La guerra deja Sudán sin sacerdotes, ni seminaristas ni cristianos

La Iglesia sólo representa al 5 % de los sudaneses, que se han visto obligados a huir al sur para salvar la vida.

El oro es la causa de que Sudán lleve desangrándose un año. El oro, la codicia, el odio. Una mezcla explosiva y letal que ya se ha cobrado la vida de casi 15.000 sudaneses y que ha provocado que 8,1 millones más se vean obligados a huir de sus casas. Sudán es el tercer productor del preciado metal de África, y dos facciones se enfrentan a muerte por él: el del actual presidente, el general Abdel Fattah al-Burhan, y el de su antiguo vicepresidente, Mohammed Hamdan Dagalo, alias Hemedti.
En medio de ellos, claro, la población indefensa. Los cristianos representan sólo el 5 % de los sudaneses, que con frecuencia han sido hostigados e incluso asesinados por sus compatriotas musulmanes, la religión mayoritaria en el país. Si la Iglesia en Sudán ha sido habitualmente una Iglesia perseguida, incluso mártir, la guerra civil ha recrudecido esta situación. «Ha quedado reducida a casi nada», asegura Kinga Schierstaedt, responsable de los proyectos de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) en el país africano. «La población se está muriendo de hambre y sed, y gran parte de la comunidad internacional se ha olvidado completamente de este conflicto», añade.
Así quedó la casa de las salesianas de Jartum tras el impacto de una bomba

Así quedó la casa de las salesianas de Jartum tras el impacto de una bomba AIN

Antes de la guerra, la Iglesia «era tolerada y podía gestionar algunos hospitales y escuelas, aunque no se le permitía hablar de su fe», explica Schierstaedt. «Muchos misioneros y comunidades religiosas han tenido que abandonar el país, y las parroquias, hospitales y escuelas han dejado de funcionar», lamenta.

El pasado noviembre, por ejemplo, una bomba impactó en la casa que las salesianas dirigen en la capital, Jartum. «Es un milagro que nadie muriera por la doble explosión que causó la bomba, aunque algunos de los residentes sufrieron heridas leves», explicaron algunos testigos. La misión de Dar Mariam alberga a cinco religiosas –todas mayores de 65 años–, 20 mujeres, 45 niños, un sacerdote, un maestro y un grupo de hombres, algunos de los cuales son ancianos y enfermos.

La hermana Beta Almendra, monja comboniana portuguesa residente en Wau

La hermana Beta Almendra, monja comboniana portuguesa residente en Wau AIN

Pese a la situación dramática para la Iglesia en Sudán, de vez en cuando aflora algún pequeño brote de esperanza. «16 nuevos cristianos fueron bautizados en Puerto Sudán durante la Vigilia Pascual y 34 adultos fueron confirmados en Kosti. Así que tenemos que mantener viva la esperanza en medio de las tinieblas», subraya un voluntario de AIN. «Acabo de volver de Sudan del Sur, país que limita con Sudán, y me ha maravillado comprobar hasta qué punto algunos sacerdotes, los refugiados mismos, despliegan su energía en la catequesis de su nueva parroquia y en el apoyo a otros refugiados. La Iglesia en Sudán del Sur está ayudando a los cristianos sudaneses a prepararse para la paz del mañana», concluye Schierstaedt.