Ortega Lara: «El día que conseguí perdonar fue una liberación, pero olvidar no puedo»

El exfuncionario de prisiones, 532 días secuestrado por ETA, achaca a las cesiones de los sucesivos gobiernos la pujanza de Bildu. Ortega Lara participa por primera vez en un acto público con el mando de la Guardia Civil que lo liberó

José Antonio Ortega Lara recuerda perfectamente que el 17 de enero de 1997, el día que cumplió un año secuestrado por ETA, algo se quebró en él. Hasta entonces se mantuvo “vivo, firme, activo”. Pero ese día, los etarras que lo custodiaban le dejaron leer en El País la noticia de la detención de José Luis Urrusolo Sistiaga, uno de los etarras más sanguinarios del comando Madrid, y “supe que mi caso no tenía una solución, llamémosle, política o negociada y que me tenía que preparar para lo inevitable. Imaginemos a un enfermo al que desahucian los médicos y le dicen: le quedan a usted tres, cuatro meses de vida. Pues te preparas para lo inevitable y lo intentas hacer para morir con dignidad”.

Ortega Lara no le gusta salir en los medios de comunicación, pero sí tiene clarísimo que su testimonio debe servir para que los jóvenes sepan lo que fue ETA. Por eso aceptó cuando la Universidad CEU San Pablo le invitó a compartir coloquio con Manuel Sánchez Corbí, el entonces capitán de la Guardia Civil que lideró el operativo de liberación. “Cada cual, en distintos órdenes, ejemplifican lo que son dos ciudadanos con valores, ejemplares, excelentes”, definió este jueves José Antonio Zarzalejos, periodista de El Confidencial y el encargado de moderar el encuentro, el primero que ambos -víctima y agente- protagonizaban en público, en el marco del II Congreso Internacional de Víctimas del Terrorismo que organiza el centro educativo.

Desde aquel 17 de enero, Ortega Lara tuvo que esperar otros 167 días para ser liberado. Fue el 1 de julio de 1997 y cuando los agentes de la Guardia Civil que descubrieron el zulo “inmundo” en el que pasó 532 días le invitaron a salir, se negó. Pensó que era una burla de los etarras. “Después de un rato me convencieron y salí. Yo tengo, no solo respeto, cariño por la Guardia Civil. Jueces, fiscales y políticos no han conseguido la derrota política y social de ETA, pero la Guardia Civil sí consiguió su derrota militar”, defendió Ortega Lara, que sólo dejó entrever su malestar por las cesiones políticas que los sucesivos gobiernos, desde Felipe González a Pedro Sánchez, concedieron a la banda o a la izquierda abertzale, y que, a su juicio, son la razón de que Bildu firmase el pasado domingo en las elecciones vascas un resultado histórico tras empatar a 27 escaños con el PNV.

El testimonio de Ortega Lara estremece. Si pudo sobrevivir, a pesar de esos últimos meses en los que la caída fue “vertiginosa”, fue gracias a su familia, a la fe y a la disciplina. “Hablaba todos los días en voz alta con mi mujer y me rezaba 8, 9, 10 rosarios. A veces me enfadaba con Dios, le decía, llevo un año, dame una salida, vivo o muerto, pero dame una salida, y luego al día siguiente me reconciliaba con él”. También le ayudó mantenerse activo en el agujero en el que fue secuestrado. El zulo medía 3,5 metros de largo, 2,5 de ancho y 1,8 de alto. Sólo podía mantenerse completamente erguido en el centro del habitáculo, amueblado con una tumbona vieja de playa, un saco de dormir, una mesa, una silla y un orinal, pero mantuvo la rutina de asearse todos los días, de limpiar el espacio, incluso varias veces a lo largo de una misma jornada, de hacer estiramientos… “Era una obligación”.

Pero aquel 17 de enero de 1997 en el que Ortega Lara se quebró ―era imposible que lo pudiese saber―, la Guardia Civil estaba mucho más cerca de encontrarle. Justo medio año antes, en el verano de 1996, una operación desarrollada en Francia se saldó con la detención de Julián Atxurra Egurola, considerado entonces el jefe logístico de la organización terrorista, y entre la documentación incautada, los agentes encontraron la primera y única pista que les condujo hasta la nave industrial de Mondragón (Guipúzcoa) en la que los etarras habían escondido el zulo. Fue un papel en el que aparecía el apellido del exfuncionario de prisiones y una anotación “BOL”.

