El edificio, propiedad de la Diputación de Zaragoza, está situado en el paseo María Agustín, fue un inmueble pionero en cuanto a la asistencia sanitaria de madres y recién nacidos
En el paseo María Agustín de Zaragoza, a la altura del número 38, un edificio sobrevive con sobriedad al paso del tiempo. Propiedad de la Diputación de Zaragoza, esta construcción levantada en los años 30 del siglo pasado fue un hospital donde se atendía a las mujeres parturientas y a sus criaturas, así como a los bebés cuyas madres dejaban allí al no poder hacerse cargo de los mismos. Y es que este inmueble, además de Maternidad, sirvió como inclusa, si bien sus usos se han ido redefiniendo a lo largo del tiempo. Hoy es utilizado por distintos servicios de la DPZ, entre ellos por los músicos de su grupo instrumental, heredero de la antigua banda de música provincial.

El antiguo edificio de Maternidad en el paseo María Agustín de Zaragoza. | JAIME GALINDO
Pero es su contenido primigenio el que ha traído a este edificio hasta estas páginas. La antigua Maternidad de Zaragoza se construyó hace casi un siglo y estuvo en servicio hasta los años 90, cuando se reorganizó el sistema público de salud a raíz de la aparición de las autonomías. La inclusa cerró unos años antes, en los 70, pero hasta entonces habían pasado por este inmueble cientos de niños que, gracias a la asistencia de la institución provincial, consiguieron una segunda oportunidad en sus vidas.
De este pasado todavía se conserva en un pequeño cuarto situado nada más entrar en el edificio el torno en el que las madres dejaban a sus niños para que pudieran ser cuidados en la inclusa. Allí se despedían de ellos, a veces para siempre, antes de que sonara un timbre que avisaba a las enfermeras de que debían asistir a un nuevo bebé. En algunas ocasiones, eso sí, las familias, en muchos casos monoparentales o monomarentales, podían mantener el contacto con sus retoños.

Vistas del edificio Pignatelli desde la cuarta planta de la antigua Maternidad. | MIGUEL ÁNGEL GRACIA
A pesar de lo trágico que puede resultar hoy en día esta cuestión, en una época donde la pobreza estaba mucho más extendida, esta práctica garantizaba una segunda oportunidad para los bebés de las familias menos pudientes. Cruel hubiera sido dejarlos morir de hambre, pero el Estado se encargaba de alimentarlos y formarlos.
En este edificio vivían los bebés dejados hasta los dos años. Después, entraban en un circuito asistencial que gestionaba la Diputación y que incluía una estancia hasta los 7 o 10 años en Calatayud, en un centro alejado de enfermedades infecciosas que eran más habituales en las grandes ciudades. Tras ello, regresaban a Zaragoza e ingresaban en el Hogar Pignatelli, –situado justo al lado de la Maternidad y actual sede del Gobierno de Aragón– donde recibían educación y aprendían oficios hasta que cumplían la mayoría de edad y podían salir a vivir sus vidas.

Torno en el que se dejaban los bebés para que fueran cuidados en la inclusa. | MIGUEL ÁNGEL GRACIA
También sigue existiendo, aunque ya no funciona, un pequeño montaplatos que se utilizaba para subir los menús que se preparaban en las cocinas del hospital, situado en la planta baja, hasta las habitaciones. Así se evitaba que la comida pudiera contaminarse paseando por los pasillos de la Maternidad y que los trabajadores de la cantina no entraran en contacto con las mujeres ingresadas. Asimismo, las plantas del hospital están dispuestas de tal forma que se pueden recorrer en un solo sentido, puesto que el pasillo es circular en torno a un patio interior. Eso facilita también el distanciamiento personal, así como toda una serie de pasillos internos exclusivos para el personal sanitario.

Unos armarios donde se guardaban ropa y sábanas del hospital. | MIGUEL ÁNGEL GRACIA
La zona dedicada a las madres estaba dividida en dos partes. Abajo estaba al paritorio, cerca de la entrada para atender urgencias. Había una planta dedicada a la Maternidad abierta y otra a la cerrada: en la primera daban a luz las mujeres que decidían acudir a un hospital –algo no muy habitual en la época– para parir allí y volver a casa tras haberse recuperado del parto; la segunda zona, en una planta aparte, era donde ingresaban las madres que habían decidido dejar allí a sus hijos.
El inmueble está dedicado a un médico, lo que supone también el inicio de una tendencia en la que los edificios ya no se erigían para honrar al rey de turno, sino a personas que han contribuido al avance científico y al progreso de la sociedad. En este caso, el médico Vicente Serafín Gómez Salvo es el hombre cuya efigie preside el vestíbulo de la antigua maternidad, puesto que fue él el que introdujo importantes novedades en el campo de la ginecología en Aragón y España en su conjunto.

Uno de los pasillos de la cuarta planta, que conserva la estructura del hospital. | MIGUEL ÁNGEL GRACIA
Su visión permitió afrontar la asistencia a las mujeres embarazadas desde un nuevo enfoque, más centrado en el cuidado de las madres y también de los niños. Y todo su saber se plasma en cada rincón de este edificio, diseñado también en un momento de transición entre una sanidad de beneficencia y un sistema centrado en la atención hospitalaria. Dentro de este nuevo prisma, la salubridad y la higiene cobraron una importancia que jamás había tenido. De ahí que el edificio de la antigua Maternidad, proyectado por el arquitecto Teodoro Ríos, esté diseñado para minimizar la propagación de enfermedades y permitir una fácil limpieza de las instalaciones.
Los suelos y paredes eran de cerámica o materiales fáciles de limpiar, no porosos, para poder frotar con lejía. Una parte del piso original se conserva en varias estancias. Pequeñas baldosas o losas de mármol perduran en algunas habitaciones en perfecto estado, lo que da cuenta de los buenos materiales que se utilizaron en su construcción.

Una joya racionalista que salvó la vida a cientos de niños
Otra novedad que incorporó el edificio, aunque parezca ahora obvia, es la colocación de cristaleras en las puertas que permitían observar a través de las mismas sin acceder a las habitaciones, lo que minimizaba las posibilidades de contagios por vía aérea. Todas son cuestiones que hoy parecen obvias pero que entonces significaron una revolución. Una de las estancias más curiosas y que conserva todavía hoy su forma original –aunque no su contenido– es el quirófano, situado en la última planta. Una de sus paredes está ocupada por un ventanal con doble ventana orientado al norte, dado que la luz se mantiene más estable durante todo el día. Uno de los cristales era transparente y el otro translúcido, para filtrar la luminosidad.
Todo el edificio está repleto además de elementos geométricos, tan característicos del racionalismo arquitectónico. Rombos, cuadrados y aristas están presentes en cada esquina.
Pero este edificio es inseparable de su entorno. La antigua Maternidad se situaba justo al lado del entonces Hogar Pignatelli y de la plaza de toros, que se utilizaba para generar ingresos para mantener los equipamientos asistenciales. Al otro lado del Pignatelli, está el hospital provincial y donde hoy se levanta el Pablo Serrano estaban las naves y almacenes de la diputación. Toda una manzana administrativa en la que los niños ingresaban al nacer y de la que salían ya formados.