Patryk Kunc, que liberaron toda la vía. El encuentro generó una alianza de colaboración entre buenos montañeros. “Resulta que una noche fue el cumpleaños de uno de ellos y les invitamos a una mousse de chocolate para celebrarlo. Si lo sabemos nos llevamos hasta velas”, bromea Nieves.

El tercer día fue el más disfrutón. Pudieron volar por la pared. “Los polacos llevaban cuatro cuerdas y les pedimos utilizarlas para subir por ellas y luego rapelar, así que no tuvimos que cargar con los petates. Nos dedicamos solo a escalar. Es un bloque con unas fisuras perfectas y un péndulo”, relata la aragonesa.

Tras cuatro días en la pared, iban acumulando el cansancio del peso y el grado cuando llegaron al pequeño nido de Snow Ledge (5.700) donde “hay que dormir asegurado y con los pies en el precipicio. Al llegar los encontramos un regalo. Pablo y Roberto nos habían dejado montada media tienda con lo que pudimos aligerar algo de peso”. Esa noche les nevó un poquito.

Mal de altura

A la mañana siguiente Nieves despertó desganada y mareada. Era el mal de altura. “Tenía la cara y los párpados hinchados. Me dolía todo. Miraba las fisuras y no me apetecía escalar. Derretimos hielo, bebí agua y me tomé un ibuprofeno. Salimos tarde, cuando me encontré mejor, solventamos varios largos y volvimos al vivac. Estábamos ya en modo supervivencia con tantos sobresfuerzos. Nos dejábamos colgar. Subíamos como podíamos”. Al día siguiente, el 14 de agosto, consiguieron hacer cumbre tras superar los últimos tramos con algo de nieve y hielo. A la felicidad de la cima se unieron sus amigos polacos. “Les esperamos. Ellos habían liberado el 7c decisivo. Al volver a Snow Ledge nos hicieron la cena, unos sobres de comida liofilizada riquísima ”, sonríe.

A la jornada siguiente tenían que descender casi mil metros por unos ‘spit’ que no daban mucha confianza. De nuevo Nieves se levantó con mal de altura. “Casi no dormí esa noche, nerviosa, sabíamos que venía mal tiempo, pensaba en la caída de rocas y me preocupaba la bajada. Lucía tomó la iniciativa y me dijo que solo me preocupara de la mochila. En Sun Terrace habíamos dejado algo de comida, avena y unas barritas, pero al llegar se las habían comido los pájaros. Nos echamos una siesta y tomamos un café antes de terminar. Abajo nos esperaban los chicos con jamón para celebrarlo”, relata.

Con la felicidad de haber hecho realidad un sueño aún tuvieron tiempo de ir imaginando nuevos. Realizaron un trekking para rodear el Baltoro por el Gorongoro y el Valle de Hushe. En su andar contemplaron la majestuosidad del K2 o el Broad Peak, ‘ochomiles’ que no van con ella. “A mi me gusta más escalar en roca y no tanto proyectos que sean de ’andar’ aunque sea en altura. Además me tengo que reconciliar con la altura”, bromea. Le sedujo más la inmensidad de los Masherbrum y “nos hubiera gustado ver el valle de Charakusa, una zona muy buena de roca” ¿Una excusa para volver? Su mente se dirige más hacia la verticalidad andina. Siempre con Lucía, amiga.