Fue una investigación muy larga, pero cuando llegamos a BOL, cuando le pusimos nombre y ves su perfil, ves a la cuadrilla, a los tres o cuatro amigos, todo cuadra”, explicó Sánchez Corbí. Esas tres letras hacían referencia al etarra Josu Uribetxebarria Bolinaga. En el momento en el que los agentes del Instituto Armado llegaron hasta él y comenzaron los seguimientos, todas las piezas del puzle encajaron. Hasta entonces los investigadores no habían conseguido una sola pista, pero el camino abierto con el papel encontrado en Francia fue el definitivo.

placeholderEl ex coronel de la Guardia Civil, Manuel Sánchez Corbí, el periodista José Antonio Zarzalejos y José Antonio Ortega Lara. (Cedida/Universidad CEU San Pablo)
El ex coronel de la Guardia Civil, Manuel Sánchez Corbí, el periodista José Antonio Zarzalejos y José Antonio Ortega Lara. (Cedida/Universidad CEU San Pablo)

“En aquella zona había un comando que había matado a varios guardias civiles y que nunca se había identificado. Esas personas cuadraban. Y cuando ves lo que hacen…”. Las labores de seguimiento fueron clave y no una tarea fácil. Como precisó el ex coronel y ex jefe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, no es nada sencillo, que 20, 30 o 40 agentes lleguen a un pueblo como Mondragón, en la Guipúzcoa más nacionalista, un lugar cerrado, con “un paisaje urbano que siempre es el mismo”, y que nadie se dé cuenta. O que se hagan vigilancias las 24 horas del día en un monte, para controlar quién entra y sale de la nave y nadie dé la voz de alarma o descubra el operativo.

Cuando los agentes reunieron los indicios suficientes, llegó la detención de Uribetxebarria Bolinaga y de Xabier Ugarte, José Miguel Gaztelu y José Luis Erostegi, los otros etarras implicados en el secuestro, y la inspección de la nave. Fue otro momento de altísima complejidad y que los agentes vivieron con una gran presión. “ETA fue un grupo terrorista técnicamente muy bueno. Sus zulos eran muy difíciles de encontrar y cuando accedimos a la nave no lo encontramos, pero había muchos indicios [de que Ortega Lara tenía que estar allí] y mantuvimos la fe. Finalmente, lo encontramos de una forma casual, pero lo hubiésemos hecho igual. Teníamos la determinación de tirar abajo la nave”, precisó Sánchez Corbí.

Foto: Liberación de Ortega Lara en julio de 1997. (EFE)

Una vez dentro de la nave industrial, los agentes tardaron horas. No había nada que llevase al zulo, pero sí utensilios de cocina sucios. Eso cuadraba con lo que habían visto los guardias civiles de la comandancia de San Sebastián encargados de las labores de vigilancia y seguimiento: los etarras llevaban comida a la nave, pero no se quedaban allí para comerla, por lo que sí o sí tenía que haber alguien más. En el registro estaba el juez Baltasar Garzón, el magistrado de la Audiencia Nacional al que cayó la supervisión del operativo en funciones de guardia. Pero justo antes de entrar en la nave saltó la noticia de que ETA había liberado al empresario Cosme Delclaux y eso, según rememoró Sánchez Corbí, impacientó al juez, que llegó a plantearse irse a Bilbao a interrogar al abogado. Así se garantizaba su “dosis de protagonismo”.

Finalmente, y gracias a la determinación de los agentes veteranos por emplear el tiempo que hiciese falta, una rendija en una de las máquinas que había en la nave descubrió el zulo en el que estaba Ortega Lara. Uribetxebarria Bolinaga acompañó a los agentes durante las labores de inspección, pero no colaboró en ningún momento. Sí confirmó, cuando encontraron la rendija, que tras ella estaba el hombre al que 532 días antes habían secuestrado en el garaje de su casa, en Burgos, al llegar de su trabajo en la prisión de Logroño. Con la operación, los agentes del Instituto Armado no sólo encontraron a Ortega Lara también dieron con un comando que hasta entonces había sido un fantasma para ellos y que estaba considerado la “joya de la corona” de ETA.

Foto: Foto: EFE.
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José Antonio Zarzalejos

“Después de la borrachera viene la resaca”, advirtió entonces un dirigente de Herri Batasuna tras el éxito policial que desembocó en la liberación de Ortega Lara. Y esa “resaca” llegó 10 días después con el secuestro de Miguel Ángel Blanco y su posterior asesinato el 13 de julio. El Gobierno, al igual que pasó con el funcionario de prisiones, no aceptó acercar a las cárceles del País Vasco a los etarras presos, como había exigido la banda. El recuerdo del joven concejal de Ermua es uno de los momentos a lo largo del coloquio en los que a Ortega Lara se le entrecortó la voz. Fue la venganza que orquestó ETA, pero la barbarie de la banda se encontró en la calle con una altísima movilización social que acabó marcando un punto de inflexión.

Y prácticamente para cerrar la charla, Zarzalejos esbozó una de las preguntas más difíciles que se le puede plantear a una víctima del terrorismo:

― ¿Quiero preguntarte algo duro? Si has perdonado.

― Les perdoné, no porque se lo merecieran, porque era un mecanismo de liberación para mí. Yo me llevaba todos los días a mi casa el rencor y acaba afectando a los que están a tu lado. Te va corroyendo las entrañas por dentro. El día que yo conseguí perdonar fue una liberación, pero olvidar no puedo. Fue una de las cosas buenas que hice. Insisto, no se lo merecían, pero como persona y cristiano tienes que hacerlo. La vida me ha sido desde entonces un poco más fácil.