Sánchez y Puigdemont: ¿quién sobrevivirá a quién? Se avecina el desenlace

La «convivencia» que tanto ha invocado el PSOE como causa y consecuencia de la amnistía era esto. Un prófugo resucitado, un procés reiniciado, el choque institucional y un ambiente tóxico

La portavoz de Junts en el Congreso, Miríam Nogueras, no fue el jueves al Pleno a votar. Ni sobre la creación de la comisión impulsada por el grupo socialista para investigar los contratos de la pandemia (y de paso diluir el caso PSOE), ni sobre ningún otro punto del orden del día. Nogueras ya le había dicho el día antes a Pedro Sánchez todo lo que le tenía que decir, durante la sesión de control al Gobierno: «Van a seguir sin pagar a Cataluña y van a seguir chupando de los ciudadanos de Cataluña, como han hecho todos los gobiernos españoles», le espetó, a propósito de la renuncia del Ejecutivo a presentar los Presupuestos Generales de 2024. La respuesta de Sánchez fue poner la otra mejilla, por la cuenta que le trae: «Este Gobierno está haciendo una apuesta clara por la convivencia», contestó.
Horas después de aquella muestra de docilidad a Junts por parte de Sánchez, la propia Nogueras viajó al pequeño municipio francés de Elna para asistir, como el resto de la cúpula de Junts, a la resurrección de Carlos Puigdemont. Aquel del que Sánchez dijo en la pasada campaña de las elecciones generales: «Afortunadamente, el señor Puigdemont es el pasado. Hace cinco años era un problema para España. Hoy es una anécdota».

En la campaña de las generales, Sánchez presumió de que Puigdemont era el pasado. Ahora es el resucitado

La «anécdota» volvió de entre los muertos políticos la misma noche del 23 de julio, y el pasado jueves reapareció triunfal en el lugar donde el independentismo escondió las urnas del referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017. Ahora, afirmó, la ley de amnistía permitirá «restituir la Presidencia destituida por el 155». Su soflama fue una impugnación a la «convivencia» que invoca machaconamente el PSOE como causa y consecuencia de la amnistía. «Si nos reunimos con el PSOE es porque queremos negociar, no dialogar. Ellos saben que nosotros no hemos renunciado a nada y no lo haremos». «No nos casamos con el PSOE. No tenemos un romance con las izquierdas españolas. Nuestro objetivo es Cataluña. En esta legislatura propondremos al Estado un referéndum de autodeterminación, no una consulta», proclamó. Incluso tendió la mano a ERC para reeditar aquella candidatura conjunta con la que el independentismo concurrió a las elecciones de 2015, Junts pel Sí, aunque esta vez Oriol Junqueras no morderá ese hueso.
Carles Puigdemont durante el anuncio de su candidatura a las catalanas

Carles Puigdemont durante el anuncio de su candidatura a las catalanasEFE

Desde la actuación de Puigdemont, los socialistas andan diciendo que el discurso inflamado del expresident fugado es la mejor baza electoral para su candidato, Salvador Illa. Y el muro de contención frente al procés 2.0 que ya ha iniciado Junts. Las urnas del 12 de mayo y los pactos postelectorales lo dirán. Pero si Puigdemont tiene opciones de ser investido (pongamos el caso de que Junts gana a ERC y exige a Sánchez que le invista, o que se reedita un gobierno de coalición independentista), Sánchez habrá hecho un pan como unas tortas. Y si Junts termina en la oposición, también, porque las represalias pueden ser letales para la ya endiablada gobernabilidad de esta legislatura.

La gran pregunta

Llegados a este punto de no retorno, cabe preguntarse quién sobrevivirá a quién: Pedro Sánchez Carles Puigdemont Carles Puigdemont a Pedro Sánchez. El uno revivió al otro salvando una investidura que, sin el voto de Junts, el PSOE tenía perdida. El otro revivió al uno fabricándole una amnistía a su medida (o ésa ha sido la pretensión, al menos). Y ahora da la impresión de que solo puede quedar uno de los dos en pie.
Las elecciones catalanas serán el punto álgido de un nuevo ciclo electoral que discurrirá en paralelo a un conflicto institucional sin precedentes. Uno que el Gobierno ha intentado esta semana mantener oculto tras el caso del novio de Ayuso el bulo de la falsa subvención de Alberto Núñez Feijóo a una empresa para la que trabajaba su mujer.
La decisión del Senado -con la mayoría absoluta del PP- de activar la vía del artículo 73 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional contra el Congreso por usurpación de atribuciones en la tramitación de la ley de amnistía es tan inédita en democracia como grave. Pero al PSOE no parece preocuparle, porque presume cómo acabará la historia en el TC de Cándido Conde-Pumpido. Y porque la degradación de las cámaras legislativas es obra suya.
El ministro de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños (i), el presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido (d), y presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Vicente Guilarte

El ministro Félix Bolaños junto a los presidentes del CGPJ y del Constitucional EFE

La legislatura pasada, en diciembre de 2022, el Gobierno arrastró a las Cortes en la guerra que mantenía entonces contra el Constitucional, el Constitucional de antes de la llegada de Cándido Conde-Pumpido. Sus magistrados obligaron a suspender en el Senado la tramitación de la reforma del Código Penal para eliminar el delito de sedición y rebajar el de malversación, tras los recursos del PP y Vox. Básicamente, porque el PSOE estaba utilizando la puerta trasera de aquella proposición de ley para colar enmiendas que reformaban por la vía exprés dos leyes orgánicas: la del Poder Judicial y la del propio Constitucional. Con el fin último de forzar la renovación del TC.
Había que oír entonces al presidente del Senado, Ander Gil, del PSOE. «Es un paso de difícil retorno en la degradación de nuestro sistema democrático». «En 44 años de democracia, jamás se había despojado a las Cortes Generales de su facultad de legislar». Y: «Estoy seguro de que la ciudadanía española sabe muy bien que el Parlamento es la institución central a través de la cual se expresa la voluntad del pueblo y se promulgan las leyes». Ahora el PSOE es más de la opinión de que el Congreso manda y el Senado (donde el PP tiene mayoría absoluta) acata, como vino a decir el ministro Félix Bolaños en Onda Cero: «La soberanía nacional reside en el Congreso. El Senado es la representación de los territorios».
A todo esto, el clima político empieza a ser irrespirable, con una escalada de acusaciones, insultos, golpes bajos y falsedades que todos lamentan, pero de la que ninguno se hace responsable. Lo advirtió el jueves la diputada de Sumar Aina Vidal desde el atril: «Más hacer y menos gritar», pidió. Aunque su alegato pacifista habría sido más creíble si su coalición no gobernara con un presidente que amenaza al líder de la oposición en sede parlamentaria con «cosas» contra él y su mujer. Bendita convivencia la de Pedro Sánchez.