Alfonso Borrego, bisnieto del apache Gerónimo, en Madrid: «Los ingleses mataron a los indios, no los españoles»

Ha visitado el Museo de América y la colección de pintura americana del Thyssen

Alfonso Borrego procede del indio Gerónimo por parte de madre. Es difícil permanecer impasible cuando uno asiste a una de sus charlas. Se hizo famoso por la vehemencia con la que defiende el pasado hispano de Estados Unidos mientras los activistas del indigenismo ‘woke’ derribaban las estatuas de Colón y de los viejos conquistadores españoles. Alfonso Borrego dice que no, que no hay que pedir perdón por la conquista, que son los indios los que deberían «pedir gracias» por todo lo que los españoles les dieron.

Difícil resistirse a su mixtura. Tal vez sea la música de su acento mexicano en el que a tabletean palabras inglesas continuamente, o tal vez sea que le acompaña algo del indudable carisma -o el temple- de los Chiricahua, cuya sangre sigue corriendo por sus venas. Viste de negro en contraste con su melena ya blanca, con un adorno nativo colgado del cuello. Sea como fuera, un día se dio cuenta que lo que enseñaban en las escuelas estadounidenses «sobre los españoles, lo malos que eran, los crímenes que cometían, era todo una patraña, mentiras».

No es un nativo aculturado por una leyenda rosa, es un activista «de mi sentido común, porque es lo más fuerte que tenemos. Donde hubo españoles hay indios, muchos indios. ¡Pero muchos! -subraya con acento mexicano-. Donde hubo gringos no ha quedado nada». Y entonces empieza su relato, de casos, de cosas, de conversaciones, de viajes tristísimos por las reservas. «Todas en medio de la nada, todas con sus casinos, donde cada indio cobra el cheque del Gobierno de Washington. ¡Es maravilloso! Pero se aseguran de que ya no vas a hacer nada en la vida. Y mis compatriotas nativos no lo saben ver», se lamenta.

Y recuerda cómo Gerónimo, del que desciende su familia materna («mi padre era navajo y no sé cuántas cosas más»), no era en realidad un jefe, era un chamán, un hombre de dignidad máxima en su pueblo, el apache chiricahua, al que «los gringos» humillaron llevándole de feria en feria hasta que toda aquella dignidad le fue robada.

Borrego afirma que «es historia, el español compartió todo con nosotros, y el inglés no. Es una historia que estamos contando. No es bueno olvidar, no es bueno quedarte con una mentira toda la vida». Por eso desde hace años está en la batalla por su visión, desde los pueblos nativos, de la importancia del pasado hispano en Estados Unidos. No se trata de una voz académica, sino de algo pegado al suelo de la tradición y la experiencia.

Vino hace dos años a España y ha vuelto ahora, en una gira de conferencias por la piel de toro. «Ha cambiado mucho la recepción de mis ponencias. Ha cambiado tremendo. Mucha gente está hablando esto, escribiendo. Antes no se oía mucho y ahora el debate está ahí. En México, por ejemplo he peleado mucho desde 2013 y ahora mi proyecto del Camino Real de Tierra Adentro está muy activo allá».

Borrego esta tarde en Madrid, en una de las actividades de su gira española ABC

El proyecto es de lógica aplastante. Parte del Camino es patrimonio de la Humanidad, como hasta la mitad de Chihuahua. Pero ¿por qué no el resto? El Camino es la ruta de los españoles desde Ciudad de México hasta Taos y más allá, bien al norte, nos dice. «Yo creo que es cuestión política, a los gringos no les interesa». Su mejor amigo en el INAH, que antes debatía con él cada detalle, según nos cuenta, le llamó el otro día «para saber si había llegado a la madre patria. Eso es un avance, algo le convencí. ¡Es me mejor amigo en México!»

«A todos nos han enseñado que los españoles eran los peores y nadie decía lo contrario, así que acabas pensando que tiene que ser la verdad», sentencia.

-¿Cuándo fue el primer momento en el que pensó: tiene que haber otra verdad?

-Cuando leí la Toma de Juan de Oñate. Allí el cronista dice que se toma posesión de toda la tierra del río del Norte, y dice, en el nombre de Dios, del Rey Felipe II y luego dice para la preservación de ellos y de nosotros. Así que cuando leí eso pensé: ¿Quiénes son ellos? Eran los indios. Ahí fue donde me dije que había una historia muy diferente…

-¿Y cómo siguió?

-Empiezas a moverte con la expedición de Oñate y vas viendo la verdad. El 20 de abril llegan al río. El 30 tienen la toma. El tercero de mayo el sargento mayor trae dos indios, los primeros que se encuentran en el río, y les regalan ropas y los tratan bien. Pocos días después volvieron ocho indios, eso es señal de que les gustaron los regalos como poco. Y los trataron bien. No dice que los matamos y les cortamos la cabeza… ¡A la siguiente vinieron 44 indios!

-¿Y qué dice?

-Que los indios les ayudaron a cruzar el río porque el ganado ovino tenía mucha lana, para que no se ahogasen.

La diferencia estriba en que donde hubo ingleses ya no hay indios. Borrego dice que es muy fácil ver eso ahora, porque lleva viajando muchos años, preguntando a los mayores de las diferentes tribus por las historias, rebuscando en la memoria que volaba con el viento de las antiguas praderas y hoy está reducida a las reservas, pero nadie tiene un reproche contra los españoles que no sea más que la inercia de la educación falsaria.

Todas esas historias son relatos de frontera, polvorientos, llenos de meandros y versiones, a veces mitos y sangre, la memoria triste de unos pueblos adaptados de manera asombrosa a uno de los territorios más duros del mundo y que acabaron sometidos por la avaricia y la comodidad de las políticas de Washington.

«Nosotros celebramos la Toma cada abril, tenemos un simposio, una recreación de Oñate. Pero hay muchísimo más, más al norte. La planta de todo esto es el Camino de Tierra Adentro, que nadie entiende por qué sólo la mitad sur es patrimonio. Desde el valle de Allende en Chihuahua a la frontera y la parte de EE.UU. no lo es. Puros huevones, los gringos. Dicen que no se puede. ¿Cómo que no se puede si se pudo en México?»…

El bisnieto de Gerónimo hila una historia con otra, vuelve a Oñate, a los rastros de las atrocidades nunca comprobables. «Yo quiero cuerpos, pruebas, algo bueno, ¡y lo pagamos! Solo oí una, que Oñate le cortó el pie derecho a cada guerrero de toda una tribu. Estuve años hablando con distintas tribus, los mescaleros, los jicarilla apache…, hasta que di con los descendientes de quienes lo sufrieron, y resulta que se lo cortó a dos, como castigo atroz, pero no a toda la tribu.»

Y continúa: «Estuve con ocho pueblos después de seguir a varios apaches, que son nómadas y es muy difícil dar con ellos, porque ves una lumbre y cuando llegas ya no están y antes de irse borran todas las huellas. Pero en los pueblo no había ninguna atrocidad registrada tampoco. Y ya sé que los españoles no eran santos, eran gente armada, pero no hicieron atrocidades sistemáticas con los indios, todo lo contrario. Allí me vendían los tapetes maravillosos y les dije: los que hicisteis con los telares que trajeron los españoles ¿no?».

Nos recuerda que Oñate iba con 120 soldados, 500 personas en total. Nueve franciscanos y el resto familias con chicos. No es una partida para ir haciendo atrocidades. Su misión era poblar. Bastante tenían con resistir algunos choques. «Hay quien piensa que mataron a 8000 indios y se llevaron a 300 mujeres como esclavas. ¿Quién las manejaba? ¿Cómo lo hicieron? Si 120 hicieron eso… tú no vales para pelear.»

La gira española de Alfonso Borrego concluye esta noche. Ha visitado el Museo de América, donde la colección le ha impresionado, aunque reacciona cuando cualquiera trata de imponer una penitencia preventiva por la conquista de América. Luego fue al Thyssen, cuya colección de pintura americana le gustó por la estética, pero a la que saca todos los errores de leyenda negra. Esos indios tan pintones y pacíficos que fueron masacrados como quien dice nada más dejar el cuadro a secar…

Cuando su avión despegue camino a Estados Unidos, Alfonso Borrego dejará algo de esa mirada nativa que nos devuelve una historia compartida y nada fácil de aceptar, en su complejidad y en sus hechos conflictivos, pero que debemos ver con un saldo positivo cuando quien desciende de aquel guerrero nativo que todos recordamos y cuyo nombre llena de voces dos siglos de historia la defiende de esta manera intachable, con los pies en la tierra, en la historia, en el sentido común.

Nos alejamos de la sala donde departe con decenas de personas. Y antes de cerrar la puerta aún le oímos responder a un invitado:

-Para los gringos la tierra era nuestra y así ahora es suya. Pero para los nativos la tierra es la tierra, ni nuestra ni suya, es la tierra y lo es todo.

La puerta se cierra, con un sonido que resuena en alguna pradera muy lejos de aquí, de Madrid, entre el ruido del tráfico y frenazos que chillan como coyotes.