Carlos Sainz entra en la ecuación del podio en otra sobrada de Verstappen

Gran carrera del madrileño, cuarto y peleando con ‘Checo’ Pérez por la tercera plaza. Alonso, sexto. Victoria con extra de avaricia para el neerlandés. Aston Martin obliga a los jueces a revisar la carrera

En la carrera de su jardín, Red Bull hace lo que quiere, abusivo su rendimiento respecto al resto y con un jefe, Max Verstappen, que pliega la Fórmula 1 a su antojo. Tan codicioso y exagerado que detiene su coche a dos giros del final para montar neumáticos rojos y lograr la vuelta rápida. Un punto más, pese al riesgo evidente de un error en el garaje, la avaricia en persona.

En la ecuación del podio entra Ferrari, Leclerc segundo, y Carlos Sainz peleando como un jabato para ser cuarto, al ceder sin remedio ante ‘Checo’ Pérez y el Red Bull número 11. Lo puso crudo el madrileño, pero este coche es un escándalo. Fernando Alonso, en tono secundario en Spielberg, acabó sexto sin opción de llegar al top 3.

La hegemonía del Red Bull en manos de Verstappen y su pilotaje de fábula empieza a ser insultante para la competencia. El coche es un cohete, se exhibe soberbio en cualquier circuito y en toda condición, ha ganado todas las carreras de 2023 (nueve) y Verstappen no ha cometido un fallo en una conducción suprema.

Sucede que el líder tiene ese punto de arrogancia y superioridad moral que lo convierte en un piloto irritante, soberbio al volante, pero desesperante en su comportamiento como atleta de elite. Lo ha demostrado ya demasiadas veces y este domingo también.

Cuando tenía una diferencia de sobra sobre su ¿perseguidor?, 24 segundos ante Charles Leclerc, porfió y derribó a su ingeniero que le recomendaba enfriar las ruedas y ganar la carrera sin más incidencias.

Verstappen se impuso a los datos, a sus teóricos consejeros, a sus superiores que se supone mandan en el muro, a todos el mundo en Red Bull. Se salió con la suya, llevó el bólido al garaje con el riesgo supremo de un fallo en una pistola que no entra, una rueda que se encasquilla, un despiste, y consiguió su propósito: colocar ruedas rojas y llevarse el punto con la vuelta rápida en carrera.

Muy superior

Lo suyo es sideral porque está marcando diferencias exageradas, piloto superlativo que llega al límite como quien fuma tranquilo. Ni un fallo, más rápido que nadie, superior a los otros campeones de la parrilla. Pero avaricioso hasta ser insoportable.

Lo demostró ante Hamilton con malas artes en Arabia, con su compañero Pérez en Brasil al negarle un adelantamiento cuando ya era campeón en un odio de vinagre por un incidente en Mónaco meses atrás, aquel bofetón a Ocon en plan macarra.

Nadie le va a afear sus actitudes en la Fórmula 1 porque este deporte es el feudo de la ambición y los tiburones sin escrúpulos. Es el juego de las damas: comer o ser comido. Pero el holandés no parece un modelo a seguir en el deporte.

Ganó Verstappen, la quinta consecutiva en una secuencia a la que no se ve fin. En Spielberg, circuito acunado por las montañas del Tirol, compareció Ferrari. Una buena noticia para Carlos Sainz y para la competencia por ser segundo en este curso.

Hizo una carrera espectacular el madrileño. Incandescente en este fin de semana austriaco, Sainz acosó a su compañero Leclerc en el inicio de la prueba, pidió árnica para adelantar al teórico líder de la formación, sufrió en una parada que le condenó y fue sancionado con cinco segundos por sobrepasar los límites blancos de la pista.

Aun con todo ese bagaje en contra, Sainz estableció una pugna magnífica con ‘Checo’ Pérez, también encendido el mexicano que salía desde la decimoquinta posición y acabó en el podio.

Durante unas cuantas vueltas, Sainz mantuvo a raya a Sergio Pérez, sostuvo al Red Bull, se negó a asumir el adelantamiento inevitable y peleó contra el destino. Bravura del español en una situación compleja porque había perdido mucho antes la posibilidad de pelear con Verstappen, como pretendía, por no atacar a Leclerc –«dejadme intentarlo», pidió permiso, tal vez innecesario- y luego perder unos segundos en una doble parada de Ferrari en la misma vuelta para los dos pilotos.

«No estoy contento, no lo puedo estar porque tenía ritmo para ser algo más que cuarto. Cuando te ves con tanto ritmo, juegas en equipo y te pasa esto, te quedas con cara de tonto», adujo Sainz.

Un paso adelante de Ferrari, que ya evidenció progresos en Canadá y de nuevo ahora en Austria. Los coches rojos ya no se comen las ruedas como antes, o eso parece.

Fernando Alonso partió séptimo y acabó sexto. Siempre en positivo, que diría el otro, el asturiano exprimió las cualidades del Aston Martin en un trazado en el que no ha encajado. Circuito rápido, demasiadas rectas, tres zonas de DRS en una vuelta muy corta, Alonso navegó en tierra de nadie a los ojos de la realización de televisión.

En duelo con Hamilton y Norris (avances notables del McLaren), Alonso pudo sellar más puntos para sus pretensiones mientras su compañero Lance Stroll de nuevo retrocedió como es costumbre.

«Siempre esperas un poco más después de la racha de podios que llevaba -explicó Alonso-. No íbamos demasiado bien y se notó en el ritmo de carrera. Ferrari ha dado un paso adelante, sí».

En el tiempo extra, Aston Martin se movió con rapidez para reclamar las múltiples salidas de pista que hubo durante la carrera. La FIA aceptó la protesta del equipo de Alonso al admitir que hubo infracciones que no fueron sancionadas por los comisarios. Al menos 1.200 acciones para la lupa de la revisión